sábado, 16 de abril de 2016

Andreu Nin (1914-36) La cuestión nacional en el estado español






Editorial Fontamara 1979 Prólogo por Pelai Pagés



Índice

 Prólogo
Socialismo y socialismo
Consideraciones Preliminares
Socialismo y nacionalismo
Calma, calama.. Con los nacionalistas, no; con el nacionalismo, si
Consideraciones sobre el problema de las nacionalidades
La cuestión de las nacionalidades y el movimiento obrero revolucionario
Antecedentes de la teoría proletaria
El marxismo y los movimientos nacionalistas
Planteamiento teórico del problema
Qué es la cuestión nacional
La burguesía industrial y la pequeña burguesía en la lucha nacional
¿Cuál debe ser la actitud del proletariado?
La posición bolchevista
El carácter de la unidad española
La lucha de Cataluña por su emancipación.
Anexos
Tesis sobre las nacionalidades
Tesis sobre la cuestión de las nacionalidades
El POUM y la cuestión de las nacionalidades



                                                   Prólogo


El presente volumen recoge la mayor parte de los artículos de divulgación publicados por Nin con el objetivo de dar a conocer las principales posiciones teóricas del marxismo sobre la cuestión de las nacionalidades oprimidas y los movimientos de emancipación nacional, y su adecuación en el estado español. En este sentido, la importancia del compendio estriba en el hecho de que viene a completar la obra teórica que publicó en 1935 con el título de Els moviments d'emancipació nacional 1 .




Hasta poco tiempo antes de su asesinato, en plena vorágine de la represión stalinista contra el POUM, tras las jornadas de mayo de 1937, Nin había estado trabajando en dos obras que jamás pudieron ver la luz pública: una biografía sobre el que fuera íntimo correligionario y amigo entrañable en sus años de militancia en la CNT, Salvador Seguí, ”El Noi del Sucre”, asesinado por los pistoleros del sindicalismo libre el 10 de marzo de 1923; y un proyecto, que acariciaba desde su llegada a España en septiembre de 1930, sobre la cuestión de las


Publicada en Barcelona por las Edicions Proa, 1935. La segunda edición catalana en París, Edicions Catalanes de París, 1970. La primera versión en castellano fue publicada en Barcelona, por Ed. Fontamara, 1977.




nacionalidades oprimidas en la Península Ibérica. Las tareas políticas que tuvo que desempeñar durante la República y la revolución españolas, y su súbita desaparición, le impidieron culminar unos trabajos que, sin lugar a dudas, hoy serían de un valor inapreciable para el movimiento obrero y para la lucha de las nacionalidades ibéricas hacia su emancipación.


La calidad de los materiales que había recogido, la agudeza crítica de su método de análisis, la inquebrantable fe de Nin en la revolución y en las masas obreras y campesinas que debían protagonizarla, quedan reflejados, a pesar de todo, en los artículos que publicamos. Sus posiciones sobre la cuestión nacional en el estado español durante la República son ya conocidas: su tesis central defiende la imperiosa necesidad de que la clase obrera asuma, como única clase revolucionaria, las reivindicaciones nacionalitarias y encamine a las nacionalidades oprimidas hacia su liberación, puesto que sólo la clase obrera podía acometer una tarea que había sido traicionada por la gran burguesía y que estaba siendo traicionada también por la pequeña burguesía radical, a medida que los antagonismos de clase se iban agudizando. La revolución democrática, en cuyo marco debía encuadrarse la autodeterminación de las nacionalidades, sólo podría ser realizada por el proletariado, quien, tras su conquista del poder, iniciaría también amplias transformaciones de carácter socialista. Así, la revolución democrática, en el momento histórico en que quedó planteada su realización a partir de la crisis de 1930, iba íntimamente relacionada, sin etapas ni rupturas de ninguna clase, a la revolución socialista.


La mayoría de artículos que publicó Nin, todos ellos anteriores al inicio de la revolución de julio de 1936, intentan la plasmación táctica de este planteamiento estratégico. Partiendo de las fuentes teóricas del marxismo clásico, de Marx, Engels y Lenin; de la naturaleza de la nación moderna, como producto directo del capitalismo; de las particularidades de la formación del estado español — donde la formación del estado precedió al desarrollo capitalista—; y del carácter de las clases sociales durante el imperialismo, Nin va desgranando, uno por uno, los problemas con que se enfrentaron las nacionalidades del estado español durante el desarrollo republicano, hasta la revolución de octubre de 1934.


Sólo en dos casos la metodología de los análisis de Nin no se ajusta a este planteamiento ni al momento histórico republicano: se trata de los dos artículos que publicó en 1914 en ”La Justicia Social” de Reus, durante sus años de militancia en la Federación Catalana del PSOE. Su inclusión en el presente volumen no es meramente testimonial, sino que posee una importancia histórica y política de primer orden: por primera vez en la historia del socialismo español, un socialista catalán planteaba la necesidad de incorporar la lucha de las nacionalidades oprimidas en el marco de la lucha por el socialismo. Y lo planteaba a través de una argumentación que si bien era aún débil desde el punto de vista teórico, en cambio era irrefutable desde la perspectiva de un análisis de la realidad y de las circunstancias históricas en que se hallaba Europa en vísperas del inicio de la primera guerra mundial.


Su primera contribución armó un considerable revuelo entre los socialistas e inició un debate en el que Fabra i Ribas se distinguió como opositor y contrincante de las posiciones de Nin. Las tajantes afirmaciones de Nin de que ”los caracteres del socialismo no son, ni pueden ser, pura y exclusivamente económicos”, de que ”el problema social no es una simple cuestión de estómago” y de que el ”problema económico” aunque constituye el alma del socialismo ”no deja de representar más que un aspecto — claro está que el más importante — de la cuestión social” representaron, sin duda, dardos hirientes contra el dogmatizado y ortodoxo cuerpo doctrinario de un partido socialista que era impotente para hacer avanzar los planteamientos teóricos del socialismo español. Como diría muchos años más tarde Juan Andrade, ”lo que en España ha pasado por socialismo era una mezcla de obrerismo reformista a secas y de democratismo pequeñoburgués”, características que se concretaron en el hecho de que la ”divulgación de los trabajos de Lafargue realizada por los viejos socialistas era en el fondo sólo la necesidad de dar un barniz teórico a su política”.2 No es extraño, pues, que cuando Nin intentó plantear la cuestión nacional, una cuestión que se apartaba de los esquemas teóricos de los socialistas históricos como Fabra i Ribas, se hallase ante un camino bloquedado.


Aunque anunció la necesidad de profundizar en el estudio de los nacionalismos, no volvió a hacerlo. En agosto de 1915, en plena conflagración mundial, Nin fue entrevistado por una publicación catalana, ”La Revista”, sobre la posición de Catalunya ante la guerra, y en este interviu no dudó en afirmar que el problema de las pequeñas nacionalidades entraba de lleno en la pugna de la guerra mundial, y que ”si, como parece, son resueltos los pleitos de algunos pueblos que luchan por su liberación, el ejemplo puede producir una reacción favorable a nuestro movimiento por parte de quienes aún lo contemplan con indiferencia, y puede servir asimismo de estímulo a los militantes para emprender una intensa tarea de nacionalización, de reconstrucción espiritual, indispensable para el triunfo de la causa de Catalunya”. Tras defender la neutralidad activa de Catalunya frente a la guerra, una neutralidad que promoviese y propulsase ”soluciones de los problemas económicos que la conflagración ha planteado, galvanizando el cuerpo social español y abriendo una vía amplia de discusión serena y desapasionada de las inquietudes que la guerra ha sugerido en las conciencias”, concluía el interviu afirmando ”que la constitución actual de los estados en una continua y permanente amenaza al derecho de las naciones pequeñas y que la unión de todos los pueblos europeos bajo la forma federativa es la única garantía de paz duradera”.3


Si bien Nin no volvió a ocuparse de la cuestión nacional siendo militante del PSOE — y lo fue hasta 1919—, sus intervenciones sirvieron para que se iniciase una interesante polémica que se desarrolló en el seno del socialismo español durante los años 1915 y 1916 y en la que intervinieron entre otros los socialistas catalanes Martí i Julià y Recasens; y, en último extremo, sirvieron también para que el PSOE empezase a plantearse la necesidad de asumir las reivindicaciones de las nacionalidades, aunque quizá fuese sólo por una cuestión de táctica política. El acuerdo de su XI Congreso, celebrado en noviembre de 1918, al aprobar la necesidad de una futura ”confederación republicana de las nacionalidades ibéricas” y su activo apoyo a la campaña en favor de la autonomía catalana que se realizó en Catalunya durante los meses de diciembre de 1918 y enero de 1919, son dos claras consecuencias de un debate que había iniciado Nin a principios de 1914.


Los siguientes artículos de Nin sobre la cuestión nacional se produjeron ya durante la II República española, con el eje metodológico-político que ya hemos mencionado, y tras haber asimilado plenamente el marxismo tanto a nivel teórico como práctico, después de haber vivido nueve años en la Unión Soviética. En todos ellos, Nin no se limita a plantear cuestiones de principio, sino que aborda los problemas concretos con que se encontraron las nacionalidades oprimidas durante la II R.3pública: la resolución que se dio a la autonomía catalana, las continuas transacciones realizadas por la pequeña burguesía nacionalista, las tensiones que se originaron entre el gobierno central y la Generalitat, y la alternativa socialista, que defendía como única forma para solucionar la opresión nacional. No es por casualidad que el último


2 Juan Andrade: “La crisis del partido español como consecuencia de la crisis de la I. C.”, Comunismo, n.° 2, 15 de junio de 1931, p. 24-25.
3 La Revista (Barcelona), n.° 4, 10 de agosto de 1915. Los párrafos transcritos son traducidos del catalán.


artículo lo publicara en septiembre de 1934, pocos días antes de que estallara la revolución de octubre en Asturias y de que Companys proclamara el Estado Catalán en el marco de la República Federal española.


Que la cuestión de las nacionalidades no es ajena a la dinámica de la lucha de clases, sino que la lucha por la emancipación nacional es un aspecto de dicha lucha, quedó plenamente demostrado durante los años de la II República española. Cuando Nin plantea, como fin estratégico, la formación de una Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia, enmarca un proceso que sólo pueden protagonizar unas clases sociales determinadas. Cuando en julio de 1936 el proletariado industrial y los campesinos catalanes derrotaron a los militares insurrectos contra la República e iniciaron un proceso de transformaciones revolucionarias, no sólo se aprovecharon del marco autonómico para profundizar dichas transformaciones, sino que ensancharon enormemente la autonomía catalana hasta el extremo de romper las limitaciones impuestas por el Estatuto de 1932. La creación de nuevos organismos institucionales como el Consell de Economia o el Consell de l'Escola Nova Unificada, y la nueva legislación que surgió en todos los dominios de la vida pública catalana, son inconcebibles sin una autonomía muy cercana ya a una plena autodeterminación, y sólo se pudieron llevar a cabo cuando la clase obrera pasó a ocupar — aunque sólo fuera coyunturalmente — una posición hegemónica en la sociedad catalana. Es, sin lugar a dudas, desde esta perspectiva, como Nin aborda la resolución definitiva de la emancipación de las nacionalidades.


Como complemento a los artículos de Nin hemos añadido las tesis sobre las nacionalidades de las dos organizaciones políticas a las que perteneció Nin durante la República: la Izquierda Comunista de España (ICE) y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM); y, además, la de la Federación Comunista Catalano-Balear (Bloque Obrero y Campesino) dirigida por Maurín. Las resoluciones de la ICE y del BOC — las dos organizaciones que en septiembre de 1935 se unificaron para formar el POUM — presentan dos conclusiones bastante diferentes sobre la cuestión nacional, aunque partan de análisis parecidos. La ICE, adoptando en gran medida las posiciones teóricas que plantea Nin, condiciona la cuestión de las nacionalidades a los intereses específicos de la clase obrera y esta perspectiva le hará desentenderse y rechazar los movimientos nacionalistas de Euskadi (”burgués, reaccionario y clerical”) y de Galicia (”culturalista”), mientras dará su incondicional apoyo al movimiento nacional catalán. Para la FCC-B-BOC, que acepta el principio de que las reivindicaciones nacionales sólo pueden ser resueltas por el proletariado en el marco revolución democrática, la lucha contra el estado centralista una defensa del separatismo como factor de descomposición del estado español.


Ambas resoluciones fueron adoptadas a principios de 1932, en un momento en que aún no se había aprobado por las Cortes el Estatuto catalán, cuando el desarrollo de los antagonismos de clase no había alcanzado la conflictividad que le caracterizaría desde el verano de 1932 y cuando las cuestiones nacionales de Euskadi y Galicia aún no se planteaban con la urgencia de Catalunya. Ello ayuda a explicar que ambas organizaciones modificaran progresivamente algunas de sus tajantes conclusiones, y que cuando ambas se plantearon la unificación, después de la revolución de octubre de 1934, desaparecieron las divergencias esenciales sobre una cuestión cuya clarificación imponía la propia dinámica de la realidad.


PELAI PAGES


Socialismo y nacionalismo1
Consideraciones preliminares
Los caracteres del socialismo no son, ni pueden ser, pura y exclusivamente, económicos. El socialismo es la más perfecta y admirable realización del ideal pedagógico social, en armonía con el fin que a la educación asigna Herbert Spencer: ”conducir al hombre a la vida completa”


Desgraciadamente — decía en estos o parecidos términos en estas columnas el compañero Morato – el principio de la lucha de clases no nos es suficiente para resolver los múltiples y variados problemas — que la complejidad de la vida social plantea.


El problema social no es una simple cuestión de estómago. En todo caso, el problema exclusivamente económico será el fundamental, constituirá el alma del socialismo, sin el cual éste no tendría razón de existir; pero no deja de representar más que un aspecto — claro está que el más importante — de la cuestión social, cuya solución ha de ”conducir” al hombre al pleno goce de la vida.


He aquí por qué, después del económico, hay un problema que atrae poderosamente mi atención, como socialista y como hombre, como simple observador de los hechos y de los fenómenos sociales y respondiendo a una viva inquietud espiritual: el problema nacionalista.


Persigue como fin el nacionalismo — dice Rovira y Virgili — la liberación de los pueblos. Persigue como fin el socialismo la liberación de los hombres.


La liberación de los pueblos y la liberación de los hombres producen las más profundas convulsiones en los países modernos.


No habrá paz en la tierra hasta que se dé satisfacción a esos inmensos anhelos de libertad que sienten los pueblos de nuestro siglo.


Nacionalismo y socialismo son dos términos antitéticos al parecer, pero cuyos fines se confunden y se complementan recíprocamente, existiendo entre ambos una íntima e indestructible conexión. Uno y otro amenazan los cimientos mismos de la sociedad actual. Ninguna doctrina tan revolucionaria como ellas.


