sábado, 6 de febrero de 2016

V. I. Lenin. Aventurerismo revolucionario




Escrito: Entre el 1 de agosto y el 1 de septiembre de 1902.
Primera publicación: En los números 23 y 24 de “Iskra” , el 1 de agosto y el 1 de septiembre de 1902.
Fuente: Tomado de V. I. Lenin, Obras escogidas, tomo 6, págs. 377-398.
Digitalizado para el MIA: Daniel Gaido, 2014.
HTML: Rodrigo Cisterna, 2014.


                                           I
Vivimos tiempos turbulentos, en los que la historia de Rusia avanza con botas de siete leguas y cada año significa, a veces, más que decenios en periodos pacíficos. Se hace el balance de medio siglo de la época posterior a la reforma campesina y se asientan los cimientos de las estructuras sociopolíticas que determinarán durante largo tiempo los destinos de todo el país. El movimiento revolucionario sigue creciendo con celeridad sorprendente y “nuestras tendencias” sazonan (y se marchitan) con rapidez extraordinaria. Las tendencias que disponen de sólidas bases en el régimen clasista de un país capitalista en tan rápido desarrollo como Rusia encuentran “su sitio” casi en el acto y buscan a las clases afines. Un ejemplo: la evolución del señor Struve. Los obreros revolucionarios proponían, hace solo año y medio, que se le “arrancase la careta” de marxista; ahora, el mismo actúa ya sin careta como jefe (¿o lacayo?) de los terratenientes liberales, orgullosos de su arraigo y su sensatez. Por el contrario, las tendencias que expresan únicamente la volubilidad tradicional de las opiniones sustentados por los sectores intelectuales intermedios e indefinidos tratan de remplazar el acercamiento a determinadas clases con declaraciones, tanto más ruidosas cuanto mayor es el estruendo de los acontecimientos. “Alborotamos, amigo, alborotamos”: tal es la consigna de muchas personas de espíritu revolucionario, arrastradas por el torbellino de los acontecimientos y carentes de bases teóricas y sociales.


Entre esas tendencias “ruidosas” figuran también los “socialistas-revolucionarios” [1], cuya fisonomía se dibuja con claridad creciente. Y es hora ya de que el proletariado examine con atención esta fisonomía y comprenda de un modo exacto qué representan en realidad quienes lo buscan por amigo con tanta mayor insistencia cuanto más evidente se hace su imposibilidad de existir como corriente especial sin acercarse de lleno a la clase social revolucionaria de verdad.


Circunstancias de tres tipos han contribuido más que nada a descubrir la fisonomía autentica de los socialistas-revolucionarios. Primero, la división entre la socialdemocracia revolucionaria y el oportunismo, que se alza bajo la bandera de la “critica del marxismo”. Segundo, el asesinato del ministro del interior Sipiaguin por Balmashev [el 5 de mayo de1902] y el nuevo viraje de algunos revolucionarios hacia el terrorismo. Tercero y principal, el novísimo movimiento entre el campesinado, que ha obligado a quienes saben nadar entre dos aguas y carecen de todo programa a manifestarse post factum con algo, al menos, que se parezca a un programa. Analicemos estas tres circunstancias, previniendo que en un artículo periodístico solo podremos abordar someramente los puntos fundamentales de la argumentación y que quizás la expongamos con mayor detenimiento en un artículo para alguna revista o folleto.


Los socialistas-revolucionarios han hecho una declaración teórica de principios solo en el número 2 de VestnikRusskoiRevoliutsii [2], en un editorial no firmado y titulado “El crecimiento mundial y la crisis del socialismo”. Aconsejamos con insistencia este artículo a cuantos quieran tener una idea clara de la versatilidad y de la más absoluta carencia de principios en el terreno de la teoría (así como del arte de encubrirlas con un torrente de palabras). Todo el contenido de este artículo, notable en grado sumo, puede expresarse en dos palabras. El socialismo ha crecido y se ha convertido en una fuerza mundial, el socialismo (= el marxismo) se escinde ahora a consecuencia de la guerra de los revolucionarios (“ortodoxos”) contra los oportunistas (“críticos”). “Como es natural”, los socialistas-revolucionarios jamás hemos simpatizado con el oportunismo, pero saltamos de gozo con motivo de la “crítica” que nos ha librado del dogma; también nosotros emprendemos la revisión de ese dogma, y aunque todavía no hemos mostrado absolutamente ninguna crítica (a excepción de la oportunista burguesa), aunque todavía no hemos revisado nada en absoluto, esta libertad nuestra respecto de la teoría debe sernos reconocida como un mérito intencionado. Con tanto mayor motivo debe reconocérsenos el mérito de que, como personas libres de la teoría que somos, defendamos a capa y espada la unión general y condenemos con fervor toda discusión teórica de principios. “Una organización revolucionaria seria -nos asegura muy en serio VestnikRusskoiRevoliutsiien el número 2, pág.127- renunciaría a resolver los problemas en litigio de la teoría social, que desunen siempre, lo que, como es natural, no debe impedir a los teóricos buscarles solución”. O dicho más claro: que el escritor escriba, y el lector lea; mientras tanto, alegrémonos nosotros con motivo de ese lugar vacío liberado.


No es necesario, por supuesto, analizar en serio esta teoría del apartamiento del socialismo (con motivo, en realidad, de las discusiones). A juicio nuestro, la crisis del socialismo obliga a los socialistas más o menos serios a redoblar precisamente la atención por la teoría, a adoptar de modo más resuelto una posición determinada con rigor, a deslindarse con mayor decisión de los elementos vacilantes e inseguros. En cambio, a juicio de los socialistas-revolucionarios, puesto que “incluso entre los alemanes” hay escisión y disensión, el propio Dios nos ordena a los rusos que estemos orgullosos de no saber adónde vamos. A nuestro parecer, la falta de teoría niega el derecho de existencia a la tendencia revolucionaria y, tarde o temprano, la condena de manera ineluctable a la bancarrota política. En cambio, a juicio de los socialistas-revolucionarios, la falta de teoría es una cosa muy buena, especialmente cómoda “para la unificación”. Como ven, no podremos entendernos con ellos, ni ellos con nosotros, pues hablamos lenguajes distintos. Solo hay una esperanza: que les haga entrar en razón el señor Struve, quien habla también (aunque con mayor seriedad) de suprimir los dogmas y de que “nuestra” misión (como la misión de toda burguesía que se dirige al proletariado) no consiste en desunir, sino en unir. ¿Verán algún día los socialistas-revolucionarios, con la ayuda del señor Struve, lo que significa de verdad su posición de librarse del socialismo para unirse y de unirse por haberse librado del socialismo?


Pasemos al segundo punto, al problema del terrorismo.


