domingo, 18 de marzo de 2012

Rosa Luxemburgo ( Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa y La Revolución rusa)



Rosa Luxemburgo ( Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa y La Revolución rusa)

Rosa Luxemburgo
Crítica al bolchevismo

Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa y La Revolución rusa

  Las traducciones de Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa y de La Revolución rusa se han tomado de la edición de Obras Escogidas (2 volúmenes) realizada por la Editorial Ayuso (Colección Biblioteca de textos socialistas, 1978), y que tomaba por fuente la versión alemana. Algunas de las notas editoriales se han modificado cuando se consideraron partidistas, y en otros casos se han insertado notas procedentes de otros artículos y a las que se remitía en los aquí publicados mediante llamadas. Los subtítulos entre corchetes son de esta edición, aunque en el caso de La Revolución rusa están en parte basados en la versión inglesa.


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Indice general:


Breve presentación del CICA ..................................................1

Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa........2

La Revolución rusa  ...............................................................16


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Breve presentación a los textos

  Rosa Luxemburg ha sido reconocida por los comunistas de consejos como una precursora de su corriente, en parte por su pensamiento teórico -especialmente su reconocimiento de la importancia de la actividad espontánea- y en parte por su crítica del reformismo socialdemócrata. Los dos textos que presentamos son bastante conocidos porque plantean una crítica del bolchevismo, no obstante limitada, pero no están actualmente disponibles en formato digital en español.

  Por un lado, pues, Rosa Luxemburg hizo importantes aportaciones a la formación del primitivo movimiento comunista-consejista de los años 20 y 30, pero por otro estas aportaciones tienen su contraparte y sus limitaciones. Rosa Luxemburg fue casi hasta el final de su vida reticente a la ruptura con la socialdemocracia, y una vez formado el Partido Comunista Alemán en 1919, no fueron ella y sus seguidores -la Liga Espartaco- quienes constituían la corriente más avanzada, que estava nucleada en torno a varios grupos que se habían separado ya antes de las organizaciones socialdemócratas alemanas (SPD y USPD). Estos grupos impusieron ya desde el inicio una línea antisindicalista, antiparlamentarista y pro-organizaciones de fábrica, respondiendo a la tendencia de la clase obrera en lucha (las huelgas salvajes de 1919 en que se habían elegido delegados independientes y formado organizaciones de fábrica, que empezaban a coordinarse en Uniones Obreras y que luego constituirían en 1920 la Unión Obrera General de Alemania, AAUD). En contraste, Rosa Luxemburg pensó hasta el final que no se podía prescindir del parlamentarismo y de la participación en los sindicatos. Su concepción del papel del partido puede ser distinta de la leninista, pero está directamente emparentada con la socialdemocracia, viendo la espontaneidad de masas y su potencial creativo como algo que debia complementarse con la ideologia y la organización en partido de l@s revolucionari@s. En este sentido, el rechazo de l@s anarquistas a identificar a Luxemburg como una "teórica de la espontaneidad" está totalmente fundada.

  En numerosas cuestiones de gran importancia las posiciones de Rosa Luxemburg son criticables, de eso no hay duda. Quizás haya, pues, que dirigir la mirada más hacia su concepción de conjunto, que desde luego a echado luz sobre el espírito de la teoria marxiana, en lugar de querer ver en sus escritos unas tablas salvadoras. Quien así lo haga, no quedará defraudado.

Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques, 29.01.2006

 Problemas de organización de la socialdemocracia rusa




Índice:


[ Nota de publicación de Die Neue Zeit. ] - 2

[ Introducción ] - 3


I

[ 1. La peculiaridad de la tarea de la socialdemocracia rusa ] - 3

[ 2. Crítica del punto de vista de Lenin ] - 4

[ 3. Socialdemocracia vs. blanquismo ] - 5

[ 4. Las condiciones históricas del centralismo socialdemócrata ] - 6

[ 5. El carácter reaccionario del centralismo autoritario ] - 7

[ 6. El problema de los estatutos y su valor real ] - 8


II

[ 7.  Los intelectuales no proletarios y el oportunismo ] - 9

[ 8. La falsa identificación leninista del oportunismo con la descentralización ] - 11

[ 9. El oportunismo: ¿elemento extraño o inherente al movimiento obrero? ] - 12

[ 10. Detrás del ultracentralismo: el subjetivismo intelectual ] - 13


Notas - 14




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[ Nota de publicación de Die Neue Zeit. ]

  Este es un trabajo acerca de las circunstancias rusas, pero las cuestiones de organización que trata también son importantes para la socialdemocracia alemana, no sólo debido a la gran importancia internacional que nuestro partido hermano ruso ha adquirido hoy, sino porque, en la actualidad, problemas similares son los que ocupan a nuestro partido. Por ello ofrecemos a nuestros lectores este artículo de Iskra.







[ Introducción ]

  Una de las verdades más permanentes y venerables es la de que el movimiento socialdemócrata de los países subdesarrollados tiene que aprender del movimiento más antiguo de los países avanzados. Frente a esta opinión mantenemos nosotros otra: la de que de igual manera pueden beneficiarse los partidos socialdemócratas antiguos y avanzados de un contacto más estrecho con los partidos hermanos más nuevos. Así como el economista marxista -a diferencia de los economistas clásicos burgueses y, especialmente, de los economistas vulgares- no considera que todos los estadios económicos anteriores al orden económico capitalista sean simples formas "subdesarrolladas" en comparación con la cúspide de la creación, sino tipos históricos y distintos de formaciones económicas por derecho propio, de igual modo para el político marxista los distintos movimientos sociales son individualidades históricas concretas para sí en su diferente grado de desarrollo.

  Y cuanto más identificamos los mismos rasgos fundamentales de la socialdemocracia en toda la diversidad de sus circunstancias sociales distintas, tanto más evidente se nos hace lo esencial, lo básico y lo principal del movimiento socialdemócrata, con tanta mayor determinación superamos toda limitación provinciana de nuestro punto de vista. No en balde vibra tan fuerte en el marxismo revolucionario el tono internacional y no en balde se hace oír siempre en la concepción oportunista un particularismo nacionalista. Puede que este artículo, escrito a solicitud de "Iskra", el órgano del partido socialdemócrata ruso, tenga también algún interés para el público alemán.



I

[ 1. La peculiaridad de la tarea de la socialdemocracia rusa ]

  A la socialdemocracia rusa le ha correspondido una tarea peculiar, sin precedentes en la historia del socialismo: la de crear una táctica socialdemócrata, ajustada a la lucha proletaria de clase, en un Estado absoluto. La comparación habitual de las condiciones actuales en Rusia con las alemanas de la época de la Ley Antisocialista (1) resulta inadecuada por cuanto que considera la situación rusa desde el punto de vista policial y no desde el político. Los obstáculos que se elevan en el camino del movimiento de masas, originados en la falta de libertades democráticas son de importancia relativamente menor ya que el movimiento de masas en Rusia también ha sabido derribar los límites de la "constitución" absolutista y darse una "constitución" propia, de "disturbios callejeros", aunque sea raquítica. Este movimiento sabrá llegar, asimismo, hasta su victoria final sobre el absolutismo. 

  La dificultad principal de la lucha socialdemócrata en Rusia es el encubrimiento del dominio burgués de clase bajo la dominación brutal del absolutismo que, por necesidad, tiene que imponer un carácter propagandístico abstracto a la teoría socialista de la lucha de clases, así como un aspecto democrático-revolucionario a la agitación política inmediata.  La ley antisocialista trataba claramente de situar a la clase obrera al margen de la Constitución, en el seno de una sociedad burguesa altamente desarrollada, con unas contradicciones de clase absolutamente evidentes y canalizadas en el parlamentarismo; en esto consistía precisamente el carácter desvariado y absurdo del empeño de Bismarck.  En Rusia, en cambio, se ha de realizar el experimento inverso, esto es, la creación de una socialdemocracia en condiciones de inexistencia del dominio político inmediato de la burguesía.

  Esto supone la necesidad de plantear de modo peculiar no solamente el problema del trasplante de la teoría socialista a suelo ruso o el de la agitación, sino, también, el de la organización.  A diferencia de los intentos primitivos y utópicos del socialismo, el movimiento socialdemócrata no considera la cuestión de la organización como un resultado artificial de la propaganda, sino como un producto histórico de la lucha de clases al que la socialdemocracia se limita a aportar la conciencia política. En circunstancias normales, es decir, allí donde el desarrollo del poder político de clase de la burguesía precede al movimiento socialdemócrata, el primer movimiento de fusión del proletariado viene procurado por la propia burguesía. "En esta etapa -dice el Manifiesto Comunista- si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad sino de la unidad de la burguesía" (2).

  En Rusia ha correspondido a la socialdemocracia la tarea de sustituir un período del proceso histórico por una actividad consciente para extraer al proletariado del estado de atomización -que es la base del régimen absoluto- y dirigirlo, como clase consciente y luchadora, hasta la forma más elevada de organización.  Así pues, la cuestión de la organización es especialmente difícil para la socialdemocracia rusa y no solamente porque tiene que resolverla sin la cobertura formal de la democracia burguesa, sino porque, hasta cierto punto, tiene que hacer como el buen Dios, crear una organización "de la nada", en el vacío y sin la materia prima que, en otros casos, viene preparada por la sociedad burguesa.

  El problema en el que lleva trabajando algunos años la socialdemocracia rusa es el de la transición desde la forma de organización dividida y plenamente independiente propia de los círculos y organizaciones locales, que correspondía a la fase preparatoria y predominantemente propagandística del movimiento, hasta la forma de organización que resulta precisa para la acción política unitaria de masas en todo el Estado.  No obstante, como quiera que el rasgo más notorio de aquellas formas anteriores de organización, que se habían hecho insoportables y estaban superadas políticamente, era la división, la autonomía completa y la autodeterminación de las organizaciones locales, la solución correspondiente de la nueva fase, de los preparativos de la obra de organización tuvo que ser el centralismo.


[ 2. Crítica del punto de vista de Lenