domingo, 29 de enero de 2017

En memoria de Enrique Rodríguez Arroyo alias “Quique”, el alma del POUM en el frente de Madrid



[Texto completo de la ponencia leída por Enrique Rodríguez, que fue miembro del Comité Ejecutivo del POUM, el 25 de septiembre de 1985, en el Centre d’Estudis Historics Internacionals, de la Universidad de Barcelona, en conmemoración del cincuentenario de la fundación del POUM. Publicado originalmente en los números 11 y 12 de la revista Iniciativa Socialista (1990) y reeditado en el boletín digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre 2002].



 Enrique Rodríguez. El POUM en Madrid

Viento Sur nº 68:

Enrique Rodríguez


[“¿Cómo la historia ha olvidado a gente así?”. El novelista Juan Eduardo
Zúñiga, autor de obras tan hermosas sobre el Madrid resistente como “Largo noviembre en Madrid”, o la recién publicada, “Capital de la gloria”, le hacía la pregunta a José Gutiérrez, evocando a Enrique Rodríguez.
Si el olvido de la “historia” es injusto, ese olvido o desconocimiento de los
militantes de la izquierda alternativa de ahora mismo sería, además, una
autoamputación.


La reedición por la Fundación Andreu Nin de una conferencia de Enrique
Rodríguez en septiembre de 1985, conmemorativa del 50 aniversario de la
fundación del POUM, nos sirve de pretexto para recordar su vida militante
contada por él mismo, con la naturalidad, la inteligencia y el sentido común que le eran propios. José Gutiérrez añade unas líneas cordiales sobre el amigo y el camarada.

Mientras preparábamos este número de VIENTO 
SUR, nos llega la noticia del fallecimiento de José Rodríguez Arroyo, hermano de Enrique y de Antonio, otra persona inolvidable, especialmente para quienes tuvieron el privilegio de tratarlo en la redacción de Combate, el periódico de la LCR, en los primeros años de la Transición. José participó en la guerra civil en el frente de Sigüenza y fue uno de los militantes del POUM procesados en la persecución del partido después de mayo del 37. Enviamos desde aquí a sus familiares y amigos el afecto y el respeto a su memoria].


Los organizadores del Seminario, conmemorativo del 50 aniversario de la
fundación del POUM, han creído conveniente incluir un punto dedicado al
POUM madrileño. Ello puede suscitar en algunos, sobre todo en aquellos que no vivieron dicho período, cierta confusión o error. Está claro –lo estuvo siempre que no hubo un POUM en Madrid y otro distinto en Cataluña, Levante u otras nacionalidades o regiones del Estado. En materia de organización, los antecedentes, tanto del BOC (Bloque Obrero y Campesino) como de la ICE (Izquierda Comunista de España), en algunos quizás más lejanos que en otros, hay que buscarlos en el movimiento comunista que surgió tras la victoriosa Revolución del Octubre ruso. Por ello, al fusionarse ambas organizaciones, plasmaron en su programa las ideas y principios que informaron los primeros tiempos de la Internacional Comunista. Entre ellos, naturalmente, el tan discutido hoy del llamado centralismo democrático, que rigió la vida del partido.


La sección madrileña del POUM, pues, era y fue una sección más, como lo
fueron, por ejemplo, las de Gerona, Sitges o Llerena.


Es cierto que la mayoría de los historiadores que han escrito sobre el POUM, incluso camaradas del partido, han ignorado las secciones existentes fuera de las fronteras de Cataluña. Sólo para salvar este bache informativo, pero también para rendir homenaje a las decenas de camaradas que, unos ante los pelotones de ejecución franquista y otros, la mayoría, en los frentes de Sigüenza, Toledo y Madrid cayeron bajo la bandera del POUM, la misma bandera por la que también sacrificaron sus vidas muchos camaradas de Cataluña, y pese a mis modestos recursos intelectuales, he aceptado cubrir este punto que, reitero, creo debió englobarse en aquellos otros que tratan de la historia general del POUM.

La fundación


El POUM se fundó en septiembre de 1935, después de la revolución asturiana de octubre de 1934, y como consecuencia de una gran corriente de unidad que se expresaba con carácter general en toda la clase obrera española, y por la necesidad de dotar a ésta de un auténtico partido comunista. No existiendo en Madrid sección del BOC, la sección de la ICE se transformó en POUM. Puede decirse por ello que el proceso de unificación que condujo a la creación del partido no lo vivimos realmente como tal. En los meses precedentes, último del 34 y primeros del 35, nuestra sección, todavía ICE, estuvo enfrascada en discutir la propuesta de Trotski, que nos aconsejaba ingresar en los partidos socialistas, la llamada táctica del “entrismo”. La victoria de Hitler y el hundimiento sin lucha del potente Partido Comunista alemán –la gran esperanza entonces de los comunistas y del proletariado europeo– llevó a Trotski a considerar caducas sus ilusiones en una posible regeneración de la Internacional Comunista. A partir de ahora, nos decía, había que orientarse hacia la construcción de una nueva internacional: la IV. Consciente de la extrema debilidad de los grupos trotskistas para realizar tan gigantesca tarea, en un mundo en el que los acontecimientos se sucedían a gran velocidad, consideró que su incorporación a los partidos socialistas, muy radicalizados entonces por las modificaciones que el hitlerismo impuso en la situación internacional, permitiría alcanzar tan ambicioso objetivo.



Conviene recordar que por aquel entonces, en España, con las variantes propias a su formación y origen, las Juventudes Socialistas de Santiago Carrillo, y la izquierda intelectual del PSOE, opinaban esencialmente lo mismo sobre este problema.



Nuestras relaciones con ellos no podían ser más cordiales. Ello no impidió, sin embargo, que la mayoría de la sección y de las secciones del resto de España de la ICE, no creyera en la posibilidad de “bolchevizar” al PSOE, por emplear el lenguaje tan en boga entonces, y rechazó la idea del “entrismo”. Sólo media docena de valiosos camaradas optaron por el ingreso, aunque lo hicieron sin mucha fe en ello.


Resuelta esta cuestión esencial sobre el “entrismo” propuesto por Trotski, las perspectivas como organización no se nos aparecían muy claras. Fue entonces cuando supimos, por la correspondencia que Andrade mantenía frecuentemente con Nin, que en Barcelona se habían iniciado conversaciones entre los partidos que componían la Alianza Obrera, tendentes a la constitución de un nuevo partido, inspirado en los principios del comunismo. Ello nos animó extraordinariamente.


Principalmente, porque la noticia coincidió con una importante escisión que se produjo en el Radio Sur de las Juventudes Comunistas de Madrid. Una treintena de jóvenes militantes, llenos del entusiasmo combativo de aquellos días, ingresaron en nuestra sección, reforzándola considerablemente. Querían trabajar con nosotros para poder ofrecer al proletariado español una alternativa revolucionaria distinta al
reformismo socialdemócrata y al nuevo frentepopulismo estalinista. Las cosas, sin embargo, no se presentaron fáciles. Nos llegaba noticias de que las conversaciones de Barcelona iban reduciendo el número dc sus participantes, quedando solos el BOC y la ICE. Pero aún debíamos recibir otra noticia –mala para nosotros– que nos enviaba Nin, en carta dirigida a Andrade: parece que en Barcelona, decía, se orientaban hacia la constitución de un partido exclusivamente catalán. y nos aconsejaba, en aquélla carta, a los militantes dc la ICE no catalanes, el ingreso en el PSOE, siguiendo en esto la proposición dc Trotski que acabábamos de rechazar.
Naturalmente, y un tanto decepcionados, reiteramos nuestro rechazo a tal idea, a la que –lo supimos más tarde– ya se habían opuesto nuestros camaradas dc Barcelona, terminando Nin por rechazarla.


El POUM en marcha


Sin más contratiempos, el BOC y la ICE decidieron fusionase y constituir un
nuevo partido, en una reunión a la que no pudo asistir ningún delegado de
Madrid, aunque nosotros aceptáramos totalmente los acuerdos que allí se
tomaron.


El lanzamiento del nuevo partido no hizo más que confirmar nuestras
esperanzas y todas las perspectivas que se nos ofrecían. La venta de La Batalla, el órgano central del partido, se extendió extraordinariamente. Todas las barriadas obreras del Madrid de entonces se habían acostumbrado a ver, semanalmente, a los grupos de militantes poumistas difundiendo y gritando nuestro periódico. El modesto local que alquilamos en la calle Pizarro se hallaba siempre animado, principalmente a las horas de salida del trabajo. La fundación del POUM nos confirmaba, sobre todo, que entre bastantes millares de trabajadores españoles se sentía la necesidad de un partido diferente del socialismo reformista y del estalinismo, y que quisiera superar los errores y la táctica aventurerista de la FAI.



El pacto electoral.

 Al poco tiempo de su constitución, el Partido tuvo que afrontar el primer problema político nacional que se le planteaba: el del Bloque Electoral Popular ante las elecciones del 16 dc febrero dc 1936. Largo Caballero,
que era ya denominado el “Lenin español”, y que tenía una influencia casi total en el movimiento obrero, incluso en los medios anarcosindicalistas, convocó una reunión de los partidos obreros, PCE, Partido Sindicalista, JJ SS, PSOE y POUM.


El Comité Ejecutivo dcl POUM confió a Juan Andrade la misión de representarle en dicha reunión, a la que acudieron igualmente Jesús Hernández por el PCE, Ángel Pestaña por el Partido Sindicalista, Cazorla por las Juventudes Socialistas y Largo Caballero por el PSOE. Inmediatamente de comenzada la reunión –nos contaba Andrade– el delegado comunista, como era ritual entre ellos, expuso su oposición
a la presencia dcl POUM, alegando esta vez, no que éramos “trosko-fascistas” como venían repitiendo en su prensa y mítines, sino porque éramos “escisionistas del movimiento obrero”. El pretexto no podía ser más torpe en una reunión semejante de gente informada. Parece que se produjo una reacción violenta de Largo Caballero –era conocido el carácter duro e intransigente de éste– para decir que de allí no se eliminaba a nadie, y que, después de todo, el PC era también fruto
de una escisión en el PSOE. El resto de los delegados se expresó de forma parecida y Hernández tuvo que batirse en retirada.




En aquella reunión, Largo Caballero expuso que se trataba de ponerse de
acuerdo los partidos obreros para establecer un pacto electoral con los partidos republicanos de izquierda, para lo cual había que designar un delegado que representase a todos los reunidos. Largo Caballero fue designado para tal misión.


En una reunión posterior, éste dio cuenta del acuerdo a que había llegado con los republicanos, expresando al propio tiempo el poco valor político del Pacto, ya que de lo que se trataba era de presentar un bloque unido y compacto frente a las derechas. Pese a ello, Andrade solicitó un breve plazo que le permitiera poner en conocimiento del CE los términos del mismo, y que éste decidiera si debía o no firmarlo. La respuesta, como se sabe, fue positiva y el POUM firmó aquel documento que valió al partido, por parte de Trotski y del trotskismo internacional, una de las campañas más estúpidas y que, en algunos recalcitrantes del mismo, aún perdura.
Por nuestro reciente pasado, a nadie puede extrañar que fuéramos sensibles a tales críticas, aunque nos doliera la falta de rigor y seriedad que las informaba. Porque en febrero del 36 –es preciso decirlo– no existió en ningún momento organismo de frente popular, ni siquiera, por no existir, tampoco hubo comisión de seguimiento o algo por el estilo, encargada de velar por el cumplimiento del documento firmado.
Tampoco nadie pensaba en ello. La realidad del país discurría ya por senderos distintos, o más bien, por torrentes imposibles de ser encauzados por textos escritos.



No, ni Andrade, que fue encargado por el CE para firmar el mencionado
documento, ni el resto del partido, estaba por el Frente Popular, al que considerábamos un instrumento de colaboración de clases, destinado a frenar la revolución. El partido le oponía entonces la Alianza Obrera. Por otra parte, La Batalla, antes, durante y después de dicha firma combatió, desde posiciones de clase, revolucionarias, al frente popular. Y toda la actuación del partido en la calle, en las manifestaciones, en las huelgas, etc., se mantuvo en esta orientación. No hubo en todo el partido ni una
sola protesta por semejante determinación, sino más bien entusiasmo por las posibilidades de propaganda que el acuerdo nos facilitaba. Era una ocasión espectacular y eficaz de dar a conocer a las masas nuestro partido, era romper el aislamiento en que habíamos estado y, una satisfacción no menor para los militantes, el que el PC se hubiera visto obligado a transigir con nuestra presencia, sin que por ello hubiéramos contraído ningún compromiso formal. En Madrid, donde nunca habíamos podido celebrar un acto importante, se celebró un mitin en uno de los cines más grandes de la barriada obrera de Ventas, con público hasta la calle, donde Maurín pronunció un gran discurso, que se trasmitió a otras dos salas de la capital, también completamente llenas. Ocasión que aprovechamos para vender toda la prensa del partido de que disponíamos y recoger fondos para el Socorro Rojo del partido.




Resumiendo este capítulo, diremos que el POUM supo sacar ventaja de una situación tan fluida y confusa como aquélla, en donde lo que predominaba era el sentimiento fuertemente unitario de las masas populares, que buscaban cambiar la desfavorable situación que les había creado el bienio negro. Buscaban, sobre todo, poder arrancar a los millares de presos de las cárceles y reintegrar en sus puestos de trabajo a los miles de represaliados. Este sentimiento era tan profundo que hasta la CNT-FAI renunció a su apoliticismo tradicional y aconsejó votar a las izquierdas. Y su voto –no lo olvidemos– fue decisivo en aquellas elecciones.



Después de las elecciones


Después de la victoria electoral de febrero del 36, España entró en un proceso político donde la agitación violenta en las calles, las huelgas en campos y ciudades, los atentados políticos, incendios de iglesias, etc., presagiaban ya la guerra civil. El gobierno Azaña, igual que durante el primer bienio, se mostraba incapaz, por su propia naturaleza política, de adoptar medidas radicales encauzadas a solucionar los problemas esenciales. Entre ellos, el problema agrario, que impulsó a miles de campesinos a ocupar revolucionariamente las fincas y tierras de los grandes propietarios.



En las ciudades, y en Madrid, las huelgas se sucedieron unas a otras,
participando en las mismas sectores y capas de la población no acostumbrados a este tipo de luchas. Pero la que destacó, en medio de aquel clima de violencia, fue la huelga de la construcción de Madrid. Desde sus comienzos tuvo un carácter político innegable, revolucionario. Los huelguistas discutían y hablaban más de cambiar la sociedad que de sus reivindicaciones. Los dirigentes más significados de la misma, que lo eran asimismo de la CNT madrileña, fueron encarcelados por el gobierno republicano y sus locales clausurados. Camaradas nuestros participaron activamente en dicho conflicto al lado de la CNT, conflicto que aparecía ligado igualmente a los enfrentamientos diarios con las bandas de Falange. Y la sublevación militar llegó sin que la huelga hubiera encontrado solución.



En este clima de crisis revolucionaria, los poumistas madrileños vivieron,
como el resto de las organizaciones obreras, permanentemente movilizados. Los rumores de un inminente golpe militar eran diarios, y el gobierno republicano, en vez de adoptar las medidas que se imponían, se dedicaba a desmentirlos.


Para nosotros estaba claro que España y Europa se encontraban ante la
disyuntiva histórica de decidir su destino entre el fascismo o el socialismo. Así lo proclamaba constantemente La Batalla, lo reiteraba Maurín en las Cortes y en las conferencias que pronunció en nuestro local madrileño. En las asambleas sindicales, en las reuniones en calles y plazas que tanto abundaban en aquel tiempo, en todas partes, el POUM de Madrid, como el partido en general, propagaba esta orientación central de nuestra política.



Diremos también que durante este breve período, la sección se vio reforzada con la presencia semanal de Maurín, que venía a Madrid en su condición de diputado.


Cuando podía, asistía a las reuniones del Comité Local. Nos aconsejaba sobre muchos problemas y, sobre todo, nos infundía sus esperanzas e ilusiones en la lucha por la creación del partido revolucionario peninsular, que tanto necesitaba el proletariado de nuestro país. Maurín, cuya personalidad, igual que la de otros dirigentes del partido, rebasaba las fronteras del mismo, conquistó inmediatamente la adhesión y simpatía de los poumistas madrileños. La reciente aparición de su libro, Hacia la segunda revolución, que los militantes leían y discutían ávidamente, aumentaba aún más su prestigio. Las circunstancias permitieron a la sección madrileña tener un trato relativamente frecuente con él
durante ese periodo, y comprender, ya entonces, que constituía la fuerza
esencialmente integradora del nuevo partido. Nosotros, que nunca practicamos el culto al jefe, no tardaríamos en comprenderlo aún mejor. Alguien le acusó injustamente de “provinciano”, cuando era justamente lo contrario. Perseguía apasionadamente la construcción del partido peninsular, convencido como estaba de que la solución de los problemas de la Revolución sólo se encontraría en el marco del Estado, y entre ellos, claro está, el de las nacionalidades. Esta ilusión, y la fatalidad, quiso que al acudir al Congreso de la federación gallega del POUM, en el que debían participar prestigiosos anarcosindicalistas de aquella nacionalidad que evolucionaban favorablemente hacia nuestras posiciones políticas, quedara descolgado de la revolución a la que había entregado su vida.



El 19 de julio de 1936


La sublevación militar no sorprendió a nadie. Hacía semanas, meses, que todo el mundo la esperaba. Salvo el gobierno, al menos aparentemente, que creía tranquilizar a las organizaciones obreras y a las numerosas personalidades que de diferentes horizontes políticos le advertían de los preparativos del golpe militar. Incluso Largo Caballero, días antes, fue a solicitarle el que se facilitaran armas a los sindicatos, sin resultado. Temían más a la revolución que a los militares.


Así, los días 17, 18 y 19 de julio, los obreros madrileños buscaban por todas partes la manera de hacerse con armas. Acudían a los centros obreros, a la casa del pueblo, etc., donde se esperaba que las gestiones de sus dirigentes cerca de las autoridades, las obtendrían. La situación era muy confusa e inquietante.


Unas relaciones personales de camaradas del partido nos permitieron que en el Ayuntamiento, donde la noche del 19 acudimos unos ochenta camaradas, se nos facilitara un fusil a cada uno, permaneciendo allí hasta la madrugada siguiente, desde donde nos trasladaron, en camiones de fortuna, a la Casa de Campo. Se encontraban allí numerosos milicianos como nosotros y, por lo que pudimos observar, igualmente novatos en el manejo de las armas, que camaradas más experimentados se afanaban por enseñar lo más elemental de su empleo.


También se encontraban allí algunos diputados socialistas. Transcurrido un poco de tiempo, a los poumistas nos encargaron la misión de participar, junto con otras pequeñas columnas que se estaban formando, en el asalto al Cuartel de Campamento, cuyos jefes estaban comprometidos en la sublevación. Tras breves y desordenadas escaramuzas, a las que respondían los fascistas con tiros de artillería desde el cuartel, a finales del mediodía terminaron por rendirse. Circunstancia que aprovecharon milicianos y obreros para entrar
en él y recuperar armas y ametralladoras que pronto servirían para organizar las primeras compañías de milicias. Otros camaradas, los que participaron en el asalto al Cuartel de la Montaña, recuperaron igualmente numerosos fusiles que trajeron al local del Partido.


Con este pequeño arsenal pudimos constituir nuestra primera compañía de milicias –unos 150 hombres– que se dirigieron hacia Guadalajara y Sigüenza, población esta última donde se estabilizó el frente por este lado de la Sierra. Al mando de esta unidad se encontraba el excelente y querido camarada Hipólito Etchebéhère, nacido en la Argentina, de origen vasco-francés, al que acompañaba su compañera Mika, que más tarde había de jugar un papel relevante en nuestra guerra civil. Políticamente, ambos procedían del grupo francés Que faire?, desprendido del trotskismo.

Mientras tanto, la sección, al calor de los acontecimientos, se iba desarrollando. Empezamos a disponer de locales por todas partes: una gran imprenta; transformamos un convento, contiguo al Cuartel de la Dirección de la Guardia Civil, que inicialmente también requisaron nuestros camaradas, en el Cuartel “Lenin” del POUM.



Montamos unos talleres de confección de ropa para los milicianos, comedores, y una clínica de la barriada de la Prosperidad se hallaba regida por camaradas nuestros. Aunque en los primeros momentos nos llegaba regularmente La Batalla y Juventud Obrera, no tardamos en editar El Combatiente Rojo, destinado a los milicianos, y POUM como semanario. La incorporación al partido en esos días de un ingeniero técnico en materia de radio, nos permitió construir una emisora en último piso del edificio Capitol, desde donde el partido, por medio de conferencias y discursos, lectura de prensa, etc. difundía la política del POUM. También fue utilizada por los camaradas que, próximos a nuestras ideas, se encontraban en Madrid.




Naturalmente, la preocupación central en ese período era el curso desfavorable que iban tomando los acontecimientos militares. Todos los esfuerzos y energías se desplegaban ya impregnados por esta preocupación mayor. Las tropas franquistas ascendían desde Extremadura, sin hallar otra resistencia que la de campesinos indefensos, y la que iba oponiéndole heroicamente la acción desorganizada de las milicias que llegaban de la capital. Ante la gravedad de la situación, el problema del mando único primero, y la formación de un Ejército disciplinado que oponer al Ejército de Franco, se presentaba de forma apremiante. Las consignas que los comunistas lanzaban en ese sentido eran fácilmente comprendidas por la mayoría de la población que resumían con el equivoco de: “Primero, ganar la guerra”.


El Ejército Popular que se estaba creando, y en el que los comunistas, gracias a la ayuda soviética, tenían una posición predominante, llegó a constituir la pieza esencial en la reconstrucción del Estado republicano. Nosotros éramos partidarios intransigentes de ligar la acción militar a la defensa y desarrollo de las conquistas revolucionarias de Julio, y siendo también partidarios de la constitución de un mando único y un ejército disciplinado, lo condicionábamos a la defensa de las mismas. Pero nuestra posición tenía pocas posibilidades de imponerse, no sólo a causa de nuestra debilidad como organización, sino al hecho importante, que ya
desde los primeros meses no se resolvió favorablemente el problema central de toda crisis revolucionaria: el problema del Poder.



El POUM en Sigüenza


En los primeros meses de la guerra, el frente de Sigüenza lo componían fuerzas de la CNT, comunistas, ferroviarios y el POUM. Cada una de ellas con su jefe respectivo, pero todas bajo el mando de Martínez de Aragón, coronel del Ejército. Los entendidos en cuestiones militares hablaban de la imposible defensa de la plaza. Pero en aquellos días nadie pensaba en pararse allí. Así se intentó repetidas veces asaltar el castillo y la ciudad de Atienza, situada a unos 30 km., y que constituían un nudo importante de comunicaciones para los fascistas en la sierra. Todos los intentos fracasaron y en ellos perdimos a varios camaradas, entre los que se encontraba Rodolfo Mejías, miembro del Comité Local del POUM de Madrid y a Etchebéhère, jefe de nuestras milicias, al que reemplazó inmediatamente G. Baldris, quien meses más tarde había de mandar
una Brigada de la XXV División.




Tras estos fracasos, los fascistas no tardaron en contraatacar y preparar, a su vez, el asalto a Sigüenza. Martínez de Aragón ordenó recluirse en la Catedral pensando, decían algunos, repetir una operación similar a la del Alcázar de Toledo. Pero la Catedral no era el Alcázar. Tras largos días de asedio, que muchos milicianos aprovecharon para escapar del cerco, la Catedral cayó en sus manos. Antes habían fusilado a los milicianos heridos que se encontraban en la casa-hospital del pueblo, y otros muchos cayeron combatiendo en las calles de Sigüenza, fuera de la Catedral, como el camarada Emilio Freire, del comité local de Madrid, y dirigente del Sindicato de Zapateros de UGT.


Con la Catedral en sus manos, donde se encontraba una parte de la población civil, los fascistas procedieron a seleccionar a aquellos que más se habían distinguido en su defensa y que seguidamente fusilaron. Así murió Eugenio Izquierdo, destacado militante del POUM; joven y ya veterano revolucionario.


Otros, entre los que se encontraban decenas de milicianos del Partido, fueron llevados a cárceles y campos de concentración.



La campaña de los comunistas


Ya en las primeras semanas de la guerra civil, Julia Blanco y José Vallecillo, que marcharon a Andalucía para luchar en las milicias, donde el último tenía amigos, fueron asesinados por los comunistas. Eran las primeras víctimas de una larga lista que en el curso de la guerra los estalinistas se cobrarían, no sólo entre los militantes del POUM –conviene señalarlo– sino también de anarcosindicalistas, socialistas y militantes de su propio partido. Era el nuevo estilo que la GPU introducía en nuestro país para dirimir las diferencias políticas. Desde que comenzó la ayuda soviética a España, allá por octubre del 36, centenares de sus agentes, como diplomáticos, consejeros políticos o periodistas, llegaron a Madrid, precediendo a las Brigadas Internacionales. A partir de ese momento, la
prensa comunista, que no desperdiciaba ocasión para calumniarnos, desató una campaña contra el POUM sin precedentes en el movimiento obrero. Con una falta total de escrúpulos, nos presentaban como confabulados con Hitler, Mussolini o Franco. Día tras día iban intoxicando a la población. Así llegaron a organizar una manifestación contra el local de nuestras juventudes, que sólo la llegada de camaradas del partido, previamente advertidos, impidió que lo asaltaran. Les exasperaba no sólo que denunciáramos su política en defensa de la república burguesa, el que les recordáramos diariamente el abandono que hacían de los principios del comunismo, sino, principalmente, que habláramos de la gran farsa de los procesos montados por Stalin en Moscú, para deshacerse de la vieja guardia bolchevique.



La situación era para nosotros, dada nuestra debilidad como organización, en extremo difícil. Los comunistas contaban ya, para esta sucia tarea, con la cobarde complicidad de los republicanos y una parte importante de los
socialistas. Sólo los anarcosindicalistas, y sus periódicos CNT y Castilla libre
nos defendían, enfrentándose valientemente a la prensa y actuación comunista.



Mientras tanto, la situación militar continuaba agravándose. Las tropas
franquistas, que habían recuperado ya el Alcázar, se dirigían hacia Madrid sin grandes resistencias. Las milicias luchaban ya en los pueblos cercanos a la Capital.


Entre ellas, el batallón “Lenin” del POUM que comandaba G. Baldris, formado por milicianos procedentes de Sigüenza, y cientos de campesinos de Llerena, Andalucía y Extremadura que habían llegado a nuestro cuartel. También participó en estos desordenados combates la columna “Joaquín Maurín” que el POUM de Cataluña envió a Madrid y que el pueblo, días antes, recibió cariñosamente a su paso por las calles de la capital. Apenas sí las dejaron descansar, pues al día siguiente de permanecer en nuestro cuartel recibió la orden de incorporarse al frente. Decenas de militantes y camaradas dejaron sus vidas en estas batallas que precedieron a la salida del gobierno, que me permito simbolizar en los nombres de Eulogio
Fernández, Luis Medina, Paco Marrón, Joaquín Pastor y García Palacios, hijo de nuestro camarada Luis García Palacios, todos ellos miembros de las Juventudes Comunistas Ibéricas (JCI) de Madrid. El sacrificio de nuestros militantes en los frentes les traía sin cuidado a los directores de orquesta comunistas, que proseguían su campaña de infamias contra nosotros.


Constituida la Junta de Defensa, una vez el Gobierno en Valencia, ésta no tardó en aparecer como un instrumento estalinista. Anteriormente, los agentes estalinistas habían impedido la participación del POUM en la misma. Manuel Albar, destacado dirigente del PSOE, al que una delegación del Comité Local fue a ver por tal motivo, les dijo, que, lamentándolo mucho, pues conocía el coraje con que luchaban nuestros milicianos en el frente, y convencido de la injusticia que se cometía con el POUM, reconocía, sin embargo, que “entre la ayuda rusa y la que ellos podían ofrecer en aquella situación, la opción no ofrecía dudas”.
El chantaje de la mencionada ayuda les permitía todo a los agentes de la GPU.



En aquellos primeros días de noviembre del 36 el pueblo fue capaz, con su lucha y sacrificio, de evitar la caída de Madrid. Días después, la llegada de las brigadas internacionales, y la presencia también en los cielos madrileños de la aviación rusa, hizo que la situación militar se consolidara. Siguieron, naturalmente, sangrientos y encarnizados combates en los perdimos a nuestro querido por todos Jesús Blanco, secretario general de las JCI de Madrid y a Emilio García, destacado militante del partido.
Obligados por la militarización de las milicias, que presuponía la desaparición de las mismas como tales, las nuestras se integraron en unidades mandadas por confederales, junto a las cuales estábamos combatiendo. Y así llegamos hasta enero del 37, en que la Junta de Defensa procedió a la incautación de la emisora del POUM, so pretexto que “< i>desde ella se vertían agresiones verbales contra el gobierno legítimo de la República, contra el Frente Popular y sus dignos
representantes, contra las figuras destacadas en la defensa de nuestra invicta ciudad, etc
.”. Siguió la suspensión de nuestros modestos periódicos, El combatiente rojo y el semanario del POUM.


Todavía no se atrevieron a operar detenciones de militantes, quizá porque la mayoría de ellos se hallaban confundidos con la actividad del frente o, más probablemente, porque el principal objetivo de sus planes fuera la dirección del partido en Barcelona. Por entonces, en Cataluña la correlación de fuerzas, pese al retroceso que la revolución venía sufriendo, no les era muy favorable. Como sabemos, hubieron de esperar unos meses. En este sentido puede decirse que la represión estalinista contra el POUM en general, empezó en Madrid, diríamos que por el eslabón más débil del partido.


Las semanas que siguieron a este desmantelamiento de los medios de
comunicación del partido, no nos impidieron continuar el funcionamiento como organización, ya que los locales no fueron clausurados. Y en ellos seguimos celebrando reuniones políticas con los camaradas que venían del frente, muy cercano, las reuniones propias del partido, etc. Nuestros delegados acudían a las reuniones del Comité Central en Barcelona, y nos preparábamos para participar en el congreso del POUM, que se iba a celebrar en el mes de mayo.


Ya en abril nos encontrábamos en Barcelona una importante delegación de camaradas de Extremadura, Andalucía y Madrid, por tal motivo. Y allí nos alcanzaron los sucesos de mayo, en los que participamos junto a los camaradas de Barcelona. Durante los mismos cayó el camarada Julio Cid, delegado por Andalucía al Congreso.


La represión que siguió a los hechos de mayo en Barcelona, alcanzó a la
mayoría de los miembros significados de la sección madrileña, que permanecieron en cárceles o campos de concentración hasta el final de la contienda.


Algunos pudieron pasar a Francia y otros acabaron en las cárceles franquistas o en la nueva y ya más dura clandestinidad que comenzaba en España para nosotros y para la mayoría del pueblo.

En la clandestinidad franquista


En los meses que siguieron a la caída de Madrid conseguimos reencontramos una veintena de camaradas, no sólo madrileños, que habían logrado escapar de los campos o batallones de trabajo. La situación personal y legal de la mayoría de ellos es de imaginar. Para tratar de resolverla y contribuir con nuestras modestas fuerzas a proseguir la lucha contra el franquismo, decidimos reorganizar la sección. Se constituyó una comisión formada por Julio Granell, Teodoro Sanz y Enrique Rodríguez, a la que más tarde se incorporaría Luis Portela, encargada de esta tarea. Aprovechando una circunstancia excepcional, pudimos editar en multicopista dos números de El Combatiente rojo, destinado exclusivamente a camaradas y amigos.


Había comenzado la segunda guerra mundial, y empezamos a tener noticias de las actividades del partido en Barcelona. Desde allí, nos enviaron algunos ejemplares de Front de la Llibertat y no tardamos en contactar personalmente con Utges, excelente y activo camarada que se presentó en Madrid huyendo de la policía de Barcelona. Con él mantuvimos conversaciones de cara a reorganizar el partido en
el interior, y no nos ocultamos las divergencias que nos separaban en torno a algunos problemas importantes. Este contacto, sin embargo, no tardó en dar frutos.


Poco tiempo después, José Pallach nos visitaba portador de una voluminosa tesis sobre la situación nacional e internacional, que debía servir de base a la primera conferencia clandestina que estábamos preparando en Barcelona. Ésta se celebró a finales de 1943, a la que asistieron como delegados por Madrid Julio Granell y Enrique Rodríguez. En la misma se eligió un comité ejecutivo compuesto por José Pallach, David Rey, José Pané, Miguel Utges, Enrique Rodríguez y Estarán.


Incorporado Enrique Rodríguez al comité ejecutivo, la sección continuó
funcionando bajo la dirección de Teodoro Sanz, Luis Portela y Julio F. Granell, hasta que en 1946 la policía la desarticuló, al detener a Urbano Armesto, Teodoro Sanz, Aymerich y Emma Roca. Todavía, durante un cierto período, el POUM siguió manteniendo relaciones en Madrid con las direcciones de la CNT y el PSOE, por medio de la breve estancia de Joaquín Maurín y también de Luis Portela.


Poco he hablado, principalmente por falta de información, de aquellas
secciones que desde los primeros días de la sublevación cayeron bajo el dominio de los militares. Pero quiero aprovechar esta ocasión para rendir homenaje a sus hombres más significados, que supieron morir como poumistas. En La Coruña, Luis Rastrollo, condenado por un consejo de guerra, fue fusilado. Igualmente lo fue Fernando Sendón, hermano de L. Fersen. En Sevilla lo fueron, asimismo, Emiliano Díaz y J. Herrera. Felix Alutiz, secretario del sindicato ferroviario de Navarra, fue ejecutado en Pamplona. José Martín y otros camaradas de Llerena fueron fusilados en Badajoz. Y al veterano revolucionario Eusebio Cortezón, lo ejecutaron en Santander. Y, por último, José Luis Arenillas, miembro del comité
central, médico de profesión, jefe de sanidad del ejército de Euskadi, fue hecho prisionero y ejecutado a garrote vil en marzo de 1938. Antes, los comunistas habían asesinado a su hermano José María, joven economista, en Asturias.


Había ejercido el cargo de secretario de la junta de comisarios de Vizcaya. Y termino esta información, bastante incompleta, sobre lo que fue la sección madrileña, reafirmando mi fe en las ideas que hace 50 años motivaron su creación.

[Texto completo de la ponencia leída por Enrique Rodríguez, que fue miembro del Comité Ejecutivo del POUM, el 25 de septiembre de 1985, en el Centre d’Estudis Historics Internacionals, de la Universidad de Barcelona, en conmemoración del cincuentenario de la fundación del POUM. Publicado originalmente en los números 11 y 12 de la revista Iniciativa Socialista (1990) y reeditado en el boletín digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre 2002].









En este enlace hay muchos documentos sobre el POUM





Wilebaldo Solano.  En memoria de Enrique Rodríguez Arroyo "QUIQUE"

1 de noviembre de 1990
La vieja guardia del POUM va desapareciendo. El paso de los años es implacable. No hace muchos meses tuvimos que despedimos de María Teresa Andrade y sentimos cruelmente la muerte en Toulouse de Pedro Durán, uno de esos militantes modestos, inteligentes y eficaces que constituían la armadura política de nuestro movimiento. Era un hombre bueno y abnegado, representación viva de los cuadros militantes que mantuvieron durante largos años, en el corazón de la emigración española en Francia, la llama de la resistencia contra la dictadura franquista. Ahora tenemos que evocar la figura de Enrique Rodríguez Arroyo, Quique para sus camaradas, fallecido en Madrid, su ciudad natal, a principios de agosto de 1990.

En un acto íntimo celebrado en Barcelona durante la revolución y la guerra civil, Juan Andrade dijo que en el POUM convivían armoniosamente dos generaciones, la de los que tenían alrededor de los 40 años y la de los que contaban alrededor de 20 años, es decir, la que se forjó en las luchas de los años 20 al resplandor de la revolución de Octubre, y la que hizo sus primeras armas en las luchas de la República y fue la fuerza de choque en el proceso revolucionario de 1936. Enrique Rodríguez, que comenzó a militar a los 16 años, pertenecía, más por su inteligencia y su madurez que por sus años, al sector de enlace entre las dos generaciones citadas. Colaboró con la Juventud Comunista Ibérica, la organización juvenil del POUM, pero casi siempre asumió responsabilidades en el Partido. ¡Y qué responsabilidades!


Son muchos los militantes del POUM que participaron en las luchas más duras y más dramáticas de su partido y a los que las circunstancias impusieron tareas y responsabilidades para las que no se consideraban preparados. Quique no tenía pretensiones de dirigente. Hablaba bien y podía ser excelente en un debate político, pero no fue conferenciante y raras veces apareció como orador en los actos públicos. Escribía bien, como lo prueban sus cartas y artículos, pero habla que empujarle para que colaborara en la prensa. Siempre pensaba que había gente con mejores cualidades que las suyas para hablar o escribir. Todo esto se explica porque era un tipo de militante muy propio de los años 20 y 30. Era un obrero (fue fotograbador y pintor) que se había formado intelectualmente gracias a un enorme esfuerzo personal y a su infatigable curiosidad. Era, como tantos otros en nuestro país, un autodidacta. Ahora bien, se impone decir que era un autodidacta con una excelente inteligencia natural y con una capacidad de asimilación y de síntesis de los conocimientos adquiridos que excluía rotundamente la confusión y el barullo mental. Yo le dije en una ocasión que, en España, todos somos autodidactas, incluso los que hemos pasado por las Universidades, mas no se lo creyó. Siguió pensando que determinadas tareas eran propias de los intelectuales en la sociedad capitalista.


Toda una vida militante


La vida militante de Enrique Rodríguez fue de una riqueza extraordinaria. Podría decirse de él que estuvo en los combates del POUM y afrontó sin vacilaciones todas las vicisitudes que éstos comportaron.


El resumen escueto podría ser éste: fue un partidario entusiasta de la fusión del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista y, por tanto, de la creación del POUM; admiró mucho a Maurín desde que le conoció y fue uno de los principales dirigentes de la sección del POUM en Madrid en el período 1935-1937; permaneció en Madrid el 7 de noviembre del 36 y llevó las negociaciones tendentes a que el POUM formara parte de la Junta de Defensa de la capital, que fracasaron por el veto del representante de Stalin; en 1937 participó en las Jornadas de Mayo en Barcelona y fue detenido y encarcelado en la Modelo de Barcelona y, luego, en el campo de trabajo de Omells de Nagaya, dirigido por un estalinista; al terminarse la guerra fue detenido y trasladado al campo de concentración franquista de San Marcos de León, donde no lograron identificarle; en cuanto recobró la libertad, se trasladó a Madrid, donde participó en 1939 en la reorganización del POUM y en la publicación de dos números de E] Combatiente Rojo, una de las primeras publicaciones clandestinas antifranquistas que aparecieron en España; a finales de 1943 fue elegido miembro del comité ejecutivo del POUM en una conferencia celebrada en Barcelona, junto con Pallach, David Rey, Utges, Estarán y Pané; este grupo sacó de nuevo La Batalla en septiembre de 1944, pero sus animadores fueron detenidos y conducidos a la Cárcel Modelo, entre ellos Quique, Pallach y David Rey; cuando logró salir de la prisión se incorporó de nuevo al comité ejecutivo del POUM e intervino activamente en la reorganización de la UGT de Cataluña y en la publicación de La Batalla, Catalunya Socialista, Adelante y UGT; asistió a la conferencia general del POUM que se celebró en Toulouse a fines de 1947 en representación de la organización clandestina de España; en 1948, perseguido por la policía, pasó a Francia y se instaló en París con su compañera Emma Roca, miliciana en la Columna Motorizada del POUM en Madrid, a la que se dio por muerta tras los combates de Sigüenza, y militante en los años 40 en la clandestinidad madrileña; en Francia, Quique fue elegido miembro del CE del POUM y participó en toda una serie de tareas internacionales; en 1976-77, al producirse la crisis del POUM, se opuso a los que querían ingresar en la socialdemocracia; se traslado en 1979 a Madrid, donde fue uno de los creadores y animadores de la Fundación Andreu Nin.


Este resumen excesivamente esquemático da una idea, sin embargo, de lo que podrías ser una biografía de Enrique Rodríguez. Cada uno de sus enunciados podría convertirse en el título de un extenso capítulo de la biografía de una extraordinaria vida militante. Pero como aquí no podemos extendernos mucho, no queda otro remedio que concentrarse en algunos aspectos de su aventura personal, siempre inserta en un trabajo colectivo, en una actividad consciente y tenaz que tenían como motores esenciales la lucha contra el franquismo y la reivindicación permanente de los valores del socialismo auténtico frente a la gran impostura del estalinismo.


Cuando no era fácil ser del POUM


No era fácil ser del POUM en Madrid entre noviembre de 1936 y el fin de la guerra. Las calumnias estalinistas, sistemáticas y atroces, abrumaban a los mejor templados. Pero Quique lo fue en su puesto responsable, como lo fueron los que combatieron en la unidad mandada por Mika Etchebéhère en las trincheras de la Moncloa o en los batallones de Cipriano Mera. Porque no hay que olvidarlo: la represión contra el POUM comenzó en Madrid con el asalto al local de la JCI y la suspensión de La Antorcha y de El Combatiente Rojo, mucho antes de las Jornadas de Mayo, que se tomaron como pretexto en junio de 1937 para justificar la detención de Nin y de centenares de militantes. Mas tampoco era fácil ser del POUM bajo el terror franquista en 1939-1943, cuando las cárceles y los campos de concentración estaban atestados, cuando reinaba el nuevo orden" de Franco y de Hitler en España y en Europa. Pero Quique lo fue en Madrid y en Barcelona, lanzando algunas de las primeras publicaciones clandestinas, como el increíble El Combatiente Rojo en 1939, Frente de la Libertad el mismo año y La Batalla en 1944, organizando y animando en los días más aciagos la resistencia obrera y popular a la opresión dominante.


Yo conocí a Enrique Rodríguez cuando vino a Barcelona al primer gran mitin nuestro después de la represión de octubre de 1934 y de la creación del POUM. Por iniciativa de Joaquín Maurín, nos habíamos escrito antes para contrastar nuestras opiniones sobre el viraje de Carrillo hacia el estalinismo y la unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas en las JSU. Habíamos escrito sobre el particular en La Batalla y en La Nueva Era y nuestra coincidencia al respecto era completa. Hablamos juntos en el mitin que celebró la Juventud Comunista Ibérica en octubre de 1936 en Madrid, que suscitó las iras de Carrillo y su aparato. Nos vimos bastante durante el período revolucionario. Pero lo conocí sobre todo a partir del viaje que hicimos juntos a Barcelona y a Madrid en diciembre de 1946. El comité ejecutivo del POUM en el exilio me había confirmado la tarea de asistir a la Conferencia que iba a celebrar la organización de España en Barcelona y de enlazar con Joaquín Maurín, que había sido liberado al mismo tiempo que Cipriano Mera y se encontraba en residencia vigilada en Madrid.  Como Quique estaba de paso en París (los contactos entre las organizaciones de España y del exilio eran muy frecuentes), decidimos hacer el viaje juntos y con Alberto Aranda, uno de los mejores guías de nuestro servicio especial de enlace con España.

La frontera con Francia estaba cerrada y los españoles necesitaban un salvoconducto para trasladarse a las poblaciones próximas a los Pirineos. Mi documentación falsa fue preparada en Perpignan. Dormimos en Bourg Madame y pasamos la frontera al amanecer para tomar en Puigcerdá el primer tren de la mañana. Nos colocamos en vagones diferentes y en primera clase para suscitar menos sospechas. Pese a un pequeño incidente, que me decidió a bajar en Vic y a confundirme con los campesinos que iban a la feria local, llegamos a Barcelona los tres. Yo llegué en un tren diferente y bajé en el apeadero del Clot. Me pareció más prudente. Quique y Aranda se alarmaron y pensaron que me habían detenido. Pero no tardé en ponerme en comunicación con ellos.


En Barcelona había un fuerte movimiento huelguístico. Las organizaciones clandestinas -muy pocas- estaban en una fase de gran actividad. La Conferencia de la ONU en San Francisco y la ofensiva internacional contra Franco habían creado un clima eufórico entre la gente. El régimen parecía condenado. Pasé cerca de dos semanas en Cataluña trabajando con Quique y la organización ilegal del POUM. Me enseñaron la imprenta que habían instalado en una torre de Vallvidriera donde residían Enrique Sancho y su compañera, militantes ejemplares que vivían en un mundo irreal, convencidos de que la empresa que ocultaban iba a resistir mucho tiempo. Les ayudé a modificar la maqueta de La Batalla y alivié la carga de Quique escribiendo en el periódico.  Asistí a la Conferencia del POUM, en la que por cierto participaron delegados de casi todas las secciones.


Fue emocionante volver a ver a tantos camaradas en aquellas condiciones. Eran los sobrevivientes más activos de los años de terror franquista.  Recuerdo la satisfacción de Luis Portela por el trabajo que se realizaba y su deseo de que "gente del exilio" fuera a reforzar la organización. El secretario político era Quique, que, al mismo tiempo, asumía la mayor responsabilidad en la dirección de la UGT clandestina de Cataluña.

Después de la Conferencia de Barcelona, Quique me propuso acompañarme a Madrid. Acepté, pese a las reticencias de algunos compañeros que juzgaban que íbamos a "aumentar los riesgos". Hicimos el viaje juntos. Fue una ocasión para charlar largamente con Quique sobre multitud de cosas. Nos asombró que en el tren la gente se expresara con tanta audacia y criticara abiertamente el régimen. Nosotros decidimos permanecer silenciosos y, cosa curiosa, esta actitud determinó que los viajeros nos miraran con desconfianza. Bajamos en Caspe para ver a compañeras del partido que trabajaban en la estación. Su sorpresa fue mayúscula. ¡Cómo si hubiéramos caído del cielo!


En la estación de Sigüenza paramos al lado de un tren repleto de militares (jefes y oficiales) que se trasladaban a Zaragoza para asistir a un acto en la Academia Militar. No pudimos por menos que evocar la lucha heroica de los militantes del POUM de Madrid en la catedral de Sigüenza durante la guerra. Fue entonces cuando Quique me habló de Emma Roca, su compañera, a la que habíamos dado por muerta en Sigüenza durante bastante tiempo y ahora se encontraba en la cárcel de Madrid. Con su gracejo madrileño, me dijo: "A lo mejor te has creído que voy a Madrid por ti y por Maurín. Pues, no señor; voy a ver a Emma". A renglón seguido, comenzó a hacer elogios de Maurín, de su conducta ejemplar en la Cárcel Modelo de Barcelona, de su valía y de sus cualidades. Para él, era indispensable que Maurín estuviera al frente del partido: "Tienes que convencerle".


Con Maurín en el Madrid de 1946-47


Permanecimos en el Madrid de diciembre 1946-enero 1947 unos 15 días. Quique se ocupó de casi todo con su diligencia de buen militante: me alojó en casa de un linotipista de la CNT, gallego y simpatizante del POUM, que era poco conocido en la capital y en el que tenía una confianza absoluta. "Portela te había buscado una pensión segura que tiene un republicano amigo suyo. Pero estarás mejor en Cuatro Caminos".


Concertó una cita con Portela y otra con Maurín, que estaba en residencia vigilada. Me llevó a una reunión de la UGT y a otra del comité nacional de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Fuimos juntos a elegir pasteles y flores para Emma... A decir verdad, Quique se movía con más soltura en Madrid que en Barcelona. Por lo demás, en Madrid se vivía en plena euforia en los medios de la oposición antifranquista. Todos imaginaban que Franco tenía que desplomarse corno consecuencia de la caída de Mussolini y de Hitler. Las esperanzas en la ONU y en su Conferencia de San Francisco eran ilimitadas. Cuando yo decía -reflejando el criterio menos optimista que prevalecía en París- que la situación era más compleja, que los gobiernos de los Estados Unidos y de la URSS no se proponían derribar a Franco, no me creían. Les defraudaba mi escepticismo. Pensaban que los que vivíamos en París estábamos mejor informados y que, por lo tanto, teníamos que confirmarles que estaban en lo cierto. Quique me aconsejaba que fuera menos categórico en mis juicios para "no desanimar a la gente".


El encuentro con Joaquín Maurín fue muy emocionante. Nos abrazamos en la entrada del Museo del Prado, donde me había dado cita. Y, luego, en seguida, desfilando por las salas, me abrumó con mil preguntas: sobre los compañeros, el partido, el exilio, la guerra civil, la segunda guerra mundial, la situación internacional, el movimiento obrero europeo, París... Su interés y su curiosidad eran tan apremiantes que no resultaba fácil contestarle. Pasábamos de una cosa a otra de un modo desordenado.  De repente, me preguntó cuanto tiempo podía permanecer en Madrid y propuso que ordenáramos la conversación por temas. Proseguimos la charla en el Retiro. Y quedamos para el día siguiente en el Museo del Prado. Tuvimos en total diez o doce entrevistas, más una reunión con tres dirigentes de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas.


No puedo extenderme aquí sobre las entrevistas y las discusiones con Maurín. Sólo quiero dejar constancia de que él creía también que el fin de Franco estaba próximo y que, por consiguiente, no era cuestión de pensar en su traslado a París -proposición que yo le hice en nombre del comité ejecutivo del POUM-, sino del regreso progresivo de los exiliados a España.


La Batalla que se publicaba en París era excelente, pero había que prepararse para lanzarla en Barcelona. Al interrogarle sobre su situación material en Madrid, me dijo que podía vivir con el producto de las traducciones que realizaba para el editor catalán Janés, para el que ya había trabajado en la Cárcel Modelo de Barcelona. Naturalmente, Maurín me explicó su odisea: su desesperación al encontrarse en Santiago y La Coruña en plena insurrección franquista, sus prisiones, y el drama que supuso para él verse impotente, aislado y cortado de sus camaradas y de su partido. Pero este es un tema que no puedo abordar aquí.


En 1946-47 había en Madrid un buen núcleo de militantes del POUM: Luis Portela, Julio F. Granell, Aymerich (ex-comisario político de la29ª División en el frente de Aragón) y otros que no recuerdo. Maurín mantenía una relación discreta con ellos en razón de su situación especial. Quique y yo nos reunimos con ellos varias veces. Un día frío y de espléndido sol, Portela y Quique me llevaron a la Ciudad Universitaria, donde las huellas de los combates de la guerra civil estaban terriblemente presentes. Nos paramos en las trincheras de la Moncloa, donde habían combatido algunos de nuestros mejores compañeros. Frente a nosotros, a unos metros de distancia, un oficial del Ejército explicaba a su novia que "los rojos eran duros de pelar". Por iniciativa de Quique, nos fuimos.


Quique y yo regresamos a Barcelona juntos. Durante nuestra ausencia se habían producido detenciones de compañeros responsables, Alberich, Rocabert, Verdejo. Pero la policía no descubrió nuestra imprenta. Yo regresé a Francia, con Sancho como guía para cruzar la frontera. Lo pasamos muy mal a causa de la nieve. Llegamos a Bourg Madame con los pies casi helados. Quique permaneció en Barcelona hasta fines de 1948. Cuando su situación se hizo casi imposible, puesto que la policía le buscaba hasta por motivos en los que no estaba implicado, decidimos que se refugiara en Francia. En París, pudo reunirse con Emma y rehacer su vida, tras largos años de luchas y dificultades. Trabajó como pintor.  Pero requerimos su concurso para muchas tareas y, finalmente, se incorporó al comité ejecutivo del POUM.

El último acto político


En los largos e interminables años del exilio, nada fue fácil tampoco. Hubo períodos de exaltación y de interna actividad y fases de depresión y de crisis. Es absolutamente imposible resumir la actividad del POUM y sus múltiples tareas. Quique era un madrileño profundamente internacionalista. El exilio le permitió completar su formación y abrirse a nuevos horizontes. Pero lo vivió con los ojos puestos en Madrid. En 1985, en una interviú que le hizo Pelai Pagés y que fue publicada en la revista catalana L'Avenç, Quique resumió el exilio del POUM en Francia con las siguientes palabras: "Pese a todo, el POUM en el exilio desarrolló una tarea magnífica.  Estuvo presente en todas las manifestaciones de la vida política, editó folletos interesantes, estuvo en contacto con las fuerzas estudiantiles y sindicatos del interior y ayudó cuanto pudo a las huelgas y protestas que se producían en España. Pero sobre todo supo mantener hasta el último momento La Batalla, reconocido como uno de los mejores y más interesantes periódicos del exilio".


En 1976, cuando se produjo la crisis más grave del POUM, no reaccionamos de la misma manera. Aprobó la reaparición de Tribuna Socialista y su orientación política, que tendía al reagrupamiento de los marxistas revolucionarios sobre la base de la experiencia del POUM. Osciló entre nosotros y los que se orientaban hacia la socialdemocracia. El y otros compañeros nos complicaron la tarea emprendida. Recuerdo con pena ese período. Sin embargo, Quique se opuso a la disolución del POUM y se mantuvo fiel a sus ideales hasta el fin. El proceso de desmoronamiento del estalinismo le reafirmó en sus convicciones políticas. Su principal actividad la desarrolló en la Fundación Andreu Nin.


Su último acto político consistió en formar parte de la delegación que el 26 de junio de 1990 presentó en la embajada de la URSS el documento suscrito por más de 300 intelectuales y militantes de izquierda reclamando a Gorbachov y a la comisión de rehabilitaciones del PCUS el esclarecimiento de las condiciones en que fue detenido, secuestrado y asesinado Andrés Nin en 1937 por agentes de la GPU rusa. En el salón de la Embajada, mientras hablábamos con los diplomáticos soviéticos, observé un momento a Quique, que estaba sentado frente a mí. Le sentí muy frágil, muy disminuido, y me asusté. Pero a la salida y, luego, en la terraza de la Castellana, contento entre tantos amigos, me dijo: "hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz". Eran las siete de la tarde, el termómetro marcaba 37 grados y una suave brisa vino a colmar nuestra alegría y a animar las conversaciones de nuestro grupo. Quique se nos fue unas semanas después, el 3 de agosto, en su Madrid. Ni le olvidamos ni le olvidaremos.
1 de noviembre de 1990






NECROLÓGICAS

Enrique Rodríguez Arroyo, ex dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM)



Enrique Rodríguez Arroyo, del POUM. Cementerio Civil del Este. Madrid



NECROLÓGICA:
Emma Roca, miliciana del POUM




Capitanes sin medallas: 2. Enrique Rodríguez alias “Quique”, el alma del POUM en el frente de Madrid

Escrito por  Pepe Gutiérrez-Álvarez

31 Julio 2012

Cuando hablamos de partidos, sindicatos, de grandes ideas, lo hacemos sobre todo de los hombres y mujeres que la han encarnado en la acción. En los años más oscuros del franquismo, esas ideas y esas personas podían parecer tan lejanas como la Atlántida...


Cuando hablamos de partidos, sindicatos, de grandes ideas, lo hacemos sobre todo de los hombres y mujeres que la han encarnado en la acción. En los años más oscuros del franquismo, esas ideas y esas personas podían parecer tan lejanas como la Atlántida. Una historia perdida que, primero lentamente, y luego de una manera mucho más intensa, comenzamos a reconocer e incluso a tratar. Ese trato con los que habían luchado contra el fascismo, y lo habían hecho por la civilización de la libertad y el trabajo, fue como una recompensa. Sobre todo considerando que durante muchos años, el único rostro que se nos permitió conocer fue el de la cultura de la derrota.


Entre esos hombres y esas mujeres resulta obligatorio evocar a  “Quique” Rodríguez, y de Emma Roca, una pareja de poumistas tan modestos como inolvidables, dos militantes que representaron como pocos al pequeño pero intrépido POUM de Madrid sobre el que la FAN ha tratado en sus últimas jornadas. Sobre “Quique”, Paco Carvajal que ha estudiado esta época, nos decía que apenas si dormía. Y desde que Juan Andrade tuvo que marchar a Barcelona para trabajar en “La Batalla”, “Quique” fue el “alma mater” del POUM madrileño.


Los Rodríguez del trotskismo madrileño de los años treinta fueron tres, todos ellos comunistas desde la juventud. De entre ellos, “Quique”, alias de Enrique Rodríguez Arroyo (Madrid, 1913-1990), fue el más destacado, pero también el historia del su  hermano Antonio, alias “Rodas”, fue igualmente integra y prolongada.


Ambos compartían algunas características comunes como la actitud fraternal y el buen humor por más que le separaban matices de peso. Mientras “Quique” era más poumista que trotskista, Antonio era al revés, además de más “discutidor”…No llegué a conocer a José (Madrid,. 1917-2003), hay que decir que ingresó en la Juventud Ibérica (POUM) a últimos de 1935. Sindicalmente perteneció al Sindicato Metalúrgico, de la CNT, en Madrid. En julio de 1936, marchó con la columna motorizada de la sección madrileña del POUM al frente de Sigüenza. Después ocupó el cargo de responsable político de los transportes del POUM, hasta que la policía estalinista se incautó de dicho material, en febrero de 1937. Más tarde ingresó en la Editorial Marxista, siendo detenido en Barcelona el 16 de junio de 1937 en la operación represiva contra el POUM. Inicialmente incluido en el proceso contra la dirección del POUM posteriormente fue sobreseída su acusación. Continúo su actividad política después del triunfo del franquismo.


Tanto “Quique” como Antonio eran   militantes “de tropa”, de formación y rasgos personales muy marcados, personalidades recias y entregadas no muy diferentes a otros que había conocido en las filas comunistas o anarquistas, aunque con unos grados de debate y formación política superiores. Si había una diferencia, era que “Quique” mostraba perfectamente capacitado de tener opiniones propias bastante desarrolladas sobre todos y cada uno de los problemas de la crisis española de los años treinta (y por extensión sobre el significado del fascismo  de la URSS de Stalin), sin olvidarse de las críticas y autocríticas sobre el POUM, tema sobre el que nunca dejó de debatir amigablemente, con genio pero siempre con buen humor. Con rabia pero también con ironía.



Siempre con una ironía a punto, “Quique” era el rostro más reconocible del trotskismo de Madrid, el lugar donde alcanzó una mayor fuerza organizativa. Allí residía la dirección del PCE, era la "capital del marxismo hispano". Desde Madrid se intentó incidir en el PCE, en las Juventudes socialistas y en el ala izquierda del PSOE y luego del POUM en Madrid y eso imprimía carácter. En Madrid amigo –comentaba con su tono peculiar-  éramos los últimos monos, pero no agachábamos la cabeza. Era parte natural del pueblo madrileño más llano, un obrero de los “de antes”, extrovertido, castizo, con un sentido de oficio en lo que hacía. Aunque    ignoraba el álgebra de la teoría, sabía hacer las cuentas de la abuela, y desde luego, sin citas ni otros adornos, sus intervenciones eran intensas y razonables, eso aparte de divertidas, además bajaba los humos y a ser posible, los “malos rollos”. Recuerdo una ocasión en que conversando con Juan Eduardo Zúñiga, un escritor que tan bien conocía el Madrid resistente a raíz de un encuentro motivado por el interés común por Panait Istrati,  le ofrecí un pequeño retrato de “Quique” acompañado por alguna anécdota todavía fresca sobre su papel en la defensa de Madrid. Zúñiga me comentó como era posible que la historia hubiera acabado olvidando gente así.  Le contesté que, como él bien sabía, la historia la escriben los vencedores, y los  poumistas fueron perdedores por partida doble.


Cuando “Quique”   hablaba de su historia madrileña, no se olvidaba de ofrecer sus propios datos sobre otros poumistas madrileños, algunos de la talla de un Luís García Palacios (1896-1947), empleado de banca y dirigente de las Juventudes Socialistas en 1920, luego primer secre­tario de las Juventudes Comunistas, fue arrestado muchas veces durante la dictadura de Primo de Rivera. En 1922, Luís  viajó a Moscú y “su camino se cruzó con el de Trotsky” cuando es el único que aplaudió a éste en un Plenum de la Internacional ante el silencio tétrico de los burócratas. Luís pasa al Partido Comunista en Oviedo, y llega a ser el principal organizador sindical de Palencia como empleado de banca. En 1931 era miembro de la Agrupación autónoma de Madrid, pero se une a la ICE en 1932, escribe en Comunismo. Diri­gente del sindicato UGT de empleados de banca en el que consigue actuar como “permanente”, y miembro del Co­mité de Madrid del POUM en 1936, era el que expresaba en la prensa poumista las preocupaciones del colectivo madrileño. “Quique” recordaba la preocupación existente ante lo que se veía venir, por reorganizar y rearma las milicias cuyo embrión había surgido al calor de la Alianza Obrera.  Raro era el día en los grupos fascistas no hicieran de las suyas, y calentaran un ambiente en el que la tentación golpista aparecía expresada abiertamente por líderes de vocación fascista como Calvo Sotelo.


Los poumistas critica­ban con dureza la "retórica demagógica" del PSOE, y más aún al PCE, por dedicarse a enardecer los sentimientos de las masas en mítines, uniformarse y organizar desfiles militares, pero sin embargo no mover un dedo por estructurar cabalmente las milicias. Es más se dirigían al gobierno para que éste respondiera a las "provocaciones fascistas" y a desarmar las bandas reaccionarias. En la parte que le correspondía, ellos tenían capacidad de movilizar barrios como Vallecas, y más de una vez  organizaron respuestas contundentes cuando a los falangistas se les ocurrió asomar el hocico. En un Imprecor de octubre de 1984, “Quique” contó con detalle como sucedo la huelga general del 34 en Madrid como actor y casi como periodista. Lo recuerdo evocando las discusiones entre los trabajadores eran antes sobre cómo iba a ser el socialismo, que sobre sus exigencias inmediatas  Pero él sabía que había que ponerle el cascabel al gato, y que para llegar al comunismo libertario o no, había que hacer la revolución, destruir el poder burgués, y para ello se necesitaba un partido, sino fíjate, con la fuerza que tenían socialistas, anarquistas, y los comunistas, que los habían buenos, y fíjate chico, fíjate que desastre, qué lástima.


Pero las cosas no daban para más, no podíamos cambiar las condiciones de la noche a la mañana como pretendía "El Viejo", chico que pena, no se enteraba, estaba muy mal informado. “Quique” lo repetía: en el caso de España, Trotsky no comprendió, no conocía nuestra realidad. 


“Quique” era un personaje forjado en la calle y esos que conocían “a todo el mundo”, de todas las izquierdas. Militante comunista de los de verdad desde los 16 años (1929) en las juventudes del partido, miembro del comité de Madrid, y un comunista trágico que trataba de entender cosas terribles como el desastre del comunismo alemán –del que citaba personajes y referentes como otra gente lo hace sobre los equipos de fútbol-, y todavía no podía evitar el estupor que la causaba el hecho de que el estalinismo hubiera llegado a “arrastrar” a gente de buena madera militante, que los había y él los conocía, y ofrecía su propio retrato de Gabriel León Trilla y su trágico destino, Trilla que callaba cuando los trotskistas le hacía preguntas “envenenadas” sobre el curso burocrático del PCE.


“Quique” tenía por entonces no más de veinte años. Era un obrero (fue fotograbador y pintor) que se había formado intelectualmente gracias a un enorme esfuerzo personal y a su infatigable curiosidad...Su universidad fue la lucha, en 1934  ya era secretario del sindicato de fotograbadores  de la UGT donde consiguió ser un crítico acerbo apreciado y respetado por los mismos que torcían la cara cuando aparecía con sus propuestas en el sindicato, pero que le iban a decir a él los pequeños funcionarios que los domingos se llenaban la boca de palabras sobre el socialismo, a los que ponía nerviosos cuando les preguntaba cuándo y cómo iba a llegar, quien le iba a poner el cascabel al gato.


Su partido fue el POUM, y lo conocía como si lo hubiera parido. No en vano fue uno de los miembro más jóvenes del Central, viajó entre Madrid y Barcelona, estaba al detalle de cada acción, además, por la vía de Juan Andrade y Mª Teresa, era de los más sensibles al debate con Trotsky. Para “Quique” esto no era cualquier cosa, tres décadas después le seguía afectando como algo que acabara de ocurrir, y tenía sus argumentos. Él sabía cómo pocos el alcance y los límites de la izquierda caballeriotas, los conocía a todos, a Largo, a Araquistáin, buena gente, creían en la necesidad de una revolución, pero seguían presos de los esquemas socialdemócratas que habían mamado. De la ICE al POUM hubo mucho trecho. Él lo podía contar siguiendo su propia odisea, que no era moco de pavo. Desde el primer día en el Cuartel de la Montaña, los del POUM estuvieron en la primera línea del frente de Madrid para hacer la guerra y la revolución. Recordaba como en los primeros días Dolores Ibárruri que lo conocía le había sonreído, porque ellos fueron a buscar armas a los locales del PCE en busca de armas, pero a finales de 1936 todo comenzó a cambiar.


Ya no había lugar para las sonrisas, sí acaso calumnia y muerte. Escapó por los pelos. “Quique” fue arrestado después de los acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona, y estuvo preso en un campo de concentración hasta diciembre de 1938 con guardianes comunistas con los que trataba de discutir, pero camarada, ¿no me conoces, no te acuerdas de tal momento o tal huelga?, ¿cómo puedes creer que somos de la "Quinta Columna"?. Como uno de los  dirigentes más activos de la sección del POUM en Madrid en el período que va entre 1935-1937, “Quique” llevó las negociaciones tendentes a que el POUM formara parte de la Junta de Defensa de la capital, y que fracasaron por el veto del representante de Stalin, punto en el que algunos han encontrado una contradicción con su desaprobación a la presencia de Andreu Nin en el gobierno de la Generalitat catalana. La casualidad quiso que durante las jornadas de mayo del 37 coincidiera con una de sus asistencias a una reunión en Barcelona con la que “Quique” garantizó a lo largo de la contienda la conexión entre Madrid y Barcelona, y además en las barricadas. Fue detenido y encarcelado en la Modelo de Barcelona y, luego, en el campo de trabajo de Omells de Nagaya, dirigido por el siniestro Astorga,  un estalinista que descrito por ““Quique” “parecía alguien extraído de las páginas de 1984.   


No pudo escapar y las huestes franquistas lo detuvieron y lo trasladaron al campo de concentración de San Marcos de León, pero afortunadamente no sabían quién era. Esto le permitió  recuperar la libertad, y el “año de la Victoria” se encuentra trabajando por la reorganización del POUM,  sacando dos números de su órgano "El Combatiente Rojo", sin duda una de las primeras publicaciones clandestinas antifranquistas que aparecieron en España. Estos son años agotadores. En una conferencia celebrada en Barcelona a finales de 1943, es  elegido para el Ejecutivo poumista junto con Josep Pallach, David Rey, Utges, Estarán y Pané. Hay una foto de esta época en la que sus componentes parecen ajenos a las caídas y al desánimo. Estaban seguros que más tarde o más temprano la dictadura acabaría cayendo.


Éste es un POUM dinámico que publica de nuevo “La Batalla”, hasta  que “Quique”, Pallach y David Rey  dan con sus huesos en la cárcel Modelo de Barcelona. Al acabar la guerra mundial, descubre que su compañera Emma Roca, está viva, y regresa a Madrid en compañía de Solano con la misión de entrevistarse con Maurín, y Solano que le acompañaba: “Fue entonces cuando “Quique” me habló de Emma Roca, su compañera, a la que habíamos dado por muerta en Sigüenza durante bastante tiempo y ahora se encontraba en la cárcel de Madrid. Con su gracejo madrileño, me dijo: `A lo mejor te has creído que voy a Madrid por tí y por Maurín. Pues, no señor; voy a ver a Emma´. A renglón seguido, comenzó a hacer elogios de Maurín, de su conducta ejemplar en la Cárcel Modelo de Barcelona, de su valía y de sus cualidades. Para él, era indispensable que Maurín estuviera al frente del partido: Tienes que convencerle”. Aunque estrechamente relacionado con Andrade y Mª Teresa (a los que visitó cada semana durante años, cometiendo –según de Cabo- la proeza de no enfadarse nunca con ellos), y provenir del trotskismo, “Quique” había asumido con su actuación catalana, una voluntad de síntesis que le llevaba a polemizar agriamente con los críticos más duros del maurinismo.


Con Emma  de nuevo a su lado, la lucha continuaba. De nuevo en Barcelona, “Quique” despliega toda su capacidad en  la reorganización de la UGT de Cataluña de la que actuara como secretario. Editó nuevamente "La Batalla", y llega a hacerlo también con "Catalunya Socialista", "Adelante", y lo hará también en la prensa de la UGT. Será uno de los pesos fuertes de la conferencia general del partido (Toulouse,  finales de 1947), como secretario político de la organización clandestina. En 1948,  la policía le sigue de cerca, y se ve obligado a pasar a Francia. Se instaló en París un año más tarde con  Emma, con la que formó una de esas parejas militantes cuya relación había superado toda clase de avatares. Finalmente, entre las caídas y la escisión del "Moviment Socialista de Catalunya", más tarde conocidos como “los músicos”, dieron al traste con el arduo proyecto de reconstrucción de parido, y ya no había mucho más ““Quique”s” o Daniel Rebull, alias David Rey en la reserva. 


A partir de entonces, participará en las actividades del exterior, y allí estaba en el París del 68, entusiasmado con el mayo, e involucrado en la marcha de la UGT. En 1985, en una minuciosa entrevista con Pelai Pagès y que fue publicada en la revista de historia "L´Avenç", “Quique” resumió el exilio del POUM en Francia con las siguientes palabras: "Pese a todo, el POUM en el exilio desarrolló una tarea magnífica.  Estuvo presente en todas las manifestaciones de la vida política, editó folletos interesantes, estuvo en contacto con las fuerzas estudiantiles y sindicatos del interior y ayudó cuanto pudo a las huelgas y protestas que se producían en España. Pero sobre todo supo mantener hasta el último momento La Batalla, reconocido como uno de los mejores y más interesantes periódicos del exilio". Sin embargo, esto no fue suficiente para garantizar un relevo generacional que se presentó conflictivo.

Aparte del calor humano que desprendía, “Quique”   era de los pocos veteranos atentos a todo lo nuevo, capaz de escudar a los jóvenes sin atribuirse ningún magisterio de viejo revolucionario... No había tenido acceso a otra cultura que no fue la obrera, no tenía pluma, aunque no la faltaba una capacidad verbal tan llana como llena de sentido común. Hablaba con veneración de editoriales como Fontamara, al tiempo que evocaba lo que para un obrero como él o como sus hermanos o Emma, había significado la labor de un Juan Andrade del que parecía a veces su escudero con el tono socarrón y prosaico de Sancho Panza que era tan propio de “Quique”. En 1976-77, al producirse la crisis del POUM, se opuso –dolorosamente, sobre todo considerando que también tenía sus ilusiones en el desarrollo de una izquierda socialista como la representada por Arsenio Gimeno o por Joan Raventós- a los que querían ingresar en la socialdemocracia. Ya estaba bastante enfermo con todas sus pastillas a cuesta cuando regresó en 1979 a su Madrid y se mantuvo en un área de proximidad con la LCR, y más tarde sería uno de los creadores y animadores de la Fundación Andreu Nin en el Madrid que tan bien conocía.


Su fallecimiento nos cogió a todos más bien tristes, y quizás no hicimos todo lo que tocaba para reivindicar una memoria que siempre tenemos que rescatar del cemento del olvido. Su último acto político consistió en formar parte de la delegación que el 26 de junio de 1990 presentó en la embajada de la URSS el documento suscrito por más de 300 intelectuales y reconocidos militantes de izquierda para reclamar a Gorbachev y a los responsables de comisión de rehabilitaciones del PCUS, el esclarecimiento de las condiciones en que fue detenido, secuestrado y asesinado Andreu Nin. Aquel día cuenta Solano que estaba feliz, pero mi último recuerdo es más bien triste. Data del invierno de 1989 con ocasión de las jornadas que la Fundación Andrés Nin organizó en el Ateneo de Madrid para conmemorar el centenario del nacimiento de Trotsky. Un apagado “Quique” tomó parte en un acto en el que el invitado “estrella” era nada menos que el historiador oficialista, un prepotente Juan Pablo Fusi que tomó la ofensiva como uno de esos abogados en una película norteamericana que no dejan hablar al acusado. Hablaba en nombre de una democracia que parecía colgada en el cielo, y atribuía a Trotsky errores autoritarios que parecían ubicados en el infierno. La mirada del viejo revolucionario era ya apagada y triste. 


Su alegría natural de tiempos atrás se me antojaba entonces, en aquellos días, muy lejana. De hecho, ya estaba muy mal, tenía que andar todo el día con la leche de las pastillas, tantas que se hacía a veces un lío, menos mal que Emma siempre estaba pendiente.  Y un buen día se fue en silencio, pero no quedó en el olvido. 









Revista Viento Sur Nº 43 año XVI

Andreu Nin POUM 1937- 2007

1936- 1937 Combates por la revolución en la guerra civil española



La larga marcha por la verdad sobre Andreu Nin

Wilebaldo Solano


Wilebaldo Solano y el POUM por Pelai Pagés







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