Ataca el nacionalismo la organización y la estructura de los estados, absorbentes, unitarios, centralistas, tiránicos y dominadores y combate el socialismo el régimen capitalista, la propiedad privada y la moderna forma de la esclavitud representada por el salario.


Si el socialismo lograra, con su esfuerzo, que se derrumbe completamente el único poder de la burguesía, desapareciendo con él la injusticia de la desigualdad económica de lo que despreciativamente llamaba con razón Fourier la sociedad civilizada, el nacionalismo conseguirá, por su acción cada día más viva y más intensa, vencer en todos sus reductos a la burguesía arrebatándole su fuerza y su instrumento de opresión más formidables: el estado.


Digno es por demás el problema nacionalista de atraer la atención nuestra. Así lo han entendido los hombres más eminentes y prestigiosos del socialismo internacional, que se han ocupado de él con preferencia a otros muchos, interviniendo incluso algunos de ellos, de una manera decidida, en la acción y en la obra de los movimientos nacionalistas (el caso de


1 La Justicia Social (Reus), 7 febrero de 1914.


nuestro camarada flamingand, Huysmans, es ya suficientemente representativo).


En varios países, los partidos socialistas prestan al nacionalismo su más decidida colaboración; en otros, tienen un carácter marcadamente nacionalista.


Nadie se atreverá a negar que merece, cuando menos, esta cuestión, por su inmensa trascendencia, que sea objeto de nuestra curiosidad y de nuestro estudio.


En el socialismo español falta quien, desde nuestro punto de vista doctrinal, haya hablado de este palpitante problema con la amplitud que requiere.


Este vacío vamos a llenarlo nosotros, lamentándonos de que plumas más autorizadas que la nuestra no realicen esta misión, desproporcionada, por su importancia y su complejidad, con la insignificancia de nuestras facultades.


Constituye para el articulista el más vivo anhelo que alguien tome la palabra en esta cuestión; que se discuta, que se debata, que se conceda al problema nacionalista la importancia que indiscutiblemente merece.


Con ello me daré por suficientemente satisfecho.

Socialismo y nacionalismo1


Calma, calma... Con los nacionalistas, no; con el nacionalismo, si


Soy un ferviente admirador de Fabra Ribas. Aprecio en lo mucho que vale su talento, su acometividad, su actividad inagotable, su espíritu inquieto y batallador, su inmensa y sincera fe en nuestros ideales. Sigo con profundo interés todos los detalles de su meritísima labor periodística y aquilato y compruebo en mi apostolado por Cataluña los óptimos resultados que produce. Comparto con él casi todas sus opiniones sobre la doctrina, la organización y la táctica del partido. Su obra merece todos mis entusiasmos y todas mis simpatías. Lamento que, en una cuestión tan trascendental como la planteada en mi primer artículo sobre ”Socialismo y nacionalismo”, disienta, el fraternal amigo, de mi criterio.


Y, ¡válgame Dios! ¡con qué furia y con qué denuedo arremete contra mi artículo!


Fabra es un espíritu rígido, dogmático, rectilíneo. Si yo tuviese la afición o la manía de las filiaciones, generalmente arbitrarias, quizá no dudaría un momento en pegarle la etiqueta de ”guesdista”. Tiene la acometividad de Guesde, como asimismo sus concepciones enjutas, duras como el acero. Piensa como el viejo luchador socialista, pero no siente como Jaurès ni se compenetra con su flexibilidad de espíritu y su exuberancia sentimental e ideológica.


Así se comprende que ante mis afirmaciones nacionalistas se revuelva airado, alarmado por el fantástico temor de que se produzcan escisiones en el partido.


Los comentarios que ha sugerido a Fabra Ribas mi artículo son a todas luces apasionados, inspirados por una inconcebible obcecación.


Calma, amigo Fabra, calma... Razonemos, discutamos, oponga a los míos otros argumentos, pero no nos apasionemos ciegamente.
Como ya anuncié en mi primer artículo, me propongo tratar el problema nacionalista con mucha extensión, con la extensión que, a mi juicio, merece. Me propuse estudiarlo metódicamente, con calma y serenidad.


De intento, dejé de publicar el segundo artículo en el número de la semana pasada, convencido de que alguien terciaría en el debate. Fabra lo ha hecho. Aunque sólo sea por cortesía, no puedo dejar de contestarle, alterando el orden por mi preestablecido, pero rogándole que, hasta que dé por terminado mi estudio, se abstenga de intervenir en la discusión.


Entonces podremos debatir largamente, con toda la amplitud que requiere el interesantísimo problema que ha motivado mi artículo.

Ante todo, amigo cordialísimo, es preciso calmar los nervios... calma, mucha calma...
                                                     * * *
Con un singular aplauso, Fabra afirma que el problema nacionalista no existe para los socialistas.


A renglón seguido, sostiene ”que el nacionalismo — del cual yo hablaba en sentido general, sin particularizar — tal como lo entienden los nacionalistas catalanes, comparado con el
1 La Justicia Social (Reus), 28 febrero de 1914.


socialismo, puede constituir un bonito tema de conversación para matar el tiempo en una tertulia aburrida o para distraer los ocios durante las vacaciones veraniegas.”

El problema nacionalista constituye una realidad viva y palpitante, a cuya influencia no podemos sustraernos ni como socialistas ni como hombres.


Séame permitido de nuevo citar textos de nuestro común amigo Rovira y Virgili, primera autoridad en esta materia. Dice el notable escritor en el prólogo de su magnífica obra Historia dels moviments nacionalistes:

”Llena la vieja Europa (el problema nacionalista) de rumores de lucha y la angustia con peligros crecientes y con difíciles conflictos.


Entra de lleno en el campo de la cultura, de la civilización, de la biología de las naciones...


Es toda la arquitectura y todo el funcionamiento de los estados lo que está en crisis. Es toda una orientación espiritual lo que camina hacia la bancarrota...”


Para Fabra, una cosa tan viva y sustancial, un movimiento que produce las más violentas y profundas convulsiones en los pueblos modernos, no tiene ninguna importancia.


El partido socialista tiene un programa mínimo, en el cual están consignados el sufragio universal, la justicia gratuita, la supresión del presupuesto del clero, las cantinas escolares, la creación de casas de barios y lavaderos públicos gratuitos, etc.


¿Se atreverá Fabra a afirmar que la implantación de todas esas reformas significarían una transformación tan radical y profunda de la sociedad actual como la que resultaría del triunfo de los ideales nacionalistas?


No lo entienden de esta manera los socialistas de los otros países. Y siendo así, no comprendo como Fabra y otros camaradas se empellan en establecer una excepción cuando de España se trata.


Es copiosísima la documentación que poseo respecto a este particular. Veamos a vuela pluma algunos casos.


                                                         * * *
En Finlandia, el año 1905, el partido socialista, en colaboración con los demás partidos, organizó la huelga general para pedir su autonomía. El paro duró una semana y, sin derramar ni una gota de sangre, los finlandeses conquistaron la libertad deseada. El socialismo realizó, en aquellas favorables circunstancias, progresos formidables. Los 8.300 afiliados con que contaba la socialdemocracia en el año 1903, ascendieron en 1905 a 45.300 y a 80.000 en 1910.


 Al ser de nuevo disuelta la Dieta por el despótico gobierno moscovita, el Bureau Socialista Internacional publicó un manifiesto en favor de Finlandia y en la Duma fueron los socialistas rusos los que con más vigor protestaron del rudo golpe que acababa de asestarse a las libertades del pueblo finlandés.

El socialismo austríaco está constituido por seis partidos: el alemán, el checo, el polaco, el rutemio, el esloveno y el italiano.


Inspirándose en la fórmula ”Autonomía nacional y unión internacional”, en el congreso celebrado en Brünn el año 1897 el Partido Socialista austríaco adoptó la organización federativa. En las elecciones de 1911, los socialistas checos (nacionalistas a outrance) sacaron triunfantes 25 diputados y los socialistas centralistas sólo consiguieron hacer triunfar a uno solo de sus candidatos.


De Labriola, el eminente escritor socialista, son las siguientes palabras, que nosotros no nos atreveríamos a suscribir:
El caso de Austria es el más fuerte argumento en favor de la tesis según la cual los sentimientos nacionales abrazan y sobrepasan los sentimientos sociales.”

En Polonia, nuestros camaradas defienden los principios del socialismo internacional, pero son partidarios de la libertad de su nación.

 Cuando en 1901, los alumnos de uno y otro sexo de las escuelas de Wreschen fueron castigados por negarse a aprender el catecismo y a entonar los cánticos en alemán, los socialistas de Polonia protestaron ruidosamente y en el congreso celebrado en Munich el año siguiente se separaron de los socialistas alemanes.

El caso más típico y representativo es el de Flandes, donde el problema se reduce casi exclusivamente a una cuestión de idioma. Es más: el nacionalismo ”flamigand” tiene un carácter marcadamente católico, opuesto al espíritu liberal y democrático de Valonia. Así y todo, los socialistas flamencos son plenamente nacionalistas.

En un mitin celebrado en Amberes en 1911, nuestro eminente camarada Huysmans, que pertenece al comité internacional del partido, abrazó al católico Van Canvelaert, prometiendo solemnemente combatir todo gobierno que no atendiese las aspiraciones flamencas.

Durante le mismo año se celebró en Bruselas un ciclo de conferencias sobre el problema de Flandes.

Tomaron parte en las mismas oradores flamencos y valones. Huysmans formuló estas categóricas afirmaciones:

Nosotros no pedimos. exigimos. La victoria será de los flamencos. Nosotros somos los más y contamos con la fuerza. Tenemos lo que vosotros, los valones no tenéis: un ideal.
Somos lo que no sois vosotros: unos fanáticos.”


Y el diputado socialista valón, nuestro compañero Destrée, era el que, después, de una manero rotunda y categórica, negaba que existiese un alma belga y afirmaba que Bélgica no es una nación, sino un estado político, constituido por la artificiosa agrupación de dos pueblos, como el valón y el flamenco, completamente distintos.


En 1912, fueron los socialistas, en colaboración con los estudiantes, los que organizaron en Sarajevo (Bosnia) una manifestación en favor de Croacia y de Hungría, con motivo de la cual se produjeron sangrientos disturbios


Huelga decir que los socialistas de la Alsacia-Lorena son francamente antianexionistas.

En las elecciones de 1902 obtuvieron la mayoría en el ayuntamiento de Mulhouse y su primer acto de gobierno consistió en la introducción de la enseñanza obligatoria del francés en las escuelas municipales.


En Ucrania hay dos principales partidos: el moderado y el radical. El primero se contenta con la autonomía dentro del imperio ruso y el segundo, que defiende principios esencialmente socialistas, cree en el derrumbamiento del estado ruso actual y en el resurgimiento de una Ucrania independiente...

¿Será necesario citar más casos? Llenaríamos columnas y más columnas con datos, con opiniones, con documentos corroboradores de nuestras afirmaciones.

Con lo dicho, basta por hoy.
                                                     * * *
Fabra confunde lastimosamente el nacionalismo con los nacionalistas, que son dos cosas completamente distintas.


Sin haber ni tan siquiera mentado en mi primer artículo el nacionalismo catalán, el distinguido escritor, con una energía y una viveza dignas de mejor causa, arremete contra los explotadores nacionalistas, contra las ”bastillas” de la cuenca del Ter y del alto Llobregat, contra el sistema de delación practicado por la Lliga y la Defensa Social...

A renglón seguido, las emprende contra la izquierda catalana, a la cual ataca duramente por su alianza con Lerroux...

Conformes, conformes en un todo con sus apreciaciones, amigo Fabra.

Como usted — y permítame reproducir lo que me dice en carta particular, haciéndome suyas todas sus palabras — ”odio y detesto cordialmente a esa clase media catalana que no supo hacer triunfar la Solidaridad Catalana, que se fue al Congreso para adoptar los mismos procedimientos que los sicofantes de las demás regiones y que en 1909 no tuvo.., riñones para afirmarse e imponerse, contribuyendo a dirigir y encauzar un movimiento que podía haber acabado con la guerra, con el centralismo y con la monarquía”.

Quizá por haber convivido con ella, por razón de mi procedencia política, sienta por ella un odio y un desprecio superiores a los de mi queridísimo amigo y compañero…


Fabra desvía la cuestión. Yo no hablé para nada ni del nacionalismo catalán ni de los nacionalistas de Cataluña.


Ya les tocará su turno en el metódico desarrollo de mi estudio.
Observo que el artículo me resulta excesivamente extenso y que aún queda mucho por decir. ”Todo se andará”... con paciencia y calma.


Como conclusión a lo expuesto en estas mal pergeñadas líneas, afirmo que el socialismo es en todas partes francamente nacionalista; que España constituye, en este sentido, una lamentable excepción y que el problema nacionalista vive y palpita como cosa sustancial y humana, a pesar nuestro.


Yo no relegaré nunca a segundo término el principio de la lucha de clases, como parece desprenderse de las palabras de Fabra. Cuando me convencí de que ”es la lucha suprema, una lucha al lado de la cual todas las otras parecen pequeñas escaramuzas” abandoné las filas de los partidos burgueses y me abracé a la gloriosa bandera roja de la Internacional.


¡Que conste!, pero que conste también que no comprendo que, en nombre del internacionalismo, se combatan las justas aspiraciones de los pueblos oprimidos, incurriendo por inconcebible paradoja, en pecado de patrioterismo.


...Que nos pongan todos los motes que quieran pero que no nos llamen españolistas...

Consideraciones sobre el problema de las nacionalidades1

La nación es un producto directo de la sociedad capitalista. La historia antigua y medieval no ha conocido en realidad la nación, sino únicamente gérmenes de la misma. El fundamento de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base económica del capitalismo. La nación se desarrolla en la medida en que se desarrolla el capitalismo, porque es la forma que corresponde a los intereses de clase de la burguesía. La nación es, pues, un resultante de la aparición y el desarrollo del capitalismo y se caracteriza por la existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, idioma y cultura.


Los países que no han entrado en el período del desarrollo capitalista no pueden, en realidad, ser considerados como naciones. La burguesía nacional tiende en todas partes a constituirse en estado. El movimiento de emancipación nacional expresa precisamente esta tendencia.


La formación de los estados ruso y austrohúngaro pr precedió al desarrollo capitalista. La unidad establecida fue una unidad absolutista y despótica. En España. la unidad se produjo en formas parecidas, y por esto Marx, refiriéndose a la misma, ha podido hablar de estados de tipo asiático. La unidad española ha sido una unidad artificiosa y despótica, cimentada en la dominación de los elementos semifeuda1es, los terratenientes y la Iglesia. Esto explica fundamentalmente el hecho de que sean precisamente los elementos más reaccionarios del país los que hayan levantado la cruzada contra las aspiraciones nacionales de Cataluña.


Si España hubiera sido un gran país industrial, sin ningún género de duda el capitalismo habría realizado su unidad y los problemas nacionales no surgirían con la acuidad con que se han producido.


El movimiento surgió en Cataluña, y es allí donde ha adquirido una mayor profundidad, precisamente porque se trata de un país industrial, cuyos intereses eran incompatibles con las reminiscencias del feudalismo español. En este sentido, es movimiento progresivo.


La lucha de las nacionalidades es uno de los aspectos de la revolución democrática, y por lo tanto, está íntimamente ligada con la lucha de clases. En dicho movimiento, como en el democrático en general, la gran burguesía tiende siempre a ceder ante el poder central. La pequeña burguesía, por el contrario, tiende hacia las soluciones radicales. El ejemplo de Cataluña es bastante elocuente para que tengamos que insistir sobre el particular.


El proletariado no puede desentenderse de la cuestión. En todo movimiento de emancipación nacional hay un contenido democrático, y el proletariado ha de sostenerlo incondicionalmente. Enemigo de toda opresión, faltaría al más elemental de los deberes que su misión histórica le impone si no se levantara contra una de las formas más acentuadas de opresión, la nacional. ”El principio de las nacionalidades — dice Lenin — es históricamente inevitable en la sociedad burguesa, y tomando en consideración esta sociedad, el marxismo reconoce plenamente la legitimidad de los movimientos nacionales. Pero para que este reconocimiento no se convierta en una apología del nacionalismo, es preciso que se limite rigurosamente sólo a lo que hay de progresivo en dichos movimientos, a fin de que ese reconocimiento no conduzca al oscurecimiento de la conciencia proletaria por la ideología burguesa.”
Los que so pretexto de defender el internacionalismo combaten los movimientos de emancipación nacional, en realidad hacen el juego de las clases explotadoras de la nación
1 Comunismo (Madrid), n.° 12. Mayo 1932, p. 25-28


dominante. El revolucionario español que niega el hecho de la nacionalidad catalana y su derecho a disponer de sus destinos, sostiene prácticamente la absorción de las demás nacionalidades por la nación a que él pertenece. No hay que confundir La Internacional con la Marcha de Cádiz. El hecho de que haya movimientos nacionales reaccionarios no es un motivo para que los comunistas se declaren adversarios de los mismos en general. Esto sería lo mismo como preconizar la superioridad de la forma monárquica sobre la republicana por el hecho de que haya repúblicas más reaccionarias que algunas monarquías.


Antes de la guerra se manifestaban en el movimiento socialista internacional tres tendencias principales con respecto a esta cuestión: la de los oportunistas (los socialistas alemanes y otros), la de la izquierda (Kautsky, os bolcheviques) y la de la extrema izquierda (Rosa Luxemburg, Radek y los socialistas polacos). Los primeros sostenían la necesidad de la tutela de los países avanzados sobre los atrasados. Es, en realidad, el mismo punto de vista que en nuestro país ha sostenido Pestaña con respecto a Marruecos. La extrema izquierda adoptaba una posición internacionalista abstracta, y afirmaba que el proletariado no tenía por qué interesarse por el problema nacional. La posición de los bolcheviques es la que heredó el Partido Comunista ruso y la Tercera Internacional y que constituyó uno de los factores que más poderosamente contribuyeron a la gloriosa victoria del mes de octubre de 1917. ¿Cuál es en el fondo la posición que el proletariado revolucionario debe adoptar?


Enemigos de toda opresión, los comunistas deben aceptar todo lo que tenga de democrático el movimiento nacional y reconocer incondicionalmente el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. ”Para que las distintas naciones — dice Lenin — puedan vivir juntas pacíficamente o separarse cuando les convenga, constituyendo estados distintos, es preciso un democratismo completo, sostenido por la clase obrera. ¡Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ninguna lengua! ¡Ninguna opresión, ninguna injusticia hacia la minoría nacional! He aquí el principio de la democracia obrera.”


Desde el punto de vista de la democracia en general, el reconocimiento del derecho a la separación disminuye los peligros de la disgregación del estado. En general, los pueblos no se deciden a la separación más que cuando la opresión nacional hace insoportable la propia existencia y dificulta las relaciones económicas.


El hecho de que el proletariado proclame el derecho de los pueblos a la autodeterminación no significa, ni mucho menos, que se identifique con la burguesía nacional, la cual quiere subordinar los intereses de clase a los nacionales.


Ningún demócrata sincero — y los comunistas son los demócratas más consecuentes — puede pronunciarse contra el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Pero esto no significa que se defienda la cosa en sí misma, es decir, que los comunistas, como lo hace, por ejemplo, el Bloque Obrero y Campesino, se declaren separatistas. El antídoto más poderoso contra la balcanización de España, que sería fatal a los intereses económicos de la península, es precisamente el pleno reconocimiento del derecho a la separación.


La burguesía no puede resolver el problema de las nacionalidades, como no puede dar solución a ninguno de los inherentes a la revolución democrática. Una sociedad basada en la opresión no puede resolver un problema de libertad como es el de las nacionalidades. La postguerra nos ha dado una prueba elocuente de este aserto. Como ha dicho un escritor, antes había en Europa una Austria-Hungría. Ahora hay varias. El problema nacional no ha sido resuelto en ningún país burgués. En Polonia, los polacos, que representan el 52 por 100 de la población, tienen sometidos a los ucranianos, los judíos, los rusos blancos, los alemanes. En el nuevo estado checoslovaco, la nación hegemónica, los checos, que representan el 44 por 100 de la población, tienen sometidos a los alemanes, los eslovacos, los húngaros y los judíos. En Yugoslavia, los servios constituyen el 42 por 100 de la población y las minorías nacionales de los croatas, eslovenos, alemanes y húngaros no gozan de ningún derecho. Y no hablemos ya de los países balcánicos. Estados artificiales, que viven gracias a la caridad de las grandes potencias imperialistas para que formen un cinturón alrededor de la Rusia soviética.


Rusia nos ofrece, en ésta como en otras cuestiones, el ejemplo vivo de la aplicación de la verdadera táctica del marxismo revolucionario. Contrariamente a lo ocurrido en 1905, las naciones oprimidas tomaron una participación muy activa en la revolución de Febrero de 1917, lo cual se explica por la circunstancia de que, gracias al desarrollo del capitalismo en aquellos doce años, el movimiento nacional había tomado un extraordinario impulso. Es evidente que, en un principio, fueron los elementos de la pequeña burguesía los que se pusieron al frente del movimiento quisieron reemplazar la dominación de la burga?: sía rusa por la autóctona. Pero gracias principalmente a la acertada política de los bolcheviques, el movimiento fue evolucionando, y en la Asamblea democrática convocada por Kerenski la mayoría de los representantes de las nacionalidades votaron contra la coalición con la burguesía. El gobierno provisional prometió mucho, pero en la práctica no hizo nada, dejando siempre la cuestión para la Asamblea Constituyente. En realidad no sólo no cumplió sus promesas, sino que realizó una política que fundamentalmente se diferenciaba poco de la del zarismo. Así, por ejemplo, se pronunció contra la decisión de autonomía adoptada por la Rada ucraniana y disolvió con las armas el Seim finlandés. Es verdad que reconoció la independencia de Polonia; pero lo hizo cuando este país estaba ocupado por los alemanes. Fue con motivo de la escandalosa actitud del gobierno provisional con respecto a Finlandia que Lenin formuló con una precisión admirable el punto de vista del marxismo revolucionario. Los demócratas burgueses, coreados por los mencheviques, decían que la cuestión de las relaciones entre el Seim finlandés y Rusia no podía ser resuelta más que mediante el acuerdo entre Finlandia y la Asamblea Constituyente. Lenin combatió enérgicamente este punto de vista, afirmando la libertad de Finlandia de separarse de Rusia. La fórmula del acuerdo, decía, no resuelve nada, porque ¿qué es lo que se hará si el acuerdo no se logra? El acuerdo no es posible más que si se proclama el derecho a la separación. Debe haber igualdad de derechos: Rusia tiene el de no mostrarse de acuerdo, pero, Finlandia también. ¡Qué sorprendente analogía entre el caso de Finlandia en 1917 y el de Cataluña de 1932!

Los bolcheviques, al llegar al poder, pusieron inmediatamente en práctica su programa, proclamando el derecho de los pueblos que formaran antes el imperio a disponer de sus destinos. Hoy la Unión Soviética es una confederación de pueblos libres, en la cual el problema nacional en realidad no existe.
                                                     * * *
Resumamos estas consideraciones aplicándolas al caso concreto de España.


La cuestión catalana no es más que un aspecto de la revolución democrática en general. Esta revolución ha sido escamoteada y, como consecuencia, se prepara asimismo el escamoteo de la única solución democrática que se puede dar al problema catalán: el derecho indiscutible de Cataluña a disponer de si misma, incluso a separarse de España si ésta es su voluntad. Las Cortes Constituyentes no resolverán, no puede resolver el problema. La revolución democrática está por hacer. La lucha continuará. El proletariado, en esta lucha, estará con las nacionalidades, con su movimiento de emancipación, que tiene un carácter progresivo, y contra el unitarismo absorbente, que es la reacción, los obreros de fuera de Cataluña La cuestión catalana no es más que un aspecto de la revolución democrática en general. Esta revolución ha sido escamoteada y, como consecuencia, se prepara asimismo el escamoteo de la única solución democrática que se puede dar al problema catalán: el derecho indiscutible de Cataluña a disponer de si misma, incluso a separarse de España si ésta es su voluntad. Las Cortes Constituyentes no resolverán, no puede resolver el problema. La revolución democrática está por hacer. La lucha continuará. El proletariado, en esta lucha, estará con las nacionalidades, con su movimiento de emancipación, que tiene un carácter progresivo, y contra el unitarismo absorbente, que es la reacción, los obreros de fuera de Cataluña.


 La cuestión de las nacionalidades y el movimiento obrero revolucionario  1


Antecedentes de la teoría proletaria


El problema de la emancipación de las nacionalidades oprimidas, particularmente agudizado después de la guerra imperialista de 1914-1918, que destruyó el monstruoso imperio plurinacional austrohúngaro a cambio de la balcanización de Europa, ofrece indiscutible interés para el movimiento obrero, y especialmente para el de aquellos países que, como España, lo tienen planteado de un modo tan vivo que la indiferencia ante el mismo es completamente inadmisible. El proletariado ha de adoptar ante esta cuestión una actitud clara y definida.


Por fortuna, gracias principalmente a la aportación valiosísima de Lenin, cuenta con una teoría sólidamente cimentada que puede servirle de guía insustituible para la acción. Esa teoría, a la cual dio cima el fundador del bolchevismo, ha sido el resultado de un prolongado proceso de elaboración, cuyos inicios hay que buscar en la turbulenta época de los años 40 del siglo pasado y en la reacción ante los acontecimientos que la caracterizaron, de los grandes revolucionarios que echaron los cimientos del movimiento obrero internacional.


Las ideas de los fundadores del socialismo científico sobre los movimientos nacionales no constituyen un cuerpo de doctrina estructurado. En realidad, no consagraron al problema una gran atención. La época en que vivían tenía otras exigencias. En el período de la revolución de 1848 todo el esfuerzo se reducía a obtener la mayor concentración posible de las fuerzas de la revolución. Por esto, Marx y Engels se pronunciaban resueltamente, por ejemplo, contra el movimiento nacional de los eslavos, que hacían el juego a la reacción y contribuían activamente a ahogar el impulso revolucionario de las masas populares.


De las ideas que aparecen dispersas en sus trabajos teóricos y políticos y en su correspondencia, que, dicho sea de paso, constituye un caudal inagotable de enseñanzas, se desprenden, sin embargo, las líneas generales de una actitud firme y clara. Esas premisas teóricas iniciales constituyen la piedra angular en que reposa la doctrina que, con respecto a la cuestión de las nacionalidades oprimidas, sustenta actualmente el marxismo revolucionario.


La idea central de Marx y Engels era la subordinación de todos los problemas a los intereses generales de la revolución. Su actitud ante los movimientos nacionales no podía escapar a esta norma fundamental e inquebrantable. Así, cuando Marx preconiza la necesidad de la liberación de Irlanda, no parte de los intereses de la nación irlandesa, sino de los del proletariado. ”La clase obrera inglesa — decía a Kugelmann en su carta del 29 de diciembre de 1.869 — debe no sólo ayudar a Irlanda, sino tomar la iniciativa de la abolición del pacto de 1801 y su substitución por una unión libre basada en el principio federal. El proletariado inglés debe preconizar esta política, no por simpatía hacia los irlandeses, sino porque es necesaria desde el punto de vista de sus propios intereses. Si no lo hace así, el pueblo inglés se convertirá en un auxiliar de las clases dominantes, porque tendrá que obrar junto con él contra Irlanda.”


Engels, por su parte, escribía a Bernstein en 1891, con motivo de la insurrección de Dalmacia: ”Hemos de trabajar por la emancipación del proletariado occidental. Todo lo demás ha de
1 Comunismo (Madrid), n.° 37. Agosto 1934, p. 22-26.


subordinarse a este fin. Por interesantes que sean los pueblos balcánicos y otros análogos, no quiero saber nada de ellos si sus anhelos de emancipación chocan con los intereses del proletariado. Los alsacianos también son víctimas de la opresión. Pero si en vísperas de una revolución que con toda evidencia se aproxima, provocan una guerra entre Francia y Alemania, lanzan a un pueblo contra otro y con ello retrasan la revolución, les digo: ”¡Deteneos! Tened paciencia, mientras la tenga el proletariado. Si éste se emancipa, vosotros también seréis libres; pero, entretanto, no toleraremos que echéis a perder la causa del proletariado combatiente.”


La posición de Marx y Engels podía resumirse así: actitud democrática consecuente ante el problema nacional, apoyo incondicional a todo lo que éste tenga de progresivo y sirva los intereses generales del proletariado. Pero, al mismo tiempo, afirmación de la unidad de la clase explotada por encima de los intereses nacionales. Toda desviación del democratismo consecuente, en este aspecto, lo consideraban como una desviación burguesa y reaccionaria, y, de la misma manera, toda desviación de los principios de la unidad del proletariado la consideraban como una manifestación de la influencia burguesa sobre este último, como una reminiscencia del nacionalismo burgués. Por esto reaccionaban con idéntica energía, tanto contra los que, como Proudhon, en nombre de un internacionalismo abstracto, consideraban que la cuestión nacional era un ”prejuicio burgués” como contra los que subordinaban a los intereses nacionales la causa del proletariado.


En una carta del 29 de junio de 1866, Marx, refiriéndose a Lafargue, revolucionario de la primera categoría, que en una reunión del Consejo General de la I Internacional había negado las nacionalidades, decía Engels que Lafargue, sin darse cuenta de ello, entendía por ”negación de las nacionalidades” la absorción de todas éstas por la nación francesa. Para el inmortal autor del Capital, este internacionalismo era una monstruosa mixtificación, completamente inadmisible.


El principio de la unidad proletaria, de la comunidad de intereses de los obreros de las distintas naciones, es afirmado con particular relieve ea las siguientes líneas, que entresacamos de una carta de Engels al líder socialdemócrata austríaco Víctor Adler: ”Hoy sabemos lo que los obreros de Bohemia de las dos nacionalidades no hacían más que sentir: el odio entre las nacionalidades no es posible más que bajo la dominación de los señores feudales, grandes propietarios y capitalistas. Este odio sirve para perpetuar esta dominación. Los obreros checos y alemanes tienen los mismos intereses comunes. Tan pronto como la clase obrera llegue al poder, queda suprimido todo pretexto para las querellas nacionales. Pues la clase obrera es internacional por su naturaleza misma.”


A la luz de esta actitud dialéctica se comprenden perfectamente las contradicciones que, a los ojos de un observador superficial, aparecían en la posición de Marx y Engels ante los distintos problemas nacionales planteados en Europa en la época en que vivieron. De acuerdo con esta actitud, sostienen el derecho indiscutible de Irlanda a su emancipación del yugo inglés, se pronuncian decididamente por la unidad y la liberación de Italia, subrayan la inconsistencia y la inanidad histórica de un movimiento nacional en el sur de Francia, combaten el paneslavismo como elemento de reacción, afirman el carácter progresivo de la unidad alemana para cambiar radicalmente de actitud cuando París proclama la Commune en 1871 y, finalmente, se solidarizan con la lucha de Polonia por su emancipación, sin que ello sea un obstáculo para que más tarde rectifiquen hasta cierto punto su posición cuando surge en Rusia un movimiento revolucionario de una cierta potencia.


Los dos grandes problemas nacionales que más agitaban a Europa a mediados del siglo pasado eran el de Irlanda y el de Polonia. Que Marx y Engels les dedicaran especial atención se explica perfectamente.


Hemos visto ya, por lo que a Irlanda se refiere, que preconizaban como solución la federación libre con Inglaterra. Pero conviene tener en cuenta que, fieles a su democratismo consecuente, consideraban al mismo tiempo completamente indiscutible el derecho de Irlanda a la separación en el caso dé que fuera imposible llegar a un acuerdo.


En una carta sobre el problema irlandés, dirigida en nombre del Consejo General de la I Internacional al comité de Ginebra, Marx expone su punto de vista con singular claridad. Por su extraordinaria importancia, reproducimos a continuación los párrafos esenciales de dicho documento:


”Si Inglaterra — dice Marx — es el reducto del landlordismo 2 y del capitalismo europeos, el único punto desde el cual se puede asestar un golpe decisivo a la Inglaterra oficial es Irlanda. Ante todo, Irlanda es el reducto del landlordismo inglés. Si éste cae en Irlanda, caerá inevitablemente en Inglaterra. En Irlanda esta operación es cien veces más fácil, porque en dicho país la lucha económica se concentra exclusivamente en la propiedad agraria. Dicha lucha es, al mismo tiempo, nacional, y el pueblo es más revolucionario y está más irritado en Irlanda que en Inglaterra. El landlordismo en Irlanda se halla apoyado únicamente por el ejército inglés. En el momento en que cese la unión forzada de estos dos países, estallará en Irlanda la revolución social, aunque sea bajo formas anticuadas. El landlordismo inglés perderá no sólo una fuente considerable de sus riquezas, sino también una fuente importantísima de su fuerza moral en calidad de representante de la dominación de Inglaterra sobre Irlanda. De otra parte, el proletariado inglés hace invulnerables a sus landlord en Inglaterra mientras deje intacto su poderío en Irlanda.


Además, la burguesía inglesa no sólo explota la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera en Inglaterra mediante la emigración forzada de los indigentes irlandeses, sino que ha dividido al proletariado en dos campos antagónicos. En todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletariado inglés e irlandés. El obrero inglés medio odia al irlandés como a un competidor que desprecia los salarios y rebaja el nivel de vida. Siente por él un odio nacional y religioso... La burguesía cultiva artificialmente este antagonismo, porque sabe que en él radica el secreto de la conservación de su poderío. Este antagonismo se manifiesta, asimismo, en la otra parte del Atlántico. Expulsados de la tierra natal por los bueyes y las ovejas3 ), los irlandeses se trasladan a los Estados Unidos, donde constituyen una parte considerable de la población. Su único pensamiento, su única pasión, es el odio hacia los ingleses. Los gobiernos inglés y norteamericano, esto es, las clases que representan, cultivan este odio con el fin de eternizar las contradicciones internacionales, que constituyen un obstáculo a una unión seria y honrada entre la clase obrera de los dos países, y, como consecuencia de ello, un obstáculo a su emancipación común... Irlanda representa en la actualidad lo que representaba, en proporciones mucho mayores, la antigua Roma. El pueblo que esclaviza a otro, forja sus propias cadenas. El punto de vista de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la cuestión irlandesa es, por consiguiente, muy claro. Su misión principal es acelerar la revolución social en Inglaterra. Con este fin, hay que asestar un golpe definitivo en Irlanda.”


Ya nos perdonará el lector la extensión de este extracto en gracia a su importancia y a la claridad insuperable con que Marx expone su apreciación del problema irlandés. La reproducción de estas líneas es, además, tanto más necesaria cuanto pertenecen a un texto completamente desconocido en nuestro país y bastan para precisar el criterio marxista respecto a los movimientos de emancipación nacional.
2 Landlord, gran terrateniente.
3 Los terratenientes ingleses utilizan para pastos las tierras de que expulsan a los campesinos irlandeses.


Marx y Engels fundamentan su actitud ante el movimiento nacional polaco en el papel desempeñado por este último como uno de los factores más decisivos de la lucha contra el zarismo y por el triunfo de la revolución. Una Polonia democrática sería, a su juicio, el reducto de la democracia europea contra Rusia. Pero la lucha por la independencia de la nación polaca debía estar íntimamente ligada con la lucha general revolucionaria de las masas populares y, muy particularmente, con la revolución rusa. La independencia de Polonia y la revolución rusa son dos cosas que se condicionan mutuamente. En la medida en que el movimiento polaco de emancipación nacional se convertía en la causa de todos los pueblos oprimidos y constituía por consiguiente, un factor progresivo, debía ser calurosamente apoyado. Polonia, por sus condiciones sociales especiales, se convertía en una parte revolucionaria de Rusia, Austria y Prusia. ”Mientras nosotros, los alemanes — decía Marx—, ayudemos a oprimir a Polonia, mientras mantengamos una parte de Polonia adscrita a Alemania, quedamos atados a Rusia y a la política rusa y no podemos emanciparnos, en nuestro propio país, del absolutismo feudal. La creación de una Polonia democrática es la primera condición de la creación de una Alemania democrática.”


En 1851, Engels había expresado sus dudas a Marx sobre la significación histórica de Polonia, que consideraba transitoria ”hasta la revolución agraria en Rusia”4 ; pero, sin embargo, esto no le impide adoptar, años más tarde, una actitud de cálida simpatía cuando Polonia se agita y no ha despertado todavía en Rusia el movimiento revolucionario. ”La Rusia oficial — dice en su artículo del Volkstaat del 11 de junio de 1874 — sigue siendo el reducto y el refugio de toda la reacción europea, y su ejército, la reserva de los demás ejércitos de Europa que protegen el régimen social fundado en la opresión de la clase obrera. Los primeros que chocarán con ese inmenso ejército serán los obreros alemanes, tanto del imperio germánico como de Austria. Mientras los rusos estén tras la espalda de la burguesía austríaca y alemana, de los gobiernos austríaco y alemán, el movimiento obrero alemán estará paralizado. Por esto nosotros, los alemanes, estamos más interesados que nadie en librarnos del yugo de la reacción y del ejército ruso. Y en esta causa no tenemos más que un aliado seguro en todas las circunstancias. Este aliado es el pueblo polaco... Polonia demostró en 1863 y sigue demostrando todos los días que no es posible destruirla. Su derecho a una existencia independiente en el seno de la familia de los pueblos europeos es indiscutible. Pero la liberación de Polonia es particularmente necesaria para dos pueblos: para los alemanes y para los propios rusos. El pueblo que oprime a otro no se puede emancipar a sí mismo. La fuerza que necesita para la opresión de los demás se vuelve, al fin y al cabo, contra él mismo. Mientras en Polonia haya soldados rusos, no se puede esperar ni la emancipación política ni la emancipación social del pueblo ruso. Pero en el estado actual de Rusia es indudable que el día que Polonia se emancipe, el movimiento será en Rusia suficientemente fuerte para derribar el orden de cosas existente.”


La actitud de Marx y Engels ante los problemas nacionales planteados en Europa se inspira, pues, constantemente en los intereses superiores de la causa revolucionaria. Es una actitud que se halla tan lejos del nacionalismo burgués, limitado, chovinista, que tiende a sustituir la lucha de clases por la unidad nacional superior, como del internacionalismo abstracto que, inconscientemente, sirve de tapadera a la política de opresión nacional. En la época en que
4 ”No se puede suponer ni por un-instante que Polonia, incluso contra Rusia, represente un progreso o tenga una importancia histórica cualquiera. En Rusia hay más elementos de civilización, instrucción, industria, burguesía, que en la Polonia soñolienta. ¿Qué significan Varsovia y Cracovia frente a Petersburgo, Moscú, Odesa?” (Carta de Engels a Marx del 23 de mayo de 1851.)

vivieron los fundadores de la teoría revolucionaria del proletariado, los movimientos de emancipación nacional en Europa giraban alrededor de Irlanda, Polonia y de la existencia del monstruoso imperio austrohúngaro. La posición de Marx y Engels ante estos problemas está subordinada a la lucha por la transformación democrática de Europa, que halla su expresión más característica en las revoluciones de 1848. Sólo a la luz de esta circunstancia se podrán apreciar justamente las líneas generales de esta posición, que, con referencia a la situación europea, y para poner fin a estas líneas, se puede resumir así:


1.o Austria-Hungría, cuya existencia, según la expresión de Engels, era una vergüenza y una ignominia, había de dejar de existir, cediendo a Alemania e Italia todas las partes' de territorio que eran necesarias a estos países para su unificación nacional.
2.o La reconstrucción de la Polonia democrática independiente había de ser el reducto de la democracia europea contra la Rusia zarista y la serial de la revolución rusa.
3.o La liberación de Irlanda debía de ser el golpe decisivo contra la oligarquía burguesterrateniente de Inglaterra.

El marxismo y los movimientos nacionalistas 1
El pueblo que oprime a otro no puede ser libre.
Karl Marx

Igualdad completa de derechos para todas las naciones; derecho de las naciones a disponer libremente de sus destinos; fusión de los obreros de todas las naciones. Éste es el programa que el marxismo y la experiencia de Rusia y de todo el mundo enseña a los obreros.
V I Lenin

Planteamiento teórico del problema


La revolución social no se desarrolla en línea recta, no es el Grand Soir con que soñaban los revolucionarios ingenuos del siglo XIX, la caída espectacular del régimen capitalista en virtud de un acto de fuerza breve y certero y la sustitución casi automática del viejo orden de cosas por una sociedad más justa y más humana, surgida de la noche a la mañana, con todos los atributos de un mecanismo perfecto y regular.


Por asombroso que parezca, en nuestros días, a pesar de la experiencia decisiva de los últimos años, esa concepción ingenua y falsa sobrevive todavía en la conciencia de muchos militantes del movimiento obrero, lo cual les impulsa a rechazar todas aquellas acciones que no persigan como fin inmediato esa ”revolución” miraculosa que en veinticuatro horas ha de realizar la transformación catastrófica y radical de la sociedad. Los ”revolucionarios” de esa categoría — ni que decir tiene — reservan el mayor de los desprecios o la indiferencia más absoluta a problemas tales como el de la emancipación de las nacionalidades oprimidas.


Y, sin embargo, los movimientos nacionales desempeñan un papel de primer orden en el desarrollo de la revolución democráticoburguesa, arrastran a la lucha a masas inmensas y constituyen un factor revolucionario poderosísimo que el proletariado no puede dejar de tener en cuenta, sobre todo en países como el nuestro, en que dicha revolución no ha sido realizada todavía. Volver la espalda hacia esos movimientos, adoptar una actitud de indiferencia ante los mismos, es hacer el juego al nacionalismo opresor y reaccionario, aunque se pretenda cubrir dicha actitud con la capa del internacionalismo. La posición del proletariado ha de ser, a este respecto, clara y concreta e inspirarse en el propósito de estrechar los lazos de solidaridad entre los obreros de las distintas naciones que forman el estado e impulsar la revolución hacia adelante.


Qué es la cuestión nacional


El fundamento económico de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base de la economía capitalista. La existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura constituyen los rasgos característicos de la nación. Se puede afirmar, por consiguiente, que la nación, en el verdadero sentido de la palabra, es un producto directo de la sociedad capitalista. Las unidades políticas y territoriales de la antigüedad y de la edad media no eran más que naciones en germen. Los países que no han entrado todavía en el período de desarrollo capitalista no pueden ser considerados, propiamente, como naciones.


La burguesía tiende a constituirse en estado nacional porque es la forma que mejor responde a sus intereses y que garantiza un mayor desarrollo del capitalismo. Los movimientos de emancipación nacional expresan esta tendencia, y en los estados plurinacionales, en que el
1 Leviatán, n.° 5. Septiembre de 1934, p. 39-47.


poder está ejercido por los grandes terratenientes, adquieren una amplitud y una virulencia particulares. En este sentido, se puede decir que no representan más que un aspecto de la lucha general contra las supervivencias feudales y por la democracia. La historia nos demuestra, en efecto, que la lucha nacional ha coincidido siempre con la lucha contra el feudalismo.


Cuando la creación de los grandes estados ha correspondido al desenvolvimiento capitalista, ha constituido un hecho progresivo. Alemania, para citar sólo uno de los casos más típicos, nos ofrece un ejemplo elocuente de ello. Cuando la formación de los grandes estados precede al desenvolvimiento capitalista, la unidad resultante es una unidad regresiva, despótica, de tipo asiático, que contiene, en vez de favorecer, el desarrollo de las fuerzas productivas. Los ejemplos más característicos de este tipo de unidad los hallamos en los ex imperios ruso y austrohúngaro y en España. Por ello, en estos países la lucha por la emancipación nacional ha adquirido caracteres tan agudos y una importancia tan enorme como factor revolucionario.


La burguesía industrial y la pequeña burguesía en la lucha nacional


En el transcurso de las revoluciones burguesas del siglo XX, los países capitalistas más importantes de Europa resolvieron su problema nacional; pero éste subsistió en los estados plurinacionales que no habían realizado todavía su revolución democraticoburguesa. En los movimientos de emancipación nacional las distintas clases sociales actúan con las mismas características que las distinguen en la lucha general por las reivindicaciones democráticas, de las cuales aquéllos no son más que un aspecto.


Los intereses de la economía capitalista impulsan a la burguesía a luchar contra las reminiscencias feudales que constituyen un obstáculo a su avance triunfal; pero esta lucha se desarrolla en condiciones históricas muy distintas de las que caracterizaron a las épocas de las revoluciones burguesas anteriores. La burguesía era entonces todavía una fuerza progresiva, cuya consolidación coincidía con los intereses generales de la humanidad. Hoy es una fuerza regresiva, cuya persistencia constituye un peligro para dichos intereses, con los cuales se halla en abierta contradicción. Entonces la burguesía realizaba su misión histórica, con la ayuda directa de las masas obreras y campesinas, sin la cual le hubiera sido imposible triunfar. Hoy, el proletariado tiene una conciencia de clase incomparablemente más elevada, numéricamente es mucho más fuerte, y si bien tiene un interés vital en resolver los problemas fundamentales de la revolución democráticoburguesa, considera esta revolución como etapa indispensable para seguir avanzando en el sentido de las realizaciones de carácter socialista y no está dispuesto a lanzarse al combate en provecho exclusivo de la dominación burguesa. En cuanto a los campesinos, los términos del problema han variado asimismo fundamentalmente. La cuestión de la tierra, como es sabido, puede ser considerada como la piedra angular de la revolución burguesa. En el período anterior, la burguesía capitalista podía atacar, sin consecuencias para su propia dominación, el derecho de propiedad de los grandes terratenientes, cuyo poderío tenía interés en destruir. Hoy, ante el miedo de que ese ataque estimule la ofensiva proletaria contra el derecho de propiedad privada en general, se vuelve precavida, y su actitud ante el problema de la tierra se convierte en conservadora y regresiva.


La burguesía, pues, en las circunstancias históricas actuales, no puede resolver los problemas fundamentales de su propia revolución y, por consiguiente, el de la emancipación nacional, y en los momentos decisivos, cuando entran en acción grandes masas populares, aterrorizada ante las posibles consecuencias de la misma, retrocede y se apresura a pactar con los elementos semifeudales. En la mayor parte de los casos, esta defección de la gran burguesía provoca una reacción popular que determina el desplazamiento de la dirección del movimiento nacional hacia la pequeña burguesía. Su fraseología pomposa y radical, sus actitudes exteriormente revolucionarias, su intransigencia verbal, le atraen la simpatía y la confianza populares. Pero las fallas fundamentales de esa clase no tardan en manifestarse. Clase vacilante e indecisa, como reflejo de la situación intermedia que ocupa en la economía capitalista, su revolucionarismo se deshincha rápida y lamentablemente; presa de pánico ante las consecuencias y las responsabilidades de un alzamiento nacional, se agarra ansiosamente a la primera fórmula conciliatoria que se le ofrece, y el movimiento nacional, bajo la dirección de la pequeña burguesía, corre la misma suerte que la revolución democrática en general.


¿Cuál debe ser la actitud del proletariado?


Queda otro factor: el proletariado. Esta clase, por su naturaleza y por la misión que la historia le reserva, está llamada a realizar lo que ni la gran burguesía ni la pequeña son capaces de hacer: la revolución democráticoburguesa. Sólo él puede, por consiguiente, resolver radicalmente el problema nacional. Pero para ello es preciso que adopte una actitud clara y definida ante él. La tradición del marxismo le señala, en este sentido, una orientación precisa.


Marx y Engels subrayaron repetidamente el papel progresivo de los movimientos de emancipación nacional y, muy particularmente, la inmensa importancia revolucionaria de la lucha de Polonia e Irlanda. La indiferencia ante esos movimientos representaba, a su juicio, un apoyo directo al chovinismo opresor, fuente del poder de clase de la burguesía de la nación dominante. Por esto — afirmaba Marx —, ”la victoria del proletariado sobre la burguesía es al mismo tiempo la victoria sobre las rivalidades nacionales que actualmente oponen a unos pueblos contra otros. La victoria del proletariado sobre la burguesía es al mismo tiempo la señal de la emancipación de todas las naciones oprimidas”


En la Internacional Socialista de antes de la guerra la cuestión nacional fue objeto de vivos y apasionados debates. El congreso de Londres de 1896 concretó en una resolución el criterio de la mayoría de la socialdemocracia. ”El Congreso se pronuncia — decía la mencionada resolución — por el derecho absoluto de todas las naciones a disponer de sus destinos y expresa su simpatía por los obreros de todos los países que sufren actualmente el yugo del absolutismo militar o nacional. El congreso invita a los obreros de todos estos países a entrar en las filas de los obreros conscientes de todo el mundo, a fin de luchar junto con ellos por la supresión del capitalismo internacional y la realización de los objetivos perseguidos por la socialdemocracia.” El congreso, al adoptar este punto de vista, rechazó, tanto el de los socialistas polacos del RPS, que preconizaban la inclusión de la independencia de Polonia en el programa de la Internacional, como el de Rosa Luxemburg, que consideraba que la socialdemocracia nada tenía que ver con la cuestión nacional. Esa posición fue la que fundamentalmente sostuvieron la mayoría del ala izquierda de la Internacional y, muy particularmente, los bolcheviques rusos, que la llevaron hasta sus últimas consecuencias con un inflexible rigor lógico.


La posición bolchevista


Marx y Engels se habían ocupado de la cuestión sólo de un modo episódico y accidental. Lenin nos ha legado, en cambio, una serie de trabajos teóricos que constituyen una doctrina bien trabada, y son una aplicación magistral del método marxista a las situaciones históricas concretas. Resumiremos sucintamente la posición clásica del bolchevismo, elaborada antes de la guerra y traducida en realización práctica después de la revolución de octubre.


Todo movimiento nacional tiene un contenido democrático que el proletariado ha de sostener sin reservas. Una clase que combate encarnizadamente todas las formas de opresión no puede mostrarse indiferente ante la opresión nacional; no puede, con ningún pretexto, desentenderse del problema. La posición seudointernacionalista, que niega el hecho nacional y preconiza la constitución de grandes unidades, sostiene prácticamente la absorción de las pequeñas naciones por las grandes, y, por lo tanto, la opresión. El proletariado no puede tener más que una actitud: apoyar el derecho indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos y a constituirse en estado independiente si ésta es su voluntad.


”¡Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ningún idioma! ¡Ninguna opresión, ninguna injusticia hacia la minoría nacional! He aquí el programa de la democracia obrera” (Lenin).


Pero el reconocimiento del derecho indiscutible a la separación no implica, ni mucho menos, la propaganda en favor de la misma en todas las circunstancias, ni el considerarla invariablemente corno un hecho progresivo. El reconocimiento de este derecho disminuye los peligros de disgregación y cimenta la solidaridad indispensable entre los trabajadores de las distintas naciones que integran el estado. Al sotener este derecho, el proletariado no se identifica con la burguesía nacional, que quiere subordinar los intereses de clase a los intereses nacionales, ni con las clases privilegiadas de la nación dominante, que quieren convertir a los obreros en cómplices de la política de opresión nacional.


La lucha por el derecho de los pueblos a la independencia no presupone, ni mucho menos, la disgregación de los obreros de las distintas naciones que forman el estado, mediante la existencia de organizaciones independientes. El bolchevismo ha sostenido siempre la necesidad primordial de la unión de los trabajadores de dichas naciones para la lucha común por la democracia y ha combatido acerbamente toda tendencia conducente a dar al partido del proletariado una estructura federalista. Y así, el Partido Bolchevique, que practicó una política nacionalitaria consecuente, fue siempre una organización esencialmente centralista.


Esta política es la única susceptible de garantizar el derecho absoluto de las naciones a decidir de su suerte, de destruir los chovinismos unitario y nacionalista, de acabar con las rivalidades entre los pueblos, de sellar la unión del proletariado y de sentar las bases sólidas en que han de cimentarse las futuras confederaciones de pueblos libres. El ejemplo vivo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas es la demostración práctica más elocuente de la excelencia de dicha política. Pero este ejemplo ha venido precisamente a evidenciar que la cuestión de las nacionalidades, como todos los problemas de la revolución democraticoburguesa, no puede ser resuelta más que por la revolución social y la instauración de la dictadura del proletariado. Que no lo olviden las masas campesinas y semiproletarias de las naciones oprimidas que abrigan todavía la esperanza en una solución radical del problema en el marco de la democracia burguesa.


El carácter de la unidad española


Existen en España dos movimientos de emancipación nacional de vitalidad indudable: el de Cataluña y el de Euskadi. El de Galicia, por el momento, no es más que un balbuceo regionalista, falto del calor de las grandes masas, y refugiado, por ello, en los cenáculos literarios y en las academias. Para que se convierta en un movimiento nacional, en el verdadero sentido de la palabra, le faltan las premisas económicas necesarias. En todo caso, hoy no es todavía una realidad y, mientras no lo sea, carece de interés para los marxistas, los cuales deben operar siempre con hechos. De Euskadi hablaremos en otra ocasión. Por hoy, nos limitamos a examinar someramente, aplicándole el criterio teórico esbozado, el problema concreto de Cataluña.


España, como hemos indicado ya más arriba, pertenece a la categoría de los estados plurinacionales, cuya formación ha precedido al desenvolvimiento capitalista. En todos los grandes estados de Europa — como hace observar Marx en sus luminosos estudios sobre la revolución española — las grandes monarquías se crearon sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y las ciudades. En los demás países, ”la monarquía absoluta apareció como un centro de civilización, como un agente de unidad social. Fue como un laboratorio en el cual los distintos elementos de la sociedad se mezclaron y transformaron, hasta tal punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia medieval por la superioridad y la dominación burguesa”.2 En cambio, en España la monarquía absoluta ”hizo todo cuanto dependió de ella para entorpecer el aumento de los intereses sociales, que trae aparejada consigo la división natural del trabajo y una circulación industrial múltiple, y así suprimió la única base sobre la cual podía ser fundado un sistema unificado de gobierno y de legislación común. He aquí por qué la monarquía absoluta española puede ser más bien equiparada al despotismo asiático que comparada con los otros estados europeos”.3 .


La poderosa inteligencia de Marx señaló magistralmente, en estas líneas, el carácter regresivo de la unidad española, en el cual hay que buscar la causa de su inconsciencia y de la agudeza extraordinaria adquirida por los problemas de emancipación nacional. A la luz de esta interpretación y de las consideraciones expuestas en la primera parte de este estudio, aparecerán claramente los motivos por los cuales los focos más considerables del movimiento de liberación nacional se han concentrado, principalmente, en Cataluña y en Euskadi, es decir, en los dos centros industriales más importantes del país.


La lucha de Cataluña por su emancipación


Si los rasgos distintivos de una nación los constituyen la existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura, Cataluña es indudablemente una nación. Cataluña, cuna de una burguesía comercial poderosa, entra desde los primeros momentos en lucha con el estado unitario español, representado por las castas parasitarias y feudales. Y cuando, como consecuencia del descubrimiento de América, el Mediterráneo pierde su importancia comercial y se prohíbe a los catalanes comerciar con el Nuevo Mundo, la decadencia de la burguesía determina un colapso en el desarrollo económico y cultural del país.


Con la aparición de la industria y de la burguesía industrial, se acentúa el antagonismo con la oligarquía que rige los destinos de España y se inicia el movimiento de emancipación nacional, cuya intensidad aumenta en proporción directa con el desarrollo de la industria. La renaixença literaria que caracteriza los inicios del movimiento no es más que la envoltura externa, el medio de expresión inconsciente de ese antagonismo fundamental, que no tarda en manifestarse en toda su desnudez. En efecto, cuando el catalanismo empieza a tomar cuerpo como movimiento político, es para expresar las reivindicaciones de carácter económico de la burguesía industrial. Y cuando, con la pérdida de las colonias, Cataluña se ve privada de sus mercados más importantes y la incapacidad de la oligarquía gobernante aparece en toda su trágica magnitud, el catalanismo adquiere un nuevo y poderoso impulso. La protesta de la burguesía catalana se acentúa y se precisa. En la prensa de la época aparece reflejado el
2 Karl Marx. La revolución española. Editorial Cenit, 1929, p. 78.
3 Ibid., p. 80.

Carlos Marx, La revolución española, Editorial Cenit, Madrid 1929, 203 páginas.





antagonismo de intereses entre la Cataluña industrial y la España agrariofeudal. La tesis de la burguesía catalana, expresada por uno de sus órganos más caracterizados, el Diario del Comercio, según un artículo que resumimos, es la siguiente: la industria catalana necesita importar algodón, lino, cáñamo, seda, lana, etcétera, con franquicia absoluta. A las demás regiones les conviene, en cambio, exportar sus frutos y sus primeras materias en las mejores condiciones posibles e importar, a bajo precio, los artículos manufacturados. ”Esta es la verdad escueta que, sin ambages ni rodeos, cabe expresar concisamente de esta manera: Cataluña, económicamente, es un pueblo independiente que se basta a sí mismo; el resto de España, salvo raras y honrosísimas excepciones, es una colonia.”4 Añádase a esto el descontento por el expedienteo, las trabas administrativas opuestas al desarrollo económico y al establecimiento de las industrias, y se tendrá una idea clara de los orígenes del movimiento catalán, movimiento indudablemente progresivo frente al estado semifeudal y despótico.


En este sentido, como hemos hecho ya observar más arriba, el movimiento de emancipación nacional de Cataluña no es más que un aspecto de la revolución democraticoburguesa en general, que tiende a destruir, en interés del desarrollo de las fuerzas productivas, las reminiscencias de carácter feudal y se distingue por los mismos rasgos característicos. La emancipación nacional como la revolución democrática, no es posible más que con la participación de las masas obreras y campesinas, y esta participación, en las circunstancias históricas presentes, presupone la lucha contra los privilegios de la clase capitalista, el desbordamiento de los límites fijados por la burguesía. De aquí que ésta tienda al compromiso y a la alianza pura y simple con el poder central para aplastar el movimiento de las masas. Así, en 1899, en uno de los momentos más graves para el centralismo español, la burguesía catalana presta su apoyo a Polavieja, el asesino de Rizal; en 1917, aterrorizada por la huelga general de agosto, da dos ministros a la monarquía; en 1919-1922 colabora directamente en la sangrienta represión ejecutada por los representantes del poder central; en 1923 facilita el golpe de estado de Primo de Rivera, y, finalmente, intenta apuntalar a la monarquía tambaleante participando en su último gobierno.


La traición de la gran burguesía en el terreno de la lucha por la emancipación nacional la desplaza — exactamente igual como en la revolución democrática — de la dirección del movimiento. Y entonces aparece, en primer término, la pequeña burguesía, la cual, gracias, por una parte, a su radicalismo y a su programa demagógico — es el caso de Maciá y de la Esquerra Republicana de Catalunya — y, por otra, a la ausencia de un gran partido proletario, consigue arrastrar tras de sí a las grandes masas populares. Pero la pequeña burguesía manifiesta desde el primer momento las vacilaciones y la indecisión propias de una clase incapaz, por su propia naturaleza económica, de desempeñar un papel independiente. Llevada del impulso inicial, proclama la República catalana, para batirse en retirada dos días después y contentarse con un Estatuto que establece una autonomía limitadísima. Y cuando los campesinos obligan al Parlamento catalán a consagrar de derecho — mediante la ley de Contratos de Cultivo — lo que habían ya conquistado de hecho, adopta una actitud de rebeldía frente al poder central, que se transforma progresivamente en actitud defensiva y se transformará indefectiblemente en una claudicación o en un compromiso equívoco.


Y, sin embargo, el movimiento nacional de Cataluña, por su contenido y por la participación de las masas populares, es, en el momento actual, un factor revolucionario de primer orden, que contribuye poderosamente, con el movimiento obrero, a contener el avance victorioso de la reacción. De aquí se deduce claramente la actitud que ha de adoptar ante el mismo el
4 Diario del Comercio, de Barcelona, del 14 de enero de 1899.


proletariado revolucionario:
l.° Sostener activamente el movimiento de emancipación nacional de Cataluña, oponiéndose enérgicamente a toda tentativa de ataque por parte de la reacción.
2.° Defender el derecho indiscutible de Cataluña a disponer libremente de sus destinos, sin excluir el de separarse del estado español, si ésta es su voluntad.
3.° Considerar la proclamación de la República catalana como un acto de enorme trascendencia revolucionaria;
 y 4.o Enarbolar la bandera de la República catalana, con el fin de desplazar de la dirección del movimiento a la pequeña burguesía indecisa y claudicante, que prepara el terreno a la victoria de la contrarrevolución, y hacer de la Cataluña emancipada del yugo español el primer paso hacia la Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia.

Anexos


Tesis sobre las nacionalidades  1


1. En el tiempo transcurrido desde la última conferencia de la Oposición Comunista de España se han desarrollado de tal forma los problemas que plantea la revolución española que la realidad histórica obliga, en buena lógica, a hacer algunas rectificaciones, si no de fondo en algunos, como en el problema de las nacionalidades, por lo menos de forma y de táctica. En el proyecto de tesis sobre la cuestión de las nacionalidades, aprobado por unanimidad en la conferencia de junio de 1931, se estudian los problemas nacionales que tiene planteados España de una manera uniforme y sin establecer diferencias entre ellos. La experiencia nos ha demostrado que los comunistas no podemos afrontarlos todos con el mismo criterio. Hay que hacer distinciones y distinciones tan sustanciales que nos llevan a conclusiones totalmente opuestas. Cada uno de los casos tiene tan distinta génesis y tan distinto desarrollo y fundamento que equipararlos sería un error en el cual, como comunistas, no podemos de ningún modo caer.


2. La emancipación nacional es una de las reivindicaciones de la democracia, y por esto el proletariado no puede desentenderse de ella. La emancipación nacional, como las demás conquistas de la democracia, no puede ser alcanzada más que por la acción de las grandes masas populares dirigidas e impulsadas por el proletariado. España es, en la Europa occidental, el país económicamente más atrasado, y en ella conviven las más opuestas economías. Ésta es la causa de que en el transcurso de siglos no haya podido asimilar, ni económica ni culturalmente, los distintos pueblos que en su origen la formaron al constituirse como una sola unidad política. Mientras una parte del estado, la menos extensa, se veía impulsada por el camino del progreso capitalista, otra parte, la más importante y, por desgracia, la que tenía el predominio político, permanecía en un estado agrario semifeudal, ligado fuertemente a la existencia de la monarquía y de la Iglesia. Este desequilibrio tenía que producir forzosamente una lucha entre la parte más avanzada y la más atrasada, en la que a la vez coinciden, y no por casualidad, puesto que históricamente existen razones para que sea así, la existencia de pueblos de lengua e idiosincrasia distinta dentro de la unidad política española. Sin embargo, los dos resurgimientos nacionales de España no tienen ni las mismas características ni el mismo significado. Es eminentemente democrático y progresivo uno, el catalán; el otro, el vasco, es, por el contrario, eminentemente regresivo.


3. Cataluña, en el conjunto del estado español, representa la parte más avanzada y progresiva. La burguesía catalana, a la pérdida de las últimas colonias de América, reconociendo el valor impulsivo del resurgimiento catalán y tomándolo de manos de poetas y soñadores, hizo de él un arma para amenazar y sacar ventajas para si a la monarquía, que tenía su principal asiento en el atraso en que vivía y vive la mayor parte del estado, parte de él sumido aún en un semifeudalismo que impide todo progreso democrático. El capitalismo catalán, debido sin duda a lo poco sólidos que son los cimientos de una industria que no tiene raíces naturales en el país, sino más bien nacida de una voluntad tenaz y de la necesidad imperiosa de no perecer como pueblo, por mediación de su partido representativo (la Lliga), olvidó pronto su misión de democratizar el estado, y a cambio de concesiones que le permitieran subsistir y progresar mediocremente como clase, dispuesta a no perder su influencia en la dirección del estado, relegó las aspiraciones nacionales de Cataluña a segundo término Esta posición de la gran
1 Comunismo, n.° 11. Abril 1932, p. 39-44. III Conferencia de la Oposición Comunista Española.


burguesía catalana contribuyó a desplazar el movimiento nacional hacia la izquierda, dando la hegemonía a la pequeña burguesía, que lo radicalizó y le dio un contenido revolucionario.


4. Esta etapa del movimiento nacional catalán desempeña un gran papel en el movimiento revolucionario español, e incluso sus jefes, Maciá especialmente, llegan a ilusionar no sólo a las masas de Cataluña, sino a buena parte de las masas revolucionarias pequeñoburguesas y proletarias del resto de España. En este sentido, las masas de la CNT, mientras sus dirigentes amenazaban con oponerse hasta con las armas en la mano al movimiento separatista catalán, comprendían su papel mucho mejor que sus jefes, aunque lo comprendían de una manera inconsciente y poniendo en ello ilusiones que habían de ver defraudadas. Era evidente el impulso que daba a la revolución española el movimiento nacional catalán, radicalizado por la pequeña burguesía dirigida por Macia, el cual, como había sido predicho por los comunistas, había de traicionar sus propios ideales entregándose sin condiciones al gobierno central, continuador en este aspecto, como en tantos otros, de la labor de la caída monarquía.


5. Hoy con república, como ayer con monarquía, el problema nacional catalán significa un impulso hacia adelante en la revolución democrática. Aún hoy, después de la caída de la monarquía, el resurgimiento nacional de Cataluña representa la lucha de la parte más avanzada de España contra la más atrasada; significa la lucha de la democracia contra la parte feudal del estado. Los comunistas tenemos el deber de defender incondicionalmente el derecho de Cataluña incluso a su independencia; pero al mismo tiempo debemos denunciar a las masas el papel de traición que los dirigentes de la pequeña burguesía juegan en esta lucha por la independencia nacional de Cataluña. En la actualidad, la traición que han llevado a cabo Maciá y sus partidarios es indudable, y ha sido denunciada por algunos de los mismos que ayer le seguían. Pero a Maciá, en su mismo papel, han de sustituirle otros que fueron sus partidarios y que todavía están más próximos a la clase obrera y no del todo faltos de prestigio entre las masas proletarias y las masas más proletarizadas de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo. Esto representa un verdadero peligro para la revolución.


6. No puede tampoco la Oposición seguir a los dirigentes del BOC en su inconsciente política nacionalista que tantos elementos de la pequeña burguesía les atrae, y los cuales ven en el BOC no el partido de clase, el partido comunista, sino el partido catalán, que ”va más lejos en su separatismo”. Esta política debe ser implacablemente condenada por la Izquierda Comunista, pues podría hacer creer a parte del proletariado que su emancipación depende sólo de la emancipación nacional de Cataluña, y esto no es cierto. Esto lo saben muy bien los jefes del BOC, que en aras a la popularidad abandonan la ruta del comunismo. La emancipación del proletariado catalán no depende de la emancipación de Cataluña, sino todo lo contrario; la emancipación de Cataluña, como la de todos los pueblos, depende de la emancipación del proletariado, que al hacer su revolución e instaurar su dictadura resuelve este aspecto de la revolución democrática, como resuelve todos los demás que de ningún modo puede resolver la democracia burguesa. Decir lo contrario a los obreros de Cataluña, igual que a los de los demás países no emancipados, supone engañar a sabiendas a los obreros y traicionar la causa del proletariado.



7. En resumen, hay que reconocer que el problema catalán es una realidad y tiene sus razones económicas que le dan un carácter progresivo y revolucionario. La Oposición Comunista de Izquierda debe aprovechar y aun impulsar este movimiento en lo que sí tenga de revolucionario, no olvidando en ningún caso evidenciar ante el proletariado el carácter democrático del problema de las nacionalidades, y que nunca la libertad de los obreros depende de la libertad de los pueblos como tales, sino todo al contrario, que sólo el proletariado con su triunfo puede dar realmente a los pueblos esta libertad que les niega la democracia burguesa.


8. ¿Puede acaso un comunista situarse del mismo modo ante el problema vasco que ante el catalán? Puede decirse rotundamente que no. Todo lo que tiene de revolucionario y progresivo el movimiento catalán tiene de reaccionario y atrasado el movimiento vasco. Los comunistas, ante el significado tan distinto de estos dos problemas, no podemos pronunciarnos del mismo modo ante uno y ante el otro. El problema catalán debemos admitirlo como un factor revolucionario y hasta en cierto modo debemos impulsarlo; pero ante el hecho nacional vasco hemos de adoptar una actitud totalmente opuesta.


9. Si bien en principio es verdad que los comunistas hemos de defender el reconocimiento del derecho de las nacionalidades a disponer de sus propios destinos, ante un movimiento nacional como el vasco, que representa todo lo que de atrasado y retrógrado existe en España y se convierte en el baluarte de la reacción, los comunistas, en defensa de la revolución, no sólo no debemos cruzarnos de brazos por un respeto mal entendido a los principios, sino que en nombre de nuestros principios de emancipación del proletariado debemos oponernos por todos nuestros medios a este movimiento. En Cataluña, el movimiento nacional tiene su base en los centros industriales, en la parte más avanzada de la población. En el país vasco es precisamente en los centros industriales donde no se siente el problema de la liberación nacional. Donde éste tiene más enemigos es entre las masas obreras, las que le oponen una feroz resistencia. Su cuna y su fuerza está entre la clase campesina, dirigida por la Iglesia, y en cierto modo ayudados por la gran burguesía, que ve en el nacionalismo vasco la posibilidad de constituir sindicatos obreros nacionalistas frente a las organizaciones de clase, para así luchar mejor contra las aspiraciones del proletariado. Ya en las luchas del siglo pasado entre la monarquía absoluta y la monarquía constitucional, el particularismo vasco puso todas sus fuerzas al servicio del absolutismo, y hoy, a la caída de la monarquía, el nacionalismo se ha aliado sin tapujos con la reacción al servicio del régimen caído. El movimiento nacional catalán impulsa la revolución democrática. El movimiento nacional vasco frena y pone obstáculos a esta misma revolución. Los comunistas debemos luchar con todas nuestras fuerzas contra este nacionalismo, baluarte de la reacción más exacerbada.


10. La tan conocida frase de Lenin: ”El reconocimiento del divorcio no excluye la agitación contra el divorcio”, y mucho menos implica que haya que hacer propaganda a favor del divorcio, señala a los comunistas la actitud que deben adoptar ante otros problemas nacionales ficticios que algunos elementos, en especial los jefes del BOC, pretenden crear en España. El movimiento nacional de Galicia, de Andalucía y, según puede colegirse de sus propagandas, el problema de Aragón, de Murcia, etc., etc., tantos problemas nacionales como en regiones está dividido el estado español, tengan o no verdadero carácter nacional, una base económica y cultural propia, han nacido de un afán de izquierdismo pequeñoburgués. El problema nacional gallego no es tal problema ni existe tal movimiento nacional en Galicia; Galicia, ni por su cultura particular, que no la tiene, por lo menos con fuerza para diferenciarse del resto de España; ni por su desarrollo económico, plantea ningún problema nacional; Galicia no tiene grandes núcleos industriales que representen un peso específico real en el estado. Galicia no ve coartado su progreso por el atraso del resto de España, porque en realidad, económicamente, se halla en el mismo estado de atraso del resto del país. En todo caso, si Portugal hubiera sido un estado económicamente fuerte y avanzado, en Galicia, por su lengua y por su tradición, hubiera planteado un problema de irredentismo. Pero los comunistas no podemos especular sobre cosas que no existen, ni tampoco, en caso de que esto último fuera cierto, en vísperas de una posible revolución proletaria, íbamos a pretender seccionar parte del estado teatro de la posible revolución, para integrarlo en un estado en el cual la burguesía fuera más fuerte.


11. Lo mismo, o más todavía, podemos decir del llamado problema andaluz. Si el problema gallego pudiera tener alguna razón de ser en la mente romántica de literatos pequeñoburgueses, el problema andaluz no puede tener ni esta ínfima base romántica de una lengua que muere. Andalucía, ni por razones étnicas, ni por razones económicas ni culturales, ni siquiera por razones de puro romanticismo, tiene planteado ningún problema nacional. El problema andaluz no puede tener su origen más que en la mente desbocada de un literato que viva fuera del tiempo y del espacio. Todo lo más, este falso problema nacional andaluz podría convertirse un día en el baluarte del agrarismo feudal imperante en la región. En cuanto a los demás problemas podemos decir lo mismo. Ni Aragón, ni Murcia, ni ninguna otra región tienen planteados problemas de emancipación regional. Acaso en Valencia y Mallorca, por su cultura, por su lengua y por su origen, podría producirse un día un movimiento, pero de integración a Cataluña. De todos modos, no vamos a ser precisamente los comunistas los que creemos un movimiento de emancipación nacional, cuando la fuerza de la realidad y las exigencias económicas no lo han producido.


12. No deberíamos en esta tesis sobre las nacionalidades introducir el caso de Marruecos; pero la forma en que el Partido Comunista de España, y especialmente el BOC lo han equiparado a los problemas nacionales de la península, obliga a ello. En el proyecto de tesis del BOC, hablando de los movimientos nacionales de España, se dice: ”y sobre todo el de Marruecos”. Esto no es cierto. El de Marruecos no es un problema nacional, porque en Marruecos no existe una nación, porque en Marruecos no sólo no se ha desarrollado el capitalismo que es el exponente más característico de la nacionalidad, sino que ni siquiera puede casi decirse que viva en un régimen feudal, sino más bien de clan o de tribu. En donde no existe la nación no puede haber de ningún modo un movimiento nacional.


13. En Marruecos no hay una nacionalidad, porque el estado colonizador no ha sabido crear en él la unidad económica que despertara esta comunidad de intereses, que clase por clase produce la existencia de una nacionalidad. España no ha sabido crear en Marruecos una industria, no ha sabido introducir en él los progresos del capitalismo, ni siquiera ha sabido hacer progresar el estado rudimentario de su agricultura; tampoco ha sabido darle una cultura que propulsara su unidad. Los marroquíes, al luchar con las armas en la mano contra los invasores, no luchan por Marruecos, luchan por su aduar, lo más por su cabila. Las cabilas e incluso los aduares son enemigos entre sí, y muchas veces luchan entre ellos con más saña que contra los propios invasores que van a imponerles la paz. Para los comunistas españoles el problema de Marruecos es un problema totalmente aparte del de las nacionalidades. Es un problema colonial, y como tal es como debe ser estudiado


14. Los comunistas deben pronunciarse incondicionalmente por la libertad de los pueblos oprimidos, llegando incluso a la separación, si ésta es su voluntad; pero siempre en lo que tengan de democrático y de lucha contra la opresión.


Ahora bien; el problema de Cataluña es un problema de carácter progresivo y revolucionario. Los comunistas, como revolucionarios, tenemos el deber de reconocer a Cataluña el derecho a su independencia, si ésta es la voluntad de las masas de Cataluña; pero debemos al mismo tiempo advertir al proletariado catalán que la liberación nacional de Cataluña no significa su emancipación, y que sólo la revolución del proletariado catalán con la del resto de España concederá este derecho de la revolución democrática. Los comunistas no debemos tender a escindir al proletariado, sino a conseguir su unión.


15. Los comunistas de Cataluña tienen el deber de denunciar la inconsecuencia de la pequeña burguesía radical, combatir el chovinismo local y demostrar que la burguesía es incapaz de resolver el problema de las nacionalidades. El movimiento nacional vasco, contrariamente al catalán, es un movimiento reaccionario y retrógrado. Por lo tanto, los comunistas, de acuerdo con el sentir de las masas obreras de Vasconia, que rehusan y lo combaten, debemos combatirlo como un dique que es a los avances de la propia revolución democrática. Los comunistas no debemos aceptar los movimientos nacionales que no tengan su base en la realidad. Debemos oponernos, por tanto, a lo que pretenden algunos llamar movimiento nacional gallego, andaluz, etc., etc. La burguesía española, por su debilidad, por los lazos que la unen económicamente a las fuerzas feudales del país, por sus condiciones y contradicciones internas, es incapaz de fundir los distintos pueblos en la potente unidad política que los intereses del desarrollo económico de España exigen. Sólo la victoria de la clase obrera históricamente progresiva, esencialmente libertadora, unida por encima de las diferentes nacionalidades por un interés común, garantizará el desenvolvimiento de los pueblos y el reconocimiento de sus derechos acabando con toda opresión.

Tesis sobre la cuestión de las nacionalidades  1

1. La caída de la monarquía y la implantación de la República, como este cambio de régimen no ha ido acompañado de la incorporación al nuevo estado político del programa de la revolución democrática, no representa un avance muy sensible no sólo en el orden de las relaciones de las clases sociales en pugna, sino tampoco en las relaciones entre las colectividades nacionales que viven, de buen o mal grado, dentro del marco del estado español.


2. Bajo la monarquía, el estado imperialista pan-español, formado históricamente de nacionalidades diversas, sobre las cuales ejercía su hegemonía el feudalismo de Castilla vinculado estrechamente con la monarquía y dominando en las grandes arterias capitalistas superpuestas sobre una economía semifeudal y pequeñoburguesa, no había logrado fundirse en un sólo espíritu nacional. El espíritu asimilista del imperialismo castellano no consiguió vencer la personalidad de las naciones de la periferia: Cataluña, Galicia, Vasconia. Las demás comarcas peninsulares — Portugal aparte — si bien no se han refundido totalmente al embate del imperialismo castellano, su personalidad no se ha destacado con bastante empuje y viven faltas de vigor, sin reivindicar aún como Cataluña y Vasconia el derecho a la propia personalidad, si bien la presentación de los Estatutos Catalán y Vasco, ha hecho que también lo formularan Baleares, Valencia, Galicia, Aragón y Murcia.


3. El estado imperialista pan-español ha sido con relación a las diversas nacionalidades ibéricas un aparato centralista al servicio de la monarquía, la cual como expresión del régimen feudal, privaba la expansión y florecimiento de las diferentes nacionalidades que integraban el estado. El hecho de que estas nacionalidades no hayan aceptado la estructura unitaria y que de una manera tímida hayan propugnado siempre por una nueva estructura del estado y que frente a estas reivindicaciones — federalista, autonomista, regionalista y nacionalista o separatista — la monarquía española hubiese desencadenado la violencia para mantener la unidad estatal por la fuerza, demuestra la existencia de un problema vivo de libertades nacionales que nosotros, comunistas, hemos de plantear y resolver desde el punto de vista
1 La Batalla, n.° 82, 10 de marzo de 1932. II Congreso de la FCC-B.


marxista revolucionario y del leninismo, recogiendo además estos factores de vibración revolucionaria como elementos para nuestra revolución.


4. Por regla general, el estado ha sido el coronamiento de la lucha de los núcleos nacionales contra la sociedad feudal; esto es, el triunfo de la burguesía como clase nacionalmente directora contra el poder de la realeza y de los nobles y sumando a sus intereses los de las masas trabajadoras aún no formadas históricamente como clase antagónica a la burguesía. sí, pues, el estado no es otra cosa que una estructura sobre el cuerpo social al servicio de la clase dominadora: la burguesía.


5. Más el estado español no ha seguido este curso histórico. Se ha formado el estado antes que la nación. El estado castellano ha logrado poco a poco ejercer su hegemonía sobre las demás nacionalidades ibéricas, destruyendo los organismos estatales de estas nacionalidades. Los antiguos reinos que convivían dentro de la península ibérica fueron sucumbiendo uno detrás de otro bajo el dominio del feudalismo de la meseta central. La formación histórica del estado español no se apoya, pues, sobre bases burguesas sino que toma todas las características feudales, hostil, por tanto, al capitalismo industrial. Dentro del estado español han ejercido la supremacía no las naciones más progresivas y de mayor impulso industrial — Cataluña, Vasconia — sino las más atrasadas, los núcleos donde aún impera el feudalismo agrario — Castilla, Andalucía, Extremadura, etc.—. Este hecho, explica en parte la contradicción histórica de que el capitalismo no se haya desenvuelto y que falto de impulso al tener que vivir controlado y reglamentado por un estado de tipo feudal y adverso al capitalismo industrial, éste haya tenido que vivir a la sombra del arancel, concesión que le ha sido hecha por el latifundismo agrario como paga a su sumisión política.


6. La pérdida del imperio colonial americano repercute dentro de las tierras que forman el estado español en múltiples aspectos. Por lo que hace referencia al problema nacionalitario, Cataluña, núcleo industrial más adelantado del país, reaccionó en seguida de una manera más viva. El movimiento de renacimiento que hasta entonces no había sobrepasado el estadio sentimental del movimiento literario, floralesco y folklórico, toma un cariz marcadamente político. Se apoya ya entonces sobre las fuerzas industriales agrupadas en torno de los que más tarde habrían de integrar la Lliga Regionalista — partido político de la gran burguesía catalana — que es, por tanto, la expresión política de sus grandes órganos económicos: ”Fomento del Trabajo Nacional”, ”Instituto Catalán de San Isidro”, ”Federación de Banqueros”, ”Unión Mercantil”, etc.


7. La evolución del ”problema catalán” — Cataluña es, dentro del estado español, la colectividad de personalidad más acusada, de mayor desarrollo industrial y con un proletariado más formado — ha pasado a medida que iba avanzando el estado de descomposición política de los órganos semifeudales del estado y del incremento de la violencia coercitiva por parte de las fuerzas sobre las cuales se basaba, para evitar la transformación en un estado de tipo democrático burgués, por las diferentes corrientes ideológicas del federalismo interregional, del autonomismo, del regionalismo y del nacionalismo separatista.


De todos modos, es natural que estas tendencias no las haya aceptado unánimemente ni en bloque el pueblo catalán. Los factores económicos, las clases sociales en pugna, han jugado por ley natural un papel de primer orden en el desarrollo y evolución del movimiento llamado genéricamente ”catalanista”.


8. El movimiento obrero en Cataluña, sobre el cual ha ejercido durante décadas su hegemonía el anarquismo, descendiente en línea directa del radicalismo pequeñoburgués, del federalismo pimargalliano, al pretender los anarquistas del país trocarlo de filosofía ”humana” en doctrina de clase que se desinteresaba de los problemas políticos, y confundiendo lamentablemente la parte anecdótica del catalanismo — el hecho de que estuviese controlado por la burguesía — con el hecho esencial de una colectividad que comenzaba a reivindicar el derecho a su personalidad independiente, produjo la gran paradoja de que un movimiento esencialmente liberador no interesara a las masas obreras y que su solución, por tanto, no fuese puesta en sus programas de clase. Más tarde, fracasado el anarquismo como movimiento ”específico” y aliándolo con el sindicalismo, para evitar su total desaparición, ha dado lugar al nacimiento de esta monstruosidad teórica que se llama ”anarcosindicalismo”, que ha intentado ligar — ¡y ha sido en pura pérdida para el movimiento obrero! — la acción de grupos — anarquismo — con la acción de masas — sindicalismo. El anarcosindicalismo, teoría reformista en su contenido, pero cubierta por un lenguaje extremista, ha seguido en el terreno nacionalitario una táctica completamente equivocada. Por una absurda interpretación del internacionalismo ha logrado apartar al proletariado de los pueblos hispanos de la lucha por la liberación de las nacionalidades oprimidas por el estado español, dejando así el camino libre a la burguesía para que se sirviera de estos movimientos para sus fines de clase.


Esta actitud de incomprensión de los anarcosindicalistas no ha cambiado en lo más mínimo hasta hoy. En nombre de la ”unidad revolucionaria (?) del proletariado español” los elementos directivos de la Confederación Nacional del Trabajo han llegado a hacer la afirmación suicida, centralista y reaccionaria de que se ”levantarían en armas contra todo intento de separación”, prestando así apoyo al centralismo feudal y colocándose en una situación eminentemente contraria a sus postulados libertarios.


Por otra parte parece que existe una tendencia dentro de la CNT que a pesar de mostrar su conformidad con los elementos de la CNT que elaboraron y firmaron la aludida resolución, piensan ampararse en el Estatuto redactado por la burguesía catalana, y afirman ilusoriamente que cuando el Estatuto esté aprobado, a su sombra protectora, ¡será la hora de anarquizar al proletariado catalán! Ahí se ve de una manera clara al reformismo anarcosindicalista convergiendo con el reformismo burgués que en materia nacional es el Estatuto de Cataluña.


9. No podemos hablar de la posición de los socialistas catalanes ante el problema nacional de los pueblos hispanos porque éstos no tienen ninguna importancia dentro del movimiento obrero catalán. Son un pequeño grupo de intelectuales que, sin relación con la masa, han predicado estérilmente un socialismo académico. El socialismo no ha arraigado en Cataluña, debido a su reformismo y la masa, reaccionando contra él de una manera desproporcionada, ha caído en manos del extremismo. Ahí puede aplicarse con razón el pensamiento de Lenin cuando decía que muchas veces el extremismo en el movimiento obrero es un castigo por sus pecados oportunistas.


La posición ante el problema de las nacionalidades ibéricas de los hombres del Partido Socialista Obrero Español, no se aparta ni poco ni mucho de la posición adoptada por sus colegas, los partidos socialistas que giran en torno de la Segunda Internacional. Con la sola diferencia que mientras los partidos socialistas del resto de Europa han hecho declaraciones teóricas, exclusivamente sobre el papel, proclamando el derecho a la libertad de las naciones ”cultas” — y así sostenían de una manera directa el derecho de las potencias imperialistas sobre los pueblos coloniales — sin que por otra parte hicieran nada para ayudar prácticamente para que los pueblos ”cultos” obtuviesen su independencia, el Partido Socialista Obrero Español ni tan siquiera ha hecho estas declaraciones teóricas. Peor aún: como buenos sostenedores del imperialismo pan-español se han pronunciado de una forma brutalmente imperialista contra las reivindicaciones de los pueblos hispanos sometidos en la ”cárcel de pueblos” que ha sido el estado semifeudal español y que continúa siendo la República.


10. Tampoco el Partido Comunista de España ha tenido una posición justa ante la cuestión nacional. En éste como en tantos otros aspectos, su miopía mental ante la realidad ha sido la causa primera de que no influyese en lo más mínimo el movimiento de emancipación de las nacionalidades ibéricas. Oficialmente obligados por la Internacional Comunista, han puesto de una manera fría y mecánica en sus programas y entre sus consignas, el derecho de Cataluña, Vasconia y Galicia a su libertad y a su independencia. Pero esto ha sido tan sólo la aceptación del principio del derecho de los pueblos a su autodeterminación como un simple formulismo verbal para no ponerse en desacuerdo con las declaraciones y resoluciones de la IC respecto al papel que tienen que desempeñar los partidos comunistas en los movimientos de liberación nacional y en particular con los acuerdos de la IC respecto a las ”resoluciones españolas” que declaran de una manera terminante que los comunistas y su partido tienen la obligación de fomentar y sostener a los separatistas catalanes, vascos y gallegos en su movimiento de liberación nacional.


Bajo la influencia de una dirección incapaz, los militantes del Partido Comunista de España, procedentes unos del socialreformismo y los otros del anarcosindicalismo, han subrayado el problema de la lucha del derecho a la libertad de las nacionalidades oprimidas por el estado español — uno de los aspectos fundamentales de la revolución democrática — y ha sido la causa de que en la práctica, las consignas lanzadas por el PCE sobre esta cuestión quedasen sobre el papel y no realizase nada para tomar este movimiento de manos de la burguesía ni para evitar que bajo su dirección y siguiendo sus orientaciones se integraran fuertes núcleos obreros.


11. En todas las desviaciones que hemos señalado a la posición de las tendencias proletarias frente al problema de las nacionalidades ibéricas, radica la causa de que estos movimientos no tomasen el cariz revolucionario que era necesario y cuando uno de ellos se ha mostrado en este sentido (el separatismo catalán de Maciá y Estat Català, de antes de la República) nos hemos encontrado que los obreros que tomaban parte en él lo hacían bajo la guía de los jefes de la pequeña burguesía, que todo su radicalismo de expresión — como lógica consecuencia de su posición social — ha terminado por conducir el movimiento a una decapitación vergonzante, traicionando los intereses de Cataluña y sometiéndose de una manera servil a los dictados de la gran burguesía catalana en estrecha alianza con la burguesía imperialista española.


2. La aprobación del Estatuto de Cataluña no puede ser en manera alguna la solución del pleito catalán. El Estatuto confeccionado por socialistas ”déclassés” — Campalans, Xirau — por pequeña burguesía reaccionaria — Martín Esteve —, por representantes del gran capitalismo — Jaime Carner y Pedro Corominas — fue elaborado de espaldas al pueblo y hecho aprobar por chantaje. La masa obrera y campesina no se siente representada en él. El Estatuto es una claudicación vergonzante ante el estado imperialista. Ningún pueblo que tuviese dignidad de su personalidad hubiera cometido la vileza de implorar que el parlamento del estado dominador le hiciese la caridad de aprobarle las leyes que en uso de su soberanía se había dado por una mayoría aplastante. Los parlamentarios catalanes han situado Cataluña ante el estado español como una colonia infra-europea que pide que le aflojen un poco las cadenas de la esclavitud.


La grande y pequeña burguesía — Lliga, Partit Catalanista Republicà, Esquerra Republicana de Catalunya y todos los demás partidos, núcleos y fracciones que fueron a la lucha electoral enarbolando la bandera del Estatuto — están por este solo hecho incapacitados para llevar la lucha por la libertad de Cataluña hasta sus últimas consecuencias.


El 14 de abril, Maciá, respondiendo a los deseos del pueblo proclamó la República Catalana. Tan pronto como obedeciendo a Madrid la mató — y con él todos los que convivieron en ello — liquidaba definitivamente todo su pasado revolucionario por la libertad de Cataluña, sellando con una traición infamante el pacto con el enemigo.


13. La Federación Comunista Catalano-Balear como núcleo dirigente de la organización de masas Bloque Obrero y Campesino, declara que siendo la cuestión nacional uno de los puntos básicos del programa de la revolución democrática, revolución democrática que no ha sido llevada a cabo como pretende la burguesía con el simple hecho de haberse sustituido el régimen monárquico por el republicano, luchará por el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, llegando si precisa a la separación, si tal es su voluntad.


Al hacer esta declaración terminante, no perdemos de vista en lo más mínimo nuestra posición ”únicamente” comunista. El proceso histórico que habremos de seguir para llegar a la revolución social, nos determina el cumplimiento de la etapa previa ”indispensable” de la revolución democrática, uno de cuyos puntos capitales es la solución del problema de las nacionalidades oprimidas.


14. Como comunistas y fieles a nuestra tesis de la autodeterminación de las nacionalidades, precisa que luchemos también por la nacionalidad que, sometida al dominio imperialista del estado español, ha luchado efectivamente contra su dominio despótico demostrando así su voluntad de libertad. Nos referimos a las posiciones coloniales que España tiene en el Norte de África. La libertad nacional del pueblo marroquí, que con sus luchas heroicas contra el imperialismo español ha sido uno de los factores esenciales de la caída de la monarquía, debería de haber sido uno de los primeros actos de la República. Pero no sólo no ha sido así, sino que la República ha continuado en Marruecos la misma política de bandidaje que practicaba la monarquía. Es necesario, pues, reivindicar y luchar por la libertad de los heroicos luchadores rifeños, los únicos que se han batido con las armas en las manos contra la dominación del imperialismo español, sostenido por la monarquía. La libertad de los países coloniales no ha de dejarse en segundo término, como lo hacen los seguidores de la II Internacional, dado que el problema de su libertad — Marruecos en nuestro caso — además de ser un problema de justicia, va estrechamente ligado al problema de la revolución social internacional puesto que sin la liberación de los pueblos oprimidos de las colonias no será posible derrumbar el poder del capitalismo.


15. La revolución democrática que fue el objetivo histórico de la burguesía en su época de poderío, actualmente, dado el grado de desarrollo de la sociedad española en la cual conviven formas económicas semifeudales — agrarismo andaluz, castellano, extremeño — con núcleos capitalistas — banca, región minera asturiana, metalurgia bilbaína, industria catalana — y una capa considerable de pequeña burguesía agraria — Galicia, parte de Cataluña — e industrial — pequeñas fábricas por todo el país — y hasta sociedades industriales de tipo ”trustista” y de monopolio — empresas tabaqueras, de petróleos, de alcoholes, de azúcares, etc.—, hacen imposible que la burguesía realice la revolución democrática, porque se encuentra que se ha formado ya frente a ella una nueva base, el proletariado, que en un movimiento revolucionario de gran envergadura no se contentaría con hacer un papel de comparsa sino que por ser la clase históricamente más avanzada se pondría al frente de la revolución y la completaría con la revolución socialista.


16. La incapacidad revolucionaria de la burguesía peninsular hace que ésta no pueda resolver el problema de las nacionalidades. El ejemplo de Maciá, del Estat Català y de la Esquerra Republicana de Catalunya — sectores más avanzados de la burguesía — claudicando ante la gran burguesía y el estado imperialista dominador, plantea a los comunistas y, por tanto, a la Federación Comunista Catalano-Balear, el problema de la toma del poder por el proletariado para llevar a cabo la revolución democrática y, por tanto, la solución de la cuestión de la liberación de las nacionalidades ibéricas.


17. El problema de desarticular los restos del feudalismo español vinculado hoy por culpa de la burguesía a la actual estructuración de la economía española tiene que ser la obra de la clase trabajadora. En esta lucha juega un rol importantísimo la lucha por la libertad de Cataluña, Vasconia, Galicia y Marruecos. La Federación Comunista Catalano-Balear consciente de sus deberes históricos como núcleo dirigente de las masas trabajadoras, al aceptar la responsabilidad de la dirección de esta lucha a muerte contra los restos feudales y contra la burguesía impotente que los sostiene con sus claudicaciones, se pronuncia, pues, de una manera clara que no dejar lugar a dudas ni equívocos: aceptamos e impulsamos el separatismo como factor de descomposición del estado español, si bien como comunistas no somos separatistas en el sentido burgués nacionalista.


Mas a pesar de la lucha que mantengamos contra el estado imperialista español para lograr la libertad de las naciones oprimidas, no solamente no será esto motivo para provocar una ruptura entre el proletariado de los pueblos hispanos, sino que en interés de esta misma lucha contra el enemigo común, el proletariado de Cataluña, Marruecos, Vasconia y Galicia se mantendrá unido con el proletariado de las demás tierras del estado español. Si aceptamos ”como comunistas” el separatismo es sólo para desarticular el estado español. Mas, una vez lo hayamos logrado y el proletariado dueño del poder político del estado, garantizada efectivamente la libertad absoluta de todos los pueblos ibéricos, no habrá ningún interés que los impulse a una separación suicida. Hay en este aspecto el ejemplo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. No nos interesa la balcanización de la península ibérica. Contrariamente, hacemos nuestra la fórmula de Lenin: ”Separación en interés de la unión”. Esto es: separar primero, para unir después. Sólo el proletariado en el poder podrá lograr lo que la burguesía ha sido incapaz de conseguir: que las nacionalidades ibéricas se federen voluntariamente y formen una unidad política que de hecho aún no ha existido nunca dentro del estado español. La clase trabajadora está llamada, pues, a cumplir la unidad ibérica, reincorporando Portugal al ritmo general revolucionario del estado federal proletario y redimiendo Gibraltar del vasallaje del imperialismo británico al cual está sometido.


18. Contra el asimilismo centralista de tipo feudal, recubierto hoy con una fraseología democráticoburguesa; contra las claudicaciones y las traiciones de la gran burguesía de Cataluña, Vasconia y Galicia; contra el extremismo verbal, demagógico e impotente de la pequeña burguesía, nosotros, comunistas, levantamos simplemente — y lucharemos para que sea una realidad — el derecho de los pueblos a disponer libremente de sus destinos. Con esta política justa evitaremos en este aspecto las desviaciones de socialistas y anarcosindicalistas.


Contra todas estas tendencias burguesas o influidas por la burguesía, la FEDERACIÓN COMUNISTA CATALANO-BALEAR declara a los obreros de toda la península que no hay nada que, fundamentalmente, los separe y sí que ”como clase y como hombres” infinidad de intereses que los unen. Oponemos, por tanto, a todas las tendencias señaladas el federalismo voluntario de estado obrero a estado obrero para formar libremente la UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS DE IBERIA,


19. Para conseguir esta finalidad la Federación Comunista Catalano-Balear pone en su programa de lucha de clases el principio de la libertad de las naciones oprimidas por el estado español y por que sea una realidad luchará incansablemente para evitar que la clase obrera se integre en las organizaciones específicamente ”nacionalistas” que pretenden solucionar la cuestión social después de haber logrado la libertad de Cataluña — ”Estat Català”, ”¡Nosaltres Sols!”—, olvidando lamentablemente el hecho de que el problema de la libertad de Cataluña sólo puede hallar solución cuando las masas trabajadoras al realizar la revolución social se hagan dueñas del poder. Combatiremos, por tanto, este tipo de extremismo revolucionario nacionalista, que es aún una tendencia burguesa, oportunismo de izquierda, dentro del movimiento de liberación de las nacionalidades ibéricas en lucha contra el estado español.


20. Al hacer la precedente declaración, precisa que no se interprete en el sentido de que la Federación Comunista Catalano-Balear en el terreno práctico de la lucha revolucionaria por la libertad de las nacionalidades se cree, ni que no pueda establecer circunstancialmente y sobre un programa concreto, contacto con núcleos sinceramente revolucionarios para la acción conjunta de la lucha armada. Mas estos pactos o alianzas no excederán jamás el carácter revolucionario señalado ni tampoco su conclusión podrá llegar al extremo de integrar orgánicamente los combatientes comunistas dentro de organismos ajenos. Los comunistas lucharemos sin deshacer nuestros cuadros de combate y sin obedecer a otras órdenes ni seguir otras consignas que las propias.


El POUM y la cuestión de las nacionalidades 1


La socialdemocracia no ha dado nunca al problema de las nacionalidades la interpretación revolucionario debida. Si en el primero de esos aspectos ha sacrificado la revolución a la frase, en el segundo, si bien teóricamente se ha visto obligada a reconocer el derecho de los pueblos a su independencia, en el dominio práctico ha sido incapaz de salir de los límites del nacionalismo burgués.


La revolución proletaria — y el ejemplo nos lo ha dado la revolución rusa — triunfará en tanto que revolución democráticosocialista, hemos dicho. En el estado actual de la historia, no puede haber ya revoluciones exclusivamente democráticas, ni en cierta medida, revoluciones exclusivamente socialistas. La revolución ha de ser democráticosocialista, en su primera etapa.


Pues bien, las tres fuerzas motrices de esa revolución las constituyen: el proletariado, el campesino que quiere conquistar la tierra, y el movimiento de liberación nacional. Si esas tres fuerzas convergen y se encuentran, el proletariado se convierte en el eje central del movimiento revolucionario. Sin la unidad de esos tres frentes de lucha, la revolución democrático-socialista no puede triunfar, sobre todo en un país como el nuestro en donde el aspecto democrático de la revolución es tan pronunciado.


Estos movimientos de emancipación nacional tienen un contenido democrático que el proletariado ha de sostener sin reservas. Una clase que combate encarnizadamente todas las formas de opresión no se puede mostrar indiferente delante de la opresión nacional. Los movimientos de emancipación nacional constituyen un factor revolucionario de primer orden que la clase trabajadora no puede dejar de lado.
1 Acuerdos sobre la cuestión nacional adoptados en la fusión del Bloque Obrero y Campesino con la Izquierda Comunista, en septiembre de 1935. Fueron publicados en el folleto Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista, Ed. La Batalla, Barcelona, 1936.

Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista



El proletariado sólo puede tener una actitud: sostener activamente el derecho indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos y a constituirse en estado independiente, si esta es su voluntad.


Sosteniendo este derecho, el proletariado no se identifica con la burguesía nacional, que quiere subordinar los intereses de la clase a los intereses nacionales y, en los momentos decisivos, se pone al lado de las clases dominantes de la nación opresora con objeto de aplastar los movimientos populares. El proletariado, campeón decidido de las reivindicaciones democráticas, ha de desplazar a la burguesía y a los partidos pequeñoburgueses de la dirección de los movimientos nacionales que traicionan, y llevar la lucha por la emancipación de las nacionalidades hasta las últimas consecuencias.


La lucha por el derecho de los pueblos a la independencia no presupone, sin embargo, la disgregación de los obreros de las diversas nacionalidades que componen el estado, sino, por el contrario, su unión más estrecha, que es la única garantía del triunfo.


El reconocimiento del derecho indiscutible de los pueblos a disponer de sus destinos, de un lado, y la lucha común de los obreros de todas las naciones del estado, del otro lado, constituyen la premisa indispensable de la futura confederación de pueblos libres.


Los movimientos de emancipación nacional pasan por tres fases. En la primera, es la burguesía reaccionaria quien los monopoliza, haciendo de lo que tiene un sentido progresivo y justo, una fortaleza al servicio de la contrarrevolución. Es lo que sucedió en nuestro país durante el siglo pasado cuando el carlismo se apoyó sobre el deseo autonomista latente, y durante una parte del siglo actual en Cataluña y Vasconia, principalmente, en donde las fuerzas conservadoras se han hecho suyo el problema autonomista con objeto de utilizarlo como ganzúa para favorecer sus intereses económicos y para impedir un desarrollo revolucionario.


La segunda etapa está caracterizada por el paso del problema nacional a manos de la pequeña burguesía, que es lo que se da actualmente entre nosotros, y de un modo particular en Cataluña. Durante esta fase la pequeña burguesía — Esquera, en Cataluña — hace una gran demagogia prometiendo la solución completa del problema nacional. Pero tan pronto como la pequeña burguesía constata que la profundización de la revolución democrática, en éste como en los demás dominios, en el de la tierra especialmente, aproxima la revolución socialista, hace marcha atrás precipitadamente, llegando a la más vergonzosa capitulación, como ocurrió en Cataluña, primero aceptando un Estatuto que dejaba sin solución fundamental el problema planteado, y segundo, entregándose al enemigo — octubre de 1934 — cuando vio que la defensa de la cuestión nacional pasaba a manos de la clase trabajadora.


La tercera fase es aquella en que el proletariado se hace suyo el problema nacional y le aporta, revolucionariamente, la solución debida. Esta etapa se ha iniciado ya en nuestro país. El problema nacional empieza a ser considerado por el proletariado como un factor revolucionario.


El Partido Obrero de Unificación Marxista trabajará por el desplazamiento de la pequeña burguesía del frente del movimiento nacional con objeto de que sea el propio proletariado quien lo dirija y solucione, llegando a la estructuración de la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario