viernes, 19 de abril de 2013

ABRIL TRAJO AIRES DE REPÚBLICA


19 abril, 2013

 


El éxito de las manifestaciones republicanas del pasado 14 de Abril puede ser un claro indicador de un estado de opinión que indique el deseo de la una mayoría social de derribar el régimen de podredumbre monárquico y del partido muleta, el PP, que sustenta sus corrupciones porque las comparte política, económica y hasta judicialmente.

El pasado domingo 14 de Abril las calles de muchas ciudades españolas se llenaron de gentes trabajadoras, estudiantes y parados, mujeres y hombres y, sobre todo, jóvenes que no han conocido la transición y que nada tienen que agradecer a los archirrepetidos “servicios de la monarquía al país”. Esos jóvenes no han conocido el embuste que nos vienen contando desde 1981 sobre un rey que para un golpe de Estado, cuando en realidad promovía el suyo. Pero sí han conocido la trama de chanchullos y negocietes del gran comisionista real, y de su familia, promotores y, a la vez, beneficiarios de las actividades económicas de las grandes empresas españolas, de cuyos lucros obtienen el suyo, en un comportamiento opaco y claramente parcial, frente a la neutralidad económica que debiera ser característica de un Jefe de Estado.

Este 14 de Abril se ha visto fortalecido por la savia joven que ha engrosado las manifestaciones republicanas y que acerca un poco más el horizonte de la III República.

Pero no debemos engañarnos. En gran medida, la respuesta actual de jóvenes y mayores frente a la Monarquía borbónica tiene más de reacción ante la torpeza y la corrupción de la Casa Real, acentuada por el desatino del Rey de proteger a toda costa a su hija para evitar ser imputada en el caso Noos, que de consciente incremento de la cultura política y los valores republicanos.

Es cierto que los cambios de régimen e incluso de sistema se producen siempre más desde el rechazo al sustituido que desde la pasión por los que han de sustituirlos, algo lógico pues se trata de regímenes y sistemas por venir.

Pero una crisis de régimen e incluso de sistema no lo es sólo de sus instituciones sino también de la moral pública que las acompaña. Hoy esta moral de lo público está profundamente degradada: corrupción profunda en amplios sectores de las estructuras del Estado, oportunismo político, clientelismo, confusión de intereses públicos y privados, visión de la actividad política antes como profesión que como servicio a la comunidad, desafección y hostilidad hacia la representación y las formas representativas (partidos, parlamento,…) por amplios sectores de la población que antes de la crisis económica no cuestionaban lo que ya era entonces un viejo problema (Marbella y el fenómeno del gilismo),…

Los valores de laicidad, progreso social, libertades, igualdad de derechos políticos de todos los ciudadanos ante la oportunidad de elegir a y ser elegidos para cualquier institución del Estado, además de la igualdad de derechos económicos y sociales, propios de los ideales republicanos, necesitan también verse acompañados de los de honradez en la vida pública, austeridad en el desempeño de la función política, visión de ésta como servicio y clara separación entre intereses públicos y privados, entre otros, para que las nuevas instituciones que están por venir no nazcan ya con las servidumbres de las anteriores.

Del mismo modo, la República es una forma de gobierno genérica, progresiva en su concepción frente a lo que representa la Monarquía, pero no puede presentarse como una forma políticamente aséptica y neutral en términos de izquierda-derecha. Al menos, no debe presentarse de este modo desde las izquierdas. Esos procesos constituyentes en los que la idea de República aparece presentada al margen del modelo económico de sociedad y de un proyecto transformador respecto al sistema capitalista, limitándose, más allá de alguna alusión a la nacionalización de ciertos sectores estratégicos de la economía, al cambio político, pueden acabar conduciendo a una segunda falsa transición, en la que la que los objetivos de emancipación de la clase trabajadora queden de nuevo relegados por detrás de los intereses de las clases propietarias medias y altas.

De hecho, ciertos sectores poderosos de la derecha económica preparan su propio proyecto republicano en caso de agotamiento de la monarquía como régimen que sirve a sus intereses. Y, desgraciadamente, hay sectores de las izquierdas que, bajo la apelación al concepto neutral de pueblo (ciudadanía) buscan sus propias alianzas en su estrategia hacia la República. La III República lo será ante todo democrática y de los trabajadores o constituirá un acto fallido al asentarse en una base social que históricamente no ha sido ni la que ha llevado el ideal republicano hasta sus últimas consecuencias ni la que cree radical y sinceramente en esta forma de gobierno sino en la que en cada momento mejor le convenga para mantener sus privilegios económicos y su posición de clases dominantes.

Es aceptable que todas las opciones republicanas golpeen juntas sobre la Monarquía, y sobre su partido más enfeudado en esté sistema de Estado, el PP, pero es deseable que izquierdas y derechas marchen separadas en su modelo de República porque son proyectos de sociedad diferentes y, cuando las izquierdas lo son, radicalmente antagónicos.

Creemos, por tanto, necesario poner ya sobre la mesa de cualquier proyecto republicano una definición clara del tema de la propiedad de los medios de producción y de distribución (social o privada) con el fin de abrir una dinámica sincera y sin cartas marcadas hacia la República. Los “argumentos” de que primero hay que conseguirla y de que luego ya se decantará cada proyecto y de que no hacerlo de este modo divide la “necesaria unidad” de objetivos es el propio de la burguesía y de los reformistas que la sirven y no tiene otro objetivo que el de asegurarse la subordinación de la clase trabajadora a la clase capitalista dominante.

Se hace necesaria, en consecuencia, un decantamiento claro de posiciones políticas dentro de las izquierdas, con un programa rupturista republicano pero también socialista (hablamos de proyecto de sociedad no de nombres partidarios que usurpan el concepto) y una unidad de acción de las izquierdas dispuestas a sostener dichos planteamientos. Fiar la llegada de la III República en España al improbable éxito electoral en el futuro de la oferta política republicana con mayores expectativas de crecimiento político es jugar con el futuro del cambio de régimen a una más que arriesgada derrota. Es necesaria una acumulación de fuerzas y un proceso de convergencia desde las izquierdas que garantice que los riesgos de oportunismo y posibilismo de dicha fuerza política no torcerán el objetivo de alcanzar una república de trabajadores en el Estado español.

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