lunes, 27 de noviembre de 2017

Discurso de Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz. 16 de diciembre 1810






Tras el traspaso de la corona de Fernando VII a José Bonaparte, hermano de Napoleón Bonaparte, se produjo el movimiento juntista en la metrópoli hispana. Finalmente se convocaron las Cortes en la ciudad de Cádiz. Por las dificultades de comunicación, debido a la guerra con los franceses y porque el proceso de Emancipación americana se había iniciado muy pocos delegados eran originarios de América.

Además, el único representante de los pueblos originarios fue Dionisio Inca Yupanqui, nacido en Cusco quien dio un discurso tan emotivo que provocó un cerrado aplauso de aceptación. Es interesante porque pocas veces se registran estas muestras en las actas de las Cortes de Cádiz que, finalmente en 1812 aprobaron una constitución liberal, que fue derogada por Fernando VII luego de su restauración.

Aquí transcribimos esa alocusión de Dionisio Inca Yupanqui:

El Sr. INCA pidió entonces la palabra, y leyó el papel siguiente:

“Señor, Diputado suplente por el vireinato del Perú, no he venido a ser uno de los individuos que componen este cuerpo moral de V.M. para lisonjearle, para consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar la esclavitud de la virtuosa América, He venido sí, á decir á V.M. con el respeto que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y terribles si V.M. las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las aprecia y las ejercita en beneficio de su pueblo. No haré, Señor, alarde ni ostentación de mi conciencia; pero sí diré que reprobando esos principios arbitrarios de alta y baja política, empleados por el despotismo, solo sigo los recomendados por el Evangelio de V.M. y yo profesamos. Me prometo, fundado en los principios de equidad que V.M. tiene adoptados, que no querrá hacer propio suyo este pecado gravísimo de notoria y antigua injusticia en que han caido todos los Gobiernos anteriores: pecado que en mi juicio es la primera ó quizá la única causa por que la mano poderosa de un Dios irritado pesa tan gravemente sobre este pueblo nobilísimo, digno de mejor fortuna. Señor, la justicia divina protege á los humildes, y me atrevo á asegurar á V.M., sin hallarme ilustrado por el espíritu de Dios, que no acertará á dar un paso seguro en la libertad de la Pátria mientras no se ocupe con todo esmero y diligencia en llenar sus obligaciones con las Américas: V.M. no las conoce. La mayor parte de sus Diputados y de la Nación apenas tienen noticia de ese dilatado continente. Los Gobiernos anteriores le han considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas de este precioso metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse. Le han abandonado al cuidado de hombres codiciosos é inmorales; y la indiferencia absoluta con que han mirado sus más sagradas relaciones con este país de delicias, ha llenado la medida de la paciencia del Padre de las misericordias, y forzándole á que derrame parte de la amargura con que se alimentan aquellos naturales sobres nuestras provincias europeas. Apenas queda tiempo ya para despertar del letargo y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del orgullo y vanidad. Sacuda V.M. apresuradamente las envejecidas y odiosas rutinas, y bien penetrado de nuestras presentes calamidades son el resultado de tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su sena la antorcha luminosa de la sabiduría, ni se prive del ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V.M. toca con las manos esta terrible verdad. Napoleón, tirano de Europa, su esclava, apetece marcar con este sello a la generosa España. Esta, que lo resiste valerosamente, no advierte el dedo del Altísimo, ni conoce que se le castiga con la misma pena que por tres siglos hace sufrir á sus inocentes hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco á la consideración de V.M. un cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y sacará consecuencias muy sabias é importantes. Señor, ¿resistirá V.M. á tan imperiosas verdades? ¿Será insensible á las ansiedades des sus súbditos europeos y americanos? ¿Cerrará V. M. ojos para no ver con tan brillantes luces el camino que aún le manifiesta el cielo para su salvación? No, no sucederá así; yo lo espero lleno de consuelo en los principios religiosos de V.M. y en la ilustrada política con que procura señalar y asegurar sus soberanas deliberaciones.”

Leído este papel, presentó una fórmula de decreto reducido á mandar á los vireyes y presidentes de las Audiencias de América que con suma escrupulosidad protejan a los indios, y cuiden de que no sean molestados ni afligidos en sus personas y propiedades, ni se perjudique en manera alguna á su libertad personal, privilegios, etc.

Se oyó todo con aplauso, y al tiempo de votarse dijo

El Sr. ESPIGA: Me parece muy laudable la proposición del señor preopinante, pero la encuentro demasiado general. Debía individualizarse por  artículos, y acompañarle una instrucción que fuese materia de discusión.

Los Sres PRESIDENTE Y VICEPRESIDENTE dijeron que este sería el fruto de la discusión, á la cual fue admitida dicha proposición por unanimidad de votos.
El Sr. VILLANUEVA dijo: Creo que la proposición no debía discutirse, sino aprobarse por aclamación, no siendo más que un extracto de la legislación de Indias en esta parte.
El Sr ARGUELLES: Admiro, dijo, el celo filantrópico del Sr. Inca; pero soy de dictamen que conforme al Reglamento se deje para otro día la discusión, porque acaso el Sr. Inca convendrá conmigo en que pueda variarse o modificarse alguna expresión.
Con esto terminó la sesión.
16 de diciembre de 1810. Nro. 81.






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