domingo, 22 de octubre de 2017

¿Qué significa Lerroux en la política española?, Andrés Nin



COMUNISMO (Nº 30, noviembre-diciembre 1933)
Desde la página 385- 389

Revisita Comunismo (1931-1934)




Contrariamente a lo que una opinión superficial podría hacer creer don Alejandro Lerroux, caudillo demagógico antaño, encarnación viva de la reacción conservadora hoy, no es, a pesar de todas las apariencias, un simple tránsfuga que, en el ocaso de una larga vida de combate, renuncia a su pasado y se refugia en posiciones más confortables, Lerroux, desde los inicios mismo de su carrera política, ha servido constante y sistemáticamente los intereses de la reacción.

Lerroux aparece en Barcelona a primeros de siglo. ¿Enviado por Segismundo Moret, según se ha afirmado con insistencia? No podemos, naturalmente, apoyar esta afirmación en una prueba documental, que, en fin de cuentas, no tendría otra eficacia que demostrar la venalidad del caudillo radical. Lo que para nosotros tiene importancia es dejar establecido que si no fue directamente enviado por Moret, toda su actuación sirvió fielmente los intereses representados por éste.

Barcelona era en aquellos años un hervidero. Las graves repercusiones que el desastre colonial había tenido en la economía catalana provocaban un poderoso movimiento de protesta, que hallaba su expresión en el regionalismo, contra la oligarquía centralista. Este movimiento, iniciado y acaudillado por la burguesía industrial y secundando por gran parte de la pequeña burguesía, era, indiscutiblemente, un factor progresivo frente a la España semifeudal.

Simultáneamente, el movimiento obrero, aunque influenciado todavía por una ideología primaria que fomenta el espíritu anarquista y el terrorismo individual, empieza a buscar un cauce más ancho en la organización y en la lucha colectiva. El proletariado que sufre cruelmente las consecuencias del colapso económico determinado por la pérdida de las colonias, se agita, se organiza y combate. La memorable huelga general de 1902 marca el apogeo de ese período.

Lerroux consagra desde el primer momento todas sus aptitudes excepcionales de agitador a contrarrestar los efectos de esos dos movimientos divergentes, pero que tenían como denominador común su carácter progresivo y su cualidad de factores de disgregación de la España reaccionaria.

Para ello aparece ante las masas, no como el representante de la reacción, sino como un caudillo revolucionario, cuyos discursos encendido y cuyos artículos demoledores deslumbran a la clase trabajadora y a considerables sectores de la pequeña burguesía. Con la bandera de la unidad española, opuesta al separatismo catalán, arrastra a todo el elemento parasitario del mecanismo oficial español: burocracia de las oficinas del Estado, ejército, etc.

La demagogia de Lerroux produce verdaderos estragos en las filas obreras. Lerroux se convierte en la personificación de todas las rebeldías, en el ídolo de las multitudes. “ Si Lerroux prosigue por el camino emprendido en la cuestión de Montjuich- dice Baldomero Oller, uno de los torturadores en el castillo barcelonés-, no tardaremos en verle convertido en el único personaje vivo y real de la tragedia” Y Luis Villalobos, uno de los anarquistas ganados por la demagogia del caudillo, en una “profesión de fe” publicada en El Progreso del 25 de junio de 1907, dice que reniega de su individualismo para ponerse “al lado del hombre que al mirar a sus enemigos se me antoja el arquetipo de salvador”.


La confusión sembrada por Larreux entre las masas proletarias tuvo consecuencias nefastas para el movimiento obrero. Una gran parte de la clase trabajadora, alucina por la demagogia lerroxista, abandonó sus organizaciones para incorporarse a un  movimiento republicano radical que prometía que prometía la revolución a plazo fijo.

Lerroux consigue, pues, en gran parte, dos de sus objetivos fundamentales, que eran los de la reacción: desviar a los trabajadores de su terreno de acción natural, el de la lucha de clases, oponer una opinión unitarista, centralista, al movimiento nacionalista catalán. La fraseología revolucionaria era la tapadera con que cubría su política real. Y esta política real, inspirada en el único propósito de servir los intereses de la reacción, ha sido siempre la misma. Lo único que ha variado, según las circunstancias, han sido sus manifestaciones exteriores.

Cuando las masas obreras catalanas reaccionan y, curadas, de su alucinación anterior, abandonan al caudillo, Lerroux pierde su fortaleza barcelonesa y procura orientarse hacia otros sectores. Pero las circunstancias son poco propicias y durante algunos años es una más o menos decorativa, sin ninguna fuerza real, que vive a expensas de su influencia de ayer. Pero, sean cuales sean las condiciones políticas del país, sigue siendo fiel a sí mismo, y cuando en septiembre de 1923 Primo de Rivera realizó su golpe de Estado, Lerroux saluda, desde Las Palmas, el acto del dictador como el primer paso hacia la regeneración de España.

La crisis de la Dictadura, que determina su caída y el nacimiento de un poderoso movimiento antidinástico, empuja nuevamente a Lerroux hacia el campo republicano. Aquí antes y después de la proclamación de la República, actúa como el representante genuino de los intereses cuya defensa ha constituido el eje de toda su actuación.
Este período para que sea preciso insistir en los detalles. Limitémonos conseguir que es alrededor de su figura que se agrupado los elementos de la “vieja España”, dispuestos a oponerse enérgicamente a la solución de todos los problemas fundamentales de la revolución demócrata: cuestión agraria, relaciones con la iglesia, autonomía de Cataluña, etc. En este aspecto. Lerroux sigue fiel a sí mismo. El Lerroux conservador de hoy es, sustancialmente, el mismo que el Lerroux demagogo de 1901, que afirmaba en las Cortes: “La sociedad puede vivir perfectamente sin Dios y sin religión”, y “la armonía entre el capital y el trabajo es imposible, como lo es la del ladrón y el robado”.

Pero concretamente, “qué representa actualmente don Alejandro en la escena de la política española?

La reacción está fundamentalmente representada en la actualidad por dos fuerzas políticas: los agrarios y los radicales.

Revelaría estar poseído de una miopía incurable el que viera en esas dos fuerzas a factores antagónicos. Agrarios y radicales son los dos brazos de un mismo cuerpo: la contrarrevolución. No queremos decir con ello que representan exactamente a unas mismas clases sociales, sino que sus intereses y sus fines son históricamente comunes. Los agrarios son la expresión política descarada de la clase más reaccionaria, los terratenientes, y sus soportes tradicionales, la Iglesia y el ejército. Con ello queda dicho que aspiran a anular los tímidos avances de la revolución en las cuestiones agrarias, religiosa y catalana y en la legislación obrera, y a restaurar pura y simplemente el régimen monárquico.

Lerroux, como hemos visto, coincide fundamentalmente con el programa de los agrarios. Su lucha encarnizada contra los socialistas ha sido el índice externo más destacado de esta coincidencia sustancial. A pesar de su colaboración descarada con la burguesía y de sus repetidas traiciones, a pesar de su complicidad en las deportaciones y la aprobación de las leyes draconianas de Vago y Orden Público, los socialistas representaban, aunque fuera por simple reflejo de las masas que les siguen, la voluntad de continuar la revolución. De aquí que contra ellos concentraran el fuego agrario y radicales.

Pero en este último período Lerroux ha conseguido agrupar a su alrededor a los sectores esenciales de la burguesía industrial o, por lo menos, conquistar su simpatía pasiva, a contingentes importantes de la clase media y a los representantes de la especulación y de las castas militares. La primera de estas circunstancias explica que la fusión efectiva de las dos alas de la reacción no se haya realizado. La burguesía industrial, por el antagonismo tradicional de sus intereses con los de los terratenientes, no puede decidirse a una alianza pública e inmediata con los agrarios. La clase media, por otra parte, conserva todavía una cierta fe en la democracia. Burguesía industrial y clase media verían con cierto recelo una restauración de la monarquía borbónica semifeudad de los grandes latifundistas.

La fusión de esas dos alas, sin embargo, no sólo no es imposible, sino que es probable. El ejemplo de Italia y el más reciente de Alemana, demuestran que en el momento decisivo las clases explotadoras dejan de lado los antagonismos que las separan para formar el bloque contra la revolución. Hemos vistos ya cómo, con ocasión de la presente lucha electoral, agrarios y radicales, sin fusionarse de un modo efectivo en la escala nacional, establecen sistemáticamente una especie de “división del trabajo”, inspirada en el propósito de no perjudicarse mutuamente. De aquí a la alianza efectiva, a la fusión completa, no hay más que un paso. El que se realice en un plazo más o menos breve dependerá del ritmo que adquiera la revolución. Es aquí donde aparece con más claridad el papel nefasto desempeñado por los dirigentes de la FAI al apoyar, consciente o inconscientemente, la política de Lerroux, y la necesidad de que el proletariado español, dándose cuenta del peligro que le amenaza, forme un compacto frente único del combate y se apresta a defender decididamente todo lo que ha logrado conquistar, y, en el fuego de la lucha, imprima un nuevo y poderoso impulso a la revolución



Artículos principales: Historia moderna de España e Imperio es


Los árabes no invadieron jamás España






Copiado del libro.

 Andreu Nin Por la unificación marxista (escritos políticos)

 Miguel Castellote, Editor 1978, edición bilingüe

Recopilación y traducción: Humberto da Cruz y María del Carmen Espinar


Verdades elementales. Andreu Nin Por la unificación marxista




El proletariado y el problema de Cataluña, "El Soviet" nº 4, 12 mayo 1934



Juan Andrade. El antifascismo genérico encubre la confusión política




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