Los socialistas-revolucionarios se afanan por defender el terrorismo, cuya inutilidad ha demostrado de modo tan patente la experiencia del movimiento revolucionario ruso, declarando que lo admiten solo junto a la labor entre las masas y que, por ello, no les atañen los argumentos que los socialdemócratas rusos han esgrimido para refutar la conveniencia (y la han refutado para largo) de este método de lucha. Se repite algo muy parecido a su actitud ante la “critica”. No somos oportunistas, gritan los socialistas- revolucionarios; pero, al mismo tiempo, relegan al olvido el dogma del socialismo proletario, tomando por base únicamente la crítica oportunista, y ninguna otra. No repetimos los errores de los terroristas, no distraemos a nadie de la labor entre las masas, aseguran los socialistas-revolucionarios; pero, al mismo tiempo, recomiendan celosamente al partido actos como el asesinato de Dmitri Serguéievich Sipyagin  por Balmashev, aunque todo el mundo sabe y ve muy bien que este acto no ha tenido -ni podía tener, por la forma en que ha sido realizado- ninguna relación con las masas, que quienes lo han cometido no confiaban ni contaban con ningún apoyo o acción concreta de la multitud. Los socialistas-revolucionarios no advierten ingenuamente que su inclinación al terrorismo está unida con el más estrecho vínculo causal al hecho de haberse encontrado desde el primer momento, y de seguir encontrándose, al margen del movimiento obrero, sin tratar siquiera de convertirse en el partido de una clase revolucionaria que sostiene su lucha de clase. Los votos fervorosos obligan con mucha frecuencia a ponerse en guardia y desconfiar de la veracidad de lo que necesita un condimento picante. Y cuando leo las aseveraciones de los socialistas-revolucionarios de que con el terrorismo no relegan la labor entre las masas, recuerdo con frecuencia estas palabras: ¿cómo no se cansan de jurar? Porque quienes hacen esas afirmaciones se han apartado ya, y siguen apartándose, del movimiento obrero socialdemócrata -que de veras pone en pie a las masas-, asiéndose a fragmentos de teorías, cualesquiera que sean.


La octavilla publicada el 3 de abril de 1902 por el Partido de los Socialistas-Revolucionarios[3] puede servir de magnifica ilustración a cuanto queda dicho. Es la fuente más auténtica, más viva, más cercana a los propugnadores de la acción directa. En esta octavilla, “el planteamiento del problema de la lucha terrorista” “coincide plenamente ”también “con la concepción del partido”, según el valioso testimonio de Revoliutsionnaya Rossia (número 7, pág. 24) [4].


[A decir verdad, Revoliutsionnaya Rossia hace también ciertos equilibrios al hablar de este punto. Por una parte, “coincide plenamente”; por otra, insinúa “exageraciones”. Por un lado, declara que esta octavilla es obra solo de “un grupo” de socialistas-revolucionarios. Por otro, nos encontramos ante el hecho de que lleva la siguiente firma: “Edición del Partido de los Socialistas-Revolucionarios”; y, además, repite el epígrafe de Revoliutsionnaya Rossia (“En la lucha adquirirás tu derecho”). Comprendemos que a Revoliutsionnaya Rossia le desagrade tocar punto tan delicado; sin embargo, consideramos sencillamente indecoroso jugar al escondite en tales casos. A la socialdemocracia revolucionaria le desagrado también la existencia del “economismo”, pero lo desenmascaró públicamente sin intentar jamás desorientar a nadie.]


La octavilla del 3 de abril [1902] copia con exactitud admirable el cliché de la “novísima” argumentación de los terroristas. Lo primero que salta a la vista son estas palabras: “no exhortamos a practicar el terrorismo en lugar de la labor entre las masas, sino precisamente a realizar esa labor de manera simultánea”. Y saltan a la vista porque han sido compuestas con caracteres el triple mayores que el resto del texto (procedimiento repetido también, como es natural, por Revoliutsionnaya Rossia). ¡Es tan sencillo, en efecto! Basta con componer con negrillas “no en lugar, sino además de la labor” para que pierdan en el acto su valor todos los argumentos de los socialdemócratas, todas las enseñanzas de la historia. Pero prueben a leer toda la octavilla y verán que el juramento en negrillas invoca en vano el nombre de las masas. ¡El día en que “el pueblo obrero saiga de las tinieblas” y “la potente ola popular haga pedazos las puertas de hierro” “no llegará, ¡ay!” (textualmente: ¡ay!) “tan pronto y es terrible pensar cuantas victimas costará!” ¿Es que las palabras “no llegará, ¡ay!, tan pronto” no expresan incomprensión absoluta del movimiento de masas y desconfianza en él? ¿Es que este argumento no ha sido inventado adrede para burlarse de que los trabajadores se pongan ya en pie? Y, por último, aún en el caso de que este manido argumento tuviera tanto fundamento como absurdo es en realidad, de él dimanaría con singular relieve la inutilidad del terrorismo, pues sin los trabajadores no pueden nada, nada a ciencia cierta, las bombas de toda índole.


Pero escuchen lo que sigue: “Cada golpe terrorista parece arrebatar a la autocracia una parte de su fuerza y transferir (!) toda esta fuerza (!) a los luchadores por la libertad”. “Y como el terrorismo será practicado de manera sistemática (!), es evidente que la balanza se inclinara por ultimo a nuestro favor”. Si, si, es evidente para todos que nos encontramos ante el mayor de los prejuicios terroristas en su forma más burda: ¡el asesinato político “transfiere la fuerza” por sí solo! Ahí tienen, de una parte, la teoría de la transferencia de la fuerza, y de otra, “no en lugar, sino además de la labor...”¿Cómo no se cansarán de lanzar declamaciones?


Pero esto no es más que el comienzo. Lo sustancial viene después. “¿Contra quién disparar?”, pregunta el Partido de los Socialistas-Revolucionarios. Y responde: contra los ministros, y no contra el zar, pues “el zar no llevará las cosas al extremo” (¿cómo lo han sabido??) y, además, “esto es más fácil” (¡así se dice textualmente!): “ningún ministro puede atrincherarse en palacio como en una fortaleza”. Y esta argumentación termina con el siguiente razonamiento, digno de ser inmortalizado como modelo de “teoría” de los socialistas-revolucionarios:


“Contra la multitud, la autocracia tiene a los soldados; contra las organizaciones revolucionarias, a la policía secreta y uniformada; pero ¿que podrá salvar... (¿a quién?, ¡a la autocracia?; ¡el autor, sin darse cuenta, ha identificado ya a la autocracia con el ministro, contra quien es fácil disparar!) ...de individuos aislados o de pequeños grupos que se preparan constantemente para el ataque, incluso en secreto los unos de los otros (!!), y atacan? No hay fuerza que valga contra la calidad de incapturable. Por tanto, nuestra tarea es clara: eliminar a todo verdugo autocrático y autoritario por el único procedimiento que la autocracia nos ha dejado (!): la muerte”. Por muchas montañas de papel que escriban los socialistas-revolucionarios, asegurando que con su prédica del terrorismo no relegan ni desorganizan la labor entre las masas, no podrán refutar con torrentes de palabras el hecho de que precisamente la octavilla citada expresa con exactitud la verdadera psicología del terrorista contemporáneo. La teoría de la transferencia de la fuerza se completa de manera lógica con la teoría de la calidad de incapturable, teoría que pone definitivamente cabeza abajo no solo toda la experiencia del pasado, sino todo el sentido común. Que la “multitud” es la única “esperanza” de la revolución y que contra la policía solo puede luchar una organización revolucionaria que dirija (de hecho, y no de palabra) a esa multitud son cosas tan elementales que da vergüenza demostrarlas. Y solo la gente que lo ha olvidado todo y no ha aprendido absolutamente nada es capaz de resolver la cuestión “al revés”, llegando al fabuloso y absurdo disparate de que a la autocracia pueden “salvarla” de la multitud los soldados, y de las organizaciones revolucionarias, la policía, ¡¡pero nada la salvará de los individuos sueltos que se dediquen a cazar ministros!!


Este fabuloso razonamiento que -estamos seguros de ello- se hará celebre, en modo alguno es una simple curiosidad. Alecciona también porque pone al desnudo, al llevarlo con audacia hasta el absurdo, el error fundamental de los terroristas, el error común de los terroristas y los “economistas” (¿quizás haya que decir ya: de los antiguos portavoces del finado “economismo”?). Este error consiste, como hemos indicado ya muchas veces, en no comprender el defecto principal de nuestro movimiento. Debido al desarrollo del movimiento a velocidad extraordinaria, los dirigentes se han rezagado de las masas, y las organizaciones revolucionarias no han crecido en la misma proporción que la actividad revolucionaria del proletariado, resultando incapaces para ir en cabeza y dirigir a las masas. Ninguna persona concienzuda que conozca algo, por poco que sea, el movimiento duda hoy de que haya tal desproporción. Y como esto es así, también es evidente que los actuales terroristas son verdaderos “economistas” al revés, ya que caen en el extremo opuesto, tan insensato como el otro. Exhortar al terrorismo, a que individuos sueltos y grupos que no se conocen entre sí organicen atentados contra ministros en momentos cuando los revolucionarios carecen de fuerzas y medios suficientes para dirigir a las masas, que se ponen ya en pie, significa de por sí, no solo interrumpir la labor entre las masas, sino desorganizarla de manera directa. En la octavilla del 3 de abril [1902] leemos que nosotros, los revolucionarios, “estamos acostumbrados a movernos tímidamente en tropel, e incluso (NB) el espíritu nuevo y audaz que se viene dejando sentir durante los dos o tres años últimos ha dado, por ahora, mayor impulso al estado de ánimo de la multitud que al de los individuos”. En estas palabras hay mucha verdad revelada sin proponérselo sus autores. Y precisamente esta verdad derrota en toda la línea a los predicadores del terrorismo. Todo socialista que piensa extrae de esta verdad la siguiente conclusión: hay que actuar en tropel con mayor energía, audacia y unanimidad. Pero los socialistas-revolucionarios deducen: ¡”dispara, individuo incapturable, pues el tropel, ¡ay!, no llegará tan pronto, y, además, están los soldados para hacerle frente!”¡Señores, esto ya no tiene la menor sensatez!


En la octavilla tampoco falta la teoría del terrorismo excitativo. “Cada desafío del héroe despierta en todos nosotros el espíritu de lucha e intrepidez”, nos dicen. Sin embargo, sabemos por lo pasado y vemos por lo presente que sólo las nuevas formas del movimiento de masas o el despertar de nuevos sectores de las masas a la lucha independiente despiertan de verdad en todos el espíritu de lucha e intrepidez. En cambio, los desafíos, precisamente porque no pasan de ser desafíos, de los Balmashev, causan solo de momento una sensación efímera y llevan a la larga incluso a la apatía, a la espera pasiva del desafío siguiente. Se nos asegura más adelante que “cada relámpago de terrorismo da luz a la inteligencia”, lo cual no advertimos, lamentablemente, en el Partido de los Socialistas-Revolucionarios, que preconiza el terrorismo. Se nos ofrece una teoría de la labor minúscula y de la gran obra. “Quien tenga más fuerzas y mayores posibilidades y decisión no debe darse por satisfecho con la labor minúscula (!), debe buscar y entregarse a una gran obra: la propaganda del terrorismo entre las masas (!), la preparación de complicadas... (¡se ha olvidado ya la teoría de la calidad de incapturable!...) empresas terroristas”. ¿Verdad que resulta inteligente a maravilla? Entregar la vida de un revolucionario para vengarse del canalla Sipiaguin y sustituirlo por el canalla Plehve es una gran obra. Pero preparar, por ejemplo, a las masas para una manifestación armada es una labor minúscula. RevoliutsionnayaRossia explica esto en su número 8, al declarar que de las manifestaciones armadas “es fácil hablar y escribir como de algo perteneciente a un futuro lejano e impreciso”; “pero todas estas peroratas han tenido hasta ahora un carácter solo teórico” [5]. ¡Qué bien conocemos este lenguaje de quienes se sienten libres de las incomodidades que implican las firmes convicciones socialistas y de la gravosa experiencia de todos los movimientos populares, cualesquiera que sean! Esas personas confunden lo tangible y los resultados inmediatos sensacionales con su importancia práctica. Para ellas, la exigencia de sustentar con firmeza el criterio clasista y velar por el carácter masivo del movimiento es “teorización” “imprecisa”. La precisión consiste, según ellas, en seguir con servilismo cada viraje del estado ánimo y ... y, como consecuencia, ser impotente sin remedio ante cada viraje. Empiezan las manifestaciones, y esa gente se deshace en frases sangrientas y habla del comienzo del fin. Se interrumpen las manifestaciones, y entonces nos desanimamos y gritamos a todo correr: “el pueblo ¡ay! aún tardará...” Una nueva infamia de los verdugos zaristas, y exigimos que se nos indique el medio “preciso” que sirva de respuesta exhaustiva precisamente a esa violencia de los verdugos, un medio que “transfiera la fuerza” en el acto, ¡y prometemos con orgullo dicha transferencia! Esa gente no comprende que la promesa de “transferir” la fuerza es, ya de por sí, aventurerismo político y que este aventurerismo depende de su carencia de principios.


La socialdemocracia pondrá siempre en guardia contra el aventurerismo y denunciará sin piedad las ilusiones, que terminan de manera ineluctable en el más completo desengaño. Debemos tener presente que un partido revolucionario es digno de este nombre sólo cuando dirige de verdad el movimiento de una clase revolucionaria. Debemos tener presente que todo movimiento popular adquiere formas infinitamente diversas, elabora sin cesar nuevas formas y abandona las viejas, creando variantes o nuevas combinaciones de las formas viejas y nuevas. Y es deber nuestro participar de manera activa en este proceso de elaboración de métodos y medios de lucha. Cuando arreció el movimiento estudiantil, llamamos al obrero en ayuda del estudiante (Iskra, número 2), sin atrevernos a predecir las formas de las manifestaciones, sin prometer que de ellas dimanarían la transferencia inmediata de la fuerza, el alumbramiento de la inteligencia y la calidad especial de incapturable. Cuando se estabilizaron las manifestaciones, llamamos a organizarlas y a armar a las masas, dimos la tarea de preparar la insurrección del pueblo. Sin negar en principio lo más mínimo la violencia y el terrorismo, exigimos que se trabajara en la preparación de formas de violencia que previesen y asegurasen la participación directa de las masas. No cerramos los ojos ante la dificultad de esta tarea, pero laboraremos con firmeza y tenacidad para cumplirla, sin que nos turben las objeciones de que es “un futuro lejano e impreciso”. Si, señores, somos también partidarios de las futuras formas del movimiento, y no solo de las pasadas. Preferimos el largo y difícil trabajo en lo que tiene porvenir y no la “fácil” repetición de lo que ha sido ya condenado por el pasado. Arrancaremos siempre la careta a quienes hablan sin cesar de la guerra contra los clichés del dogma, pero se limitan, de hecho, a repetir los lugares comunes de las teorías más vetustas y dañinas de la transferencia de la fuerza, de la diferencia entre la labor grande y la minúscula y, como es natural, de la teoría del desafío y del combate singular. “De la misma manera que los jefes decidían antaño en un combate singular las batallas de los pueblos, los terroristas conquistaran la libertad para Rusia en combate singular con la autocracia”; así termina la octavilla del 3 de abril [1902]. Y basta con publicar semejantes frases para verlas refutadas.


Quienes realizan de verdad su labor revolucionaria en ligazón con la lucha de clase del proletariado saben, ven y sienten perfectamente cuán numerosas son las demandas directas e inmediatas del proletariado (y de los sectores del pueblo capaces de apoyarle) todavía sin satisfacer. Saben que en muchísimos lugares, en zonas inmensas, los obreros pugnan literalmente por lanzarse a la lucha, y sus impulsos se pierden en vano por la insuficiencia de publicaciones y de dirigentes, por la falta de fuerzas y medios en las organizaciones revolucionarias. Y nos encontramos -vemos que nos encontramos- en el maldito círculo vicioso que tanto tiempo gravitó sobre la revolución rusa como un sino fatal. De un lado, se pierde en vano el ímpetu revolucionario de la multitud poco ilustrada y organizada. De otro lado, se pierden en vano los disparos de los “individuos incapturables”, que pierden la fe en la posibilidad de marchar en filas cerradas, de laborar hombro a hombro con la masa.


¡Pero la cosa aún puede remediarse por completo, camaradas! La pérdida de la fe en la verdadera obra no es más que una rara excepción. El apasionamiento por el terrorismo no es más que un estado de ánimo efímero. ¡Cerremos más estrechamente las filas socialdemócratas y fundiremos en un todo la organización combativa de los revolucionarios y el heroísmo masivo del proletariado ruso!


En el artículo siguiente examinaremos el programa agrario de los socialistas-revolucionarios.

                                                   II

La actitud de los socialistas-revolucionarios ante el movimiento campesino ofrece un interés especial. Precisamente en el problema agrario se han considerado siempre fuertes, sobre todo, los representantes del viejo socialismo ruso, sus herederos populistas-liberales[6] y los numerosos partidarios de la crítica oportunista en Rusia, los cuales afirman a gritos que la "crítica" ha infligido ya la derrota definitiva al marxismo en este dominio. También nuestros socialistas-revolucionarios ponen de vuelta y media, como suele decirse, al marxismo: “prejuicios dogmáticos... dogmas ya caducos y hace mucho refutados por la vida..., la intelectualidad revolucionaria ha cerrado los ojos ante los problemas del campo, la labor revolucionaria entre los campesinos estaba prohibida por la ortodoxia”, y otras muchas cosas del mismo estilo. Hoy está de moda soltar coces a la ortodoxia. Pero ¿en qué variedad habrá que clasificar a los coceadores que no tuvieron tiempo siquiera de bosquejar su propio programa agrario antes de que comenzara el movimiento entre los campesinos? Cuando Iskra, ya en el número 3, esbozó su programa agrario, Vestnik Russkoi Revoltutsii solo pudo balbucear: “Con semejante planteamiento del problema se esfuma en grado considerable otra de nuestras discrepancias”. Por cierto, a la redacción de Vestnik Russkoi Revoliutsii le ocurrió la pequeña desgracia de no comprender en absoluto precisamente el planteamiento del problema por Iskra (“llevar la lucha de clases al campo”). Ahora Revoliutsionnaya Rossia se remite con retraso al folleto titulado Un problema actual, aunque tampoco hay allí programa alguno, sino sólo la exaltación de oportunistas tan "famosos" como Hertz.


Pues bien, esta misma gente, que antes de iniciarse el movimiento se mostraba de acuerdo tanto con Iskra como con Hertz, al día siguiente de la insurrección campesina lanza un manifiesto “en nombre de la Unión Campesina (!) del Partido de los Socialistas-Revolucionarios”, en el que no encontraran ni una sola sílaba que proceda realmente del campesino, solo encontraran la repetición literal de lo que han leído centenares de veces en los escritos de los populistas, los liberales y los “críticos” [7] ... Suele decirse que la fortuna sonríe a los audaces. Y eso así es, señores socialistas-revolucionarios, pero no es esta la audacia que atestiguan los anuncios burdamente pintarrajeados.


Hemos visto que la “ventaja” principal de los socialistas-revolucionarios consiste en sentirse libres de la teoría; y su arte principal, en hablar para no decir nada. Pero para presentar un programa hay que decir algo. Es necesario, por ejemplo, arrojar por la borda “el dogma de los socialdemócratas rusos de fines de los años 80 y comienzos de la década del 90, según el cual no existe otra fuerza revolucionaria que el proletariado urbano”. ¡Qué cómoda es la palabreja “dogma”! Basta con adulterar ligeramente la teoría opuesta, encubrir luego esta adulteración con el espantajo llamado “dogma”, ¡y asunto concluido!

Todo el socialismo moderno, empezando por el Manifiesto Comunista, se basa en la verdad indiscutible de que la única clase auténticamente revolucionaria de la sociedad capitalista es el proletariado. Las demás clases pueden ser y son revolucionarias sólo en parte y sólo en ciertas condiciones. Cabe preguntar: ¿qué se debe pensar de quienes “han convertido” esta verdad en un dogma de los socialdemócratas rusos de una época determinada y pretenden convencer al lector ingenuo de que este dogma “se basaba íntegramente en la creencia de que la lucha política abierta estaba aún muy lejos"?


Frente a la teoría de Marx sobre la única clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad moderna, los socialistas-revolucionarios oponen una trinidad -“intelectualidad, proletariado y campesinado”-, con lo cual revelan una irremediable confusión conceptual. Si se contrapone la intelectualidad al proletariado y al campesinado, eso significa que se entiende por intelectualidad una determinada categoría social, un grupo de personas que ocupa una posición social tan definida como la de los obreros asalariados y los campesinos. Mas considerada como tal categoría social, la intelectualidad rusa es precisamente una intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa. El señor Struve tiene toda la razón, en lo que atañe a esta categoría, cuando denomina su periódico “órgano de la intelectualidad rusa”. Pero si se habla de los intelectuales que no ocupan todavía una posición social determinada, o de los que la vida ha desalojado ya de su posición normal y que se pasan al campo del proletariado, entonces será absurdo por completo contraponer esta intelectualidad al proletariado. Como cualquiera otra clase de la sociedad moderna, el proletariado no sólo forma su propia intelectualidad, sino que, además, conquista partidarios entre toda la gente culta. La campaña de los socialistas-revolucionarios contra el “dogma” fundamental del marxismo sólo viene a demostrar, una vez más, que toda la fuerza de ese partido está representada por el puñado de intelectuales rusos que se han desgajado de lo viejo, pero no se han identificado con lo nuevo.


En lo que se refiere al campesinado, los juicios de los socialistas-revolucionarios son todavía más confusos. Basta con fijarse en el planteamiento de la cuestión: “¿Cuáles son las clases sociales que, en general (!), se aferran siempre (!!) al régimen existente... (¿Solo el autocrático?, ¿no, en términos generales, el burgués?)..., lo protegen y no se dejan llevar por la radicalización?” En rigor, esta pregunta solo puede contestarse con otra: ¿qué elementos de la intelectualidad se aferran siempre y en general al caos de ideas existente, lo protegen y no se dejan llevar por la concepción del mundo ciertamente socialista? Pero los socialistas-revolucionarios quieren dar una respuesta seria a una pregunta carente de seriedad. Entre “estas” clases incluyen, en primer lugar, a la burguesía, pues sus “intereses han sido satisfechos”. El viejo prejuicio de que los intereses de la burguesía rusa han sido ya satisfechos en tal grado que en nuestro país no existe ni puede existir una democracia burguesa (véaseVestnik Russkoi Revoliutsii, número 2, págs.132-133) es hoy patrimonio común de los “economistas” y de los socialistas-revolucionarios. Una vez más: ¿no les hará entrar en razón el señor Struve?


En segundo lugar, incluyen entre estas clases a “los sectores pequeñoburgueses”, “cuyos intereses son individualistas, no están definidos como intereses de clase ni se formulan en un programa sociopolítico reformador o revolucionario”. Dios sabrá de dónde proviene eso. Todo el mundo sabe que la pequeña burguesía, lejos de proteger siempre y en general el régimen existente, actúa no pocas veces en sentido revolucionario incluso contra la burguesía (concretamente, cuando se suma al proletariado), con mucha frecuencia contra el absolutismo y casi siempre formula programas de reformas sociales. Nuestro autor se ha limitado a charlatanear del modo “más estrepitoso” contra la pequeña burguesía, siguiendo la “norma de la vida” que Turguenev pone en boca de “un viejo pícaro” en una de sus Poesías en prosa [“La norma de la vida”]: gritar lo más alto posible contra los defectos que uno mismo ve que tiene. Pues bien: dado que los socialistas-revolucionarios ven que solo algunos sectores pequeñoburgueses de la intelectualidad pueden constituir la única base social de su posición entre dos aguas, escriben, por esa razón, de la pequeña burguesía como si el tal término no significara una categoría social y fuera simplemente un giro polémico. Desean también eludir otro punto desagradable: su incomprensión de que el campesinado de nuestros días, tornado en su conjunto, pertenece a los “sectores pequeñoburgueses”. ¿Por qué no intentan, señores socialistas-revolucionarios, darnos una respuesta sobre este punto? ¿No podrían decirnos por qué, mientras repiten trozos de las teorías del marxismo ruso (por ejemplo, sobre la significación progresista de que los campesinos busquen ocupaciones eventuales fuera de su hacienda y vayan de un lugar a otro), cierran los ojos ante el hecho de que ese mismo marxismo ha demostrado el carácter pequeñoburgués de la hacienda campesina rusa? ¿No podrían explicarnos cómo es posible que en la sociedad moderna los “propietarios o semipropietarios” no pertenezcan a los sectores pequeñoburgueses? ¡No, no esperen nada de eso! Los socialistas-revolucionarios no contestarán, no dirán ni explicarán nada a fondo, pues (a semejanza, una vez más, de los “economistas”) han asimilado firmemente la táctica de hacerse los ausentes cuando se trata de la teoría.Revoliutsionnaya Rossia señala con la cabeza a VestnikRusskoiRevoliutsii como si dijera: “Eso es cosa suya” (véase número 4, respuesta a Zaria), y Vestnik Russkoi Revoliutsii relata al lector las hazañas de la crítica oportunista y amenaza, amenaza y vuelve a amenazar con exacerbar más aún la crítica. ¡Poco es eso, señores!


Los socialistas-revolucionarios han mantenido su pureza frente a la influencia nociva de las modernas doctrinas socialistas. Han conservado incólumes los buenos y viejos métodos del socialismo vulgar. Nos encontramos ante un nuevo hecho histórico, ante un nuevo movimiento que surge en determinado sector del pueblo. Pero ellos no estudian la situación de este sector, no se fijan el objetivo de explicar el movimiento de esta categoría social por su carácter y sus relaciones con el régimen económico en desarrollo de toda la sociedad. Para ellos, todo eso es dogma vacío, ortodoxia ya caduca. Su procedimiento es más sencillo. ¿De qué hablan los propios representantes de este sector en ascenso? De la tierra, del aumento de las parcelas, de su redistribución. Y eso es todo. Ahí tienen un “programa semisocialista”, un “principio absolutamente justo”, una “idea luminosa”, el “ideal que vive ya en germen en la mente de los campesinos”, etc. Lo único que hace falta es “depurar y elaborar este ideal”, deducir “la idea pura del socialismo”. ¿No lo cree usted, lector? ¿Le parece inverosímil que vuelvan a sacar a la luz del día estos andrajos populistas personas que repiten con tanto desparpajo lo que han leído en el último libro? Pues es un hecho, y todas las frases que hemos citado han sido tomadas de la declaración hecha “en nombre de la Unión Campesina” y aparecida en el número 8 de Revoliutsionnaya Rossia.


Los socialistas-revolucionarios acusan a Iskra de rezar un responso prematuro al calificar el movimiento campesino de última sublevación del campesinado; el campesinado, nos sermonean, puede participar también en el movimiento socialista del proletariado. Esta acusación muestra palmariamente toda la confusión de ideas que existe entre los socialistas-revolucionarios. No han comprendido siquiera que una cosa es el movimiento democrático contra los restos de la servidumbre y otra el movimiento socialista contra la burguesía. Y al no comprender el propio movimiento campesino, no han podido comprender tampoco que las palabras de Iskra que los asustaron se refieren únicamente al primero de los dos movimientos. Iskra no sólo dice en su programa que los pequeños productores arruinados (incluidos los campesinos) pueden y deben participar en el movimiento socialista del proletariado, sino que, además, señala con exactitud las condiciones de esa participación. Pero el actual movimiento campesino no es en modo alguno un movimiento socialista, dirigido contra la burguesía y el capitalismo. Por el contrario, agrupa a los elementos burgueses y proletarios del campesinado, que están realmente unidos en la lucha contra los restos de la servidumbre. El movimiento campesino de nuestros días tiende a instaurar -e instaurara- en el campo no un modo de vida socialista o semisocialista, sino un modo de vida burgués, limpiando de trabas feudales las bases, ya formadas, del régimen burgués en nuestro agro.


Por otra parte, todo eso es incomprensible en absoluto para los socialistas-revolucionarios. Incluso aseguran en serio a Iskra que desbrozar el camino para el desarrollo del capitalismo es un dogma vacío, pues “las reformas” (de los años sesenta [la abolición de la servidumbre]) “desbrozaron ya (!) por completo (!!) el terreno al desarrollo del capitalismo”. Ahí tienen hasta dónde puede llegar un hombre despierto y cautivo de una pluma ágil, el cual se imagina que puede escribir “en nombre de la Unión Campesina” todo lo que se le ocurra: ¡el campesino no lo comprenderá! Pero reflexione un poco, estimado autor: ¿no ha oído nunca que los restos de la servidumbre frenan el desarrollo del capitalismo? ¿No le parece que esto es casi una tautología? ¿Y no ha leído en ningún sitio que en el campo ruso actual siguen existiendo restos de la servidumbre?


Iskra afirma que la próxima revolución será burguesa. Los socialistas-revolucionarios objetan: será, “ante todo, una revolución política y, hasta cierto punto, democrática”. ¿Por qué no intentan los autores de esta graciosa objeción explicarnos si ha habido alguna vez en la historia, y si es concebible en general, una revolución burguesa que no sea “hasta cierto punto democrática”? Porque ni siquiera el programa de los propios socialistas-revolucionarios (usufructo igualitario de la tierra convertida en propiedad de la sociedad) rebasa los límites de un programa burgués, pues preservar la producción mercantil y admitir la explotación agrícola privada, aunque sea en la tierra común, no suprime en lo más mínimo las relaciones capitalistas en la agricultura.


Cuanto más frívola es la actitud de los socialistas-revolucionarios ante las verdades más elementales del moderno socialismo, con tanta mayor facilidad inventan “deducciones elementalísimas” y hasta se enorgullecen de que su “programa se reduce” a ellas. Examinemos sus tres deducciones, que perduraran probablemente como un monumento a la agudeza de ingenio y a la profundidad de las convicciones socialistas de los socialistas-revolucionarios.


Deducción N° 1: “Ahora gran parte del territorio de Rusia pertenece ya al estado; es necesario que todo el territorio pertenezca al pueblo”. “Ahora” estamos “ya” hartos de encontrar enternecedoras alusiones a la propiedad agraria del estado en Rusia en las obras de los populistas policiacos (a lo Sazonov y otros) y de diversos reformadores de cátedra. Es “necesario” que a la cola de esos señores se arrastren hombres que se denominan socialistas y, además, revolucionarios. Es “necesario” que los socialistas subrayen la supuesta omnipotencia del “estado” (olvidándose incluso de que gran parte de las tierras estatales están concentradas en las zonas periféricas deshabitadas del país), y no la oposición clasista entre los campesinos semisiervos y el puñado de grandes terratenientes privilegiados, dueños de la mayoría de las mejores tierras cultivadas y con los que el “estado” ha vivido siempre en buena armonía. Nuestros socialistas- revolucionarios, al imaginarse que deducen la idea pura del socialismo, lo que en realidad hacen es mancillarla por no adoptar una actitud crítica ante el viejo populismo.


Deducción N° 2: “Ahora la tierra pasa ya del capital al trabajo; es necesario que el estado complete este proceso”. De un error, otro mayor. Demos un paso más hacia el populismo policíaco e invitemos al “estado” (¡de clase!)” a ampliar la propiedad agraria campesina en general. Eso será socialista en magnifico grado y revolucionario en escala sorprendente. Pero ¿qué se puede esperar de quienes creen que la compra y el arriendo de tierras por los campesinos es el paso “del capital al trabajo” y no de la tierra de los terratenientes feudales a la burguesía rural? Recordemos a esta gente aunque sea los datos referentes a la distribución efectiva de las tierras que “están pasando al trabajo”: de seis a nueve décimas partes de las tierras compradas por campesinos y de cinco a ocho décimas partes de las tierras arrendadas por labradores se concentran en manos de una quinta parte de familias, es decir, de una pequeña minoría de gente acomodada. Juzguen por eso si abunda la verdad en las palabras de los socialistas- revolucionarios cuando afirman que ellos “no cuentan” con los campesinos acomodados, sino solo con “los escuetos sectores del trabajo".


Deducción N° 3: “El campesino tiene ya tierra y, en la mayoría de los casos, basa el usufructo en la distribución igualitaria; es necesario llevar hasta el fin este usufructo laboral... y darle cima mediante el desarrollo de cooperativas de todo tipo, llegando a la producción agrícola colectiva”. ¡Escarben en el socialista-revolucionario y encontraran al señor V.V.[Vorontsov]! En cuanto se llega a los hechos, no tardan en salir a rastras al exterior los viejos prejuicios del populismo, conservados perfectamente bajo el manto de hábiles frases. Propiedad estatal de la tierra– culminación por el Estado del paso de la tierra a los campesinos-comunidad rural – cooperativas– colectivismo: en este magnífico esquema de los señores Sazonov, Yuzov y N.-on [Danielson], de los socialistas- revolucionarios, de Hofstetter, Totomiants, etc., etc., falta un detalle insignificante. En él no se habla ni del capitalismo en desarrollo ni de la lucha de clases. Pero ¿de dónde podía surgir esta pequeñez en la mente de unos hombres cuyo bagaje ideológico se reduce a andrajos del populismo y elegantes remiendos de la crítica de moda? ¿No ha dicho el propio señor Bulgakov que en el campo no hay lugar para la lucha de clases? ¿Es que la sustitución de la lucha de clases con “las cooperativas de todo tipo” no satisfará a los liberales, a los “críticos” y, en general, a cuantos ven en el socialismo solo un rótulo tradicional? ¿Y acaso no se puede tratar de tranquilizar a los ingenuos con la aseveración de que “naturalmente, no tenemos que ver nada con toda idealización de la comunidad”, aunque junto a ella leamos vaniloquios colosales sobre “la colosal organización del campesinado comunal”, acerca de que “en ciertos aspectos, ni una sola clase de Rusia se siente tan impulsada como los campesinos a la lucha puramente (!) política”, que los limites y la competencia de la autodeterminación (!) campesina son mucho más amplios que los del zemstvo, que esta combinación de una “autonomía” amplia”... (¿hasta los límites mismos de la aldea?) con la ausencia “de los derechos cívicosmás elementales” “parece haber sido inventada adrede para... despertar y ejercitar (!) los instintos y hábitos políticos de la lucha social"? Si no te gusta, no escuches, pero...


“Hace falta estar ciego para no ver cuánto más fácil es pasar a la idea de la socialización de la tierra a partir de las tradiciones de la administración comunal de la tierra”. ¿No será al revés, señores? ¿No estarán ciegos y sordos de remate quienes no se han enterado hasta ahora de que es justamente el aislamiento medieval de la comunidad semisierva, que fracciona al campesinado en minúsculas agrupaciones y ata de pies y manos al proletariado rural, lo que mantiene las tradiciones de rutina, opresión y barbarie? ¿No tiran ustedes piedras contra su propio tejado, al reconocer la utilidad de que los campesinos tengan una ocupación auxiliar, la cual ha acabado ya en tres cuartas partes con el cacareado igualitarismo de las tradiciones comunales, reduciéndolas a una simple intriga policíaca?


El programa mínimo de los socialistas-revolucionarios, basado en la teoría que acabamos de analizar, es algo verdaderamente curioso. Dos puntos de este “programa” dicen: 1) “socialización de la tierra, es decir, su paso a propiedad de toda la sociedad y en usufructo de los trabajadores”; 2) “desarrollo entre los campesinos de agrupaciones sociales y cooperativas económicas de todo tipo... (¿para la lucha “puramente” política?)... para ir emancipando paso a paso del poder del capital monetario al campesinado... (¿y someterlo al capital industrial?)... y para preparar la futura producción agrícola colectiva”. En estos dos puntos se refleja como el sol en una pequeña gota de agua todo el espíritu del “social-revolucionarismo” de nuestros días. En teoría, frases revolucionarias en vez de un sistema meditado y cabal de concepciones; en la práctica, una tentativa impotente de aferrarse a uno u otro pequeño recurso de moda en vez de participar en la lucha de clases; eso es todo lo que nos ofrecen. Para colocar en el programa mínimo la socialización de la tierra al lado de las cooperativas hacía falta, debemos reconocerlo, un valor cívico nada común. Nuestro programa mínimo se basa, por una parte, en Babeuf y, por otra, en el señorLevitski. Es algo inimitable.


Si fuera posible tomar en serio este programa, deberíamos decir que, al engañarse a sí mismos con el sonido de las palabras, los socialistas-revolucionarios engañan también al campesino. Porque es un engaño decir que “las cooperativas de todo tipo” desempeñan en la sociedad actual un papel revolucionario y preparan el terreno para el colectivismo, y no para el fortalecimiento de la burguesía rural. Es un engaño prometer al “campesinado” la socialización de la tierra como un “mínimo”, como algo tan próximo como las cooperativas. Cualquier socialista podría explicar a nuestros socialistas-revolucionarios que la abolición de la propiedad privada de la tierra puede ser hoy únicamente el umbral de la abolición de la propiedad en general y que, por si sola, la entrega de la tierra “en usufructo de los trabajadores” no satisfaría aún al proletariado, pues millones y decenas de millones de campesinos arruinados no estarían en condiciones de cultivarla, aunque la tuvieran. Y proveer de aperos, ganado, etc., a esos millones de campesinos arruinados significaría ya la socialización de todos los medios de producción y requeriría la revolución socialista del proletariado, y no el movimiento campesino contra los restos de la servidumbre. Los socialistas-revolucionarios confunden la socialización de la tierra con su nacionalización burguesa. Esta segunda medida es concebible también, hablando en abstracto, sin suprimir la base del capitalismo, sin abolir el trabajo asalariado. Pero precisamente el ejemplo de los mismos socialistas-revolucionarios confirma de manera fehaciente la verdad de que lanzar la consigna de nacionalización de la tierra en un Estado policíaco significa velar el único principio revolucionario -el de la lucha de clases- y hacer el juego a la burocracia.


Y por si esto fuera poco, los socialistas-revolucionarios caen en la más franca reacción cuando se sublevan contra la reivindicación de nuestro proyecto de programa: “derogación de todas las leyes que coartan el derecho de los campesinos a disponer de su tierra”. En nombre del prejuicio populista del “principio comunal” y del “principio igualitario”, niegan al campesino un “derecho cívico tan elemental” como es el de disponer de su tierra, renuncian indulgentemente a ver el cerrado carácter de la comunidad actual y se convierten en defensores de las prohibiciones policiacas, establecidas y sostenidas por el “Estado”“...¡de los jefes de los zemstvos[8]! Creemos que ni al señor Levitski ni siquiera al señor Pobedonostsev les asustara lo más mínimo la consigna de socialización de la tierra para su usufructo igualitario, ya que esta reivindicación se proclama como un mínimo, junto al cual figuran las cooperativas y la defensa de la sujeción policíaca del mujik a la parcela que le ha asignado el Estado[9].


Que el programa agrario de los socialistas-revolucionarios sirva de enseñanza y advertencia a todos los socialistas, que sea un ejemplo patente de adonde conducen la vacuidad ideológica y la falta de principios, denominadas por alguna gente ligera de cascos libertad respecto del dogma. En cuanto se llega a los hechos, vemos que los socialistas- revolucionarios no poseen ni una sola de las tres condiciones necesarias para presentar un programa socialista consecuente: ni una idea clara del objetivo final, ni una comprensión justa del camino que conduce a ese objetivo, ni una noción exacta del verdadero estado de cosas en el momento actual y de las tareas inmediatas de este momento. Al mezclar la socialización de la tierra con su nacionalización burguesa y confundir la primitiva idea campesina de la pequeña parcela en usufructo igualitario con la doctrina del moderno socialismo sobre la transformación de todos los medios de producción en propiedad social y la organización de la producción socialista, no han hecho otra cosa que eclipsar el objetivo final del socialismo. La idea que tienen del camino que conduce al socialismo queda caracterizada admirablemente con la sustitución de la lucha de clases por el desarrollo de las cooperativas. Al apreciar el momento actual de la evolución agraria de Rusia han olvidado una pequeñez: los restos del régimen de la servidumbre que oprimen al campo ruso. La famosa trinidad que expresa sus concepciones teóricas -intelectualidad, proletariado y campesinado- se ha completado con otra trinidad “programática” no menos famosa: socialización de la tierra – cooperativas- sujeción a la parcela.


Compárese con esto el programa de Iskra, que señala un solo objetivo final a todo el proletariado en lucha, sin reducirlo a un “mínimo” ni rebajarlo para adaptarse a las ideas de algunos sectores atrasados del proletariado o de los pequeños productores. El camino para lograr este objetivo es el mismo en la ciudad y en el campo: la lucha de clase del proletariado contra la burguesía. Pero, además de esta lucha de clase, en nuestro campo sigue sosteniéndose otra: la lucha de todo el campesinado contra los restos de la servidumbre. Y en esta lucha, el partido del proletariado promete su apoyo a todo el campesinado, se esfuerza por señalarle el verdadero objetivo de su impulso revolucionario, por encauzar su rebelión contra su verdadero enemigo, considerando deshonesto e indigno tratar al mujik como a un menor sometido a tutela y ocultarle que, en el momento actual, solo puede conseguir de inmediato la abolición total de los restos y vestigios de la servidumbre, solo puede desbrozar el camino para una lucha más amplia y más difícil de todo el proletariado contra toda la sociedad burguesa.



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[1] Partido de los socialistas-revolucionarios  (eseristas) : partido pequeñoburgués formado en Rusia a fines de 1901 y comienzos de 1902 mediante la unificación de diversos grupos y círculos populistas. Los eseristas se llamaban socialistas, pero su socialismo era utópico y pequeñoburgués.
El programa agrario de los eseristas contenía la reivindicación de suprimir la gran propiedad agraria, abolir la propiedad privada de la tierra y entregar toda la tierra a las comunidades campesinas para el usufructo igualitario del suelo con repartos periódicos según el número de bocas o de miembros de la familia aptos para el trabajo (la llamada “socialización de la tierra”).
En realidad, el “usufructo igualitario del suelo, basado en el trabajo propio”, al conservarse las relaciones de producción capitalistas, no habría significado el paso al socialismo y habría conducido únicamente a suprimir las relaciones semifeudales en el campo y acelerar el desarrollo del capitalismo. Los eseristas no veían las diferencias de clase entre el proletariado y el campesinado, velaban la disociación de clase y las contradicciones en el seno del campesinado -entre los campesinos trabajadores y los kulaks- y negaban el papel dirigente del proletariado en la revolución. Su método principal de lucha contra el zarismo era el terrorismo individual.
Al ser derrotada la primera revolución rusa de 1905-1907, el partido de los socialistas-revolucionarios entro en crisis: sus dirigentes abjuraron prácticamente de la lucha revolucionaria contra el zarismo. Después de ser derrocado el zarismo en febrero de 1917, los líderes seristas formaron parte del Gobierno Provisional burgués, lucharon contra la clase obrera -que preparaba la revolución socialista- y participaron en la represión del movimiento campesino en el verano de 1917. Cuando triunfo la Revolución Socialista de Octubre, los eseristas lucharon activamente contra el Poder soviético.
[2] “VestnikRusskoiRevoliutsii. Sotsialnopoliticheskoieobozrenie” (“El Heraldo de la Revolución Rusa. Revista sociopolítica”): revista clandestina que se editó en el extranjero en 1901- 1905. Aparecieron cuatro números; a partir del número 2 fue órgano teórico de los eseristas.
[3] Lenin alude a la octavilla ‘A todos los súbditos del zar ruso’, publicada el 3 de abril de 1902 en la imprenta del partido de los eseristas y la repercusión que tuvo en el periódico RevolutsionnayaRossia, número 7 de junio de 1902.
[4] RevolutsionnayaRossia ("La Rusia Revolucionaria"): periódico clandestino que laUnión de Socialistas-Revolucionarios publicaba en Rusia desde fines de 1900; desde enero de 1902 hasta diciembre de 1905 salió en Ginebra como órgano oficial del partido eserista.
[5] Lenin aduce citas del mensaje de la Unión Campesina del Partido de los Socialistas-Revolucionarios A todos los que laboran por el socialismo revolucionario en Rusia RevolutsionnayaRossia, número 8, del 25 de junio de 1902, pág. 6).
[6] Populismo: corriente en el movimiento revolucionario ruso surgida en los años 60 y 70 del siglo XIX. Los populistas propugnaban el derrocamiento de la autocracia y la entrega de la tierra de los latifundistas a los campesinos. Se consideraban socialistas, pero su socialismo era utópico.
Los populistas negaban el desarrollo regular de las relaciones capitalistas en Rusia y, de conformidad con ello, consideraban que la principal fuerza revolucionaria era el campesinado y no el proletariado. Según ellos, la comunidad rural era el embrión del socialismo. Negaban asimismo el papel de las masas populares en el proceso histórico y afirmaban que la historia la hacen los grandes hombres, “los héroes”, que eran contrapuestos a la multitud, inerte según el populismo. Deseosos de alzar a los campesinos a la lucha contra la autocracia, los populistas iban a las aldeas, “al pueblo” (y de ahí su denominación), pero no encontraban apoyo allí.
El populismo atravesó en Rusia por una serie de etapas, evolucionando de la democracia revolucionaria al liberalismo.
En los años 80-90 del siglo XIX, los populistas emprendieron la senda de la conciliación con el zarismo, expresaban los intereses de los campesinos ricos y lucharon contra el marxismo.
[7] Los críticos rusos: partidarios del bernsteinianismo en Rusia y “marxistas legales” (Struve, Bulgakov, Berdiaiev, etc.) que, escudándose con la consigna de “libertad de crítica”, exigían que se revisara la teoría de Marx y se renunciase a la lucha por el socialismo, por la revolución socialista y la dictadura del proletariado.
[8] Jefes de los zemstvos: cargo administrativo instituido por el gobierno zarista en 1889 con el propósito de afianzar el poder de los terratenientes sobre los campesinos. Los jefes de los zemstvos eran de signados entre los terratenientes de la nobleza de cada lugar y gozaban de inmensas atribuciones administrativas y judiciales sobre los campesinos, incluido el derecho a encarcelarlos y someterlos a castigos corporales.
[9] Tierra parcelaria: tierra dejada en usufructo a los campesinos por pago de rescate después de ser abolida la servidumbre en Rusia en 1861; estaba en posesión comunal y se distribuía en usufructo entre los campesinos mediante repartos periódicos.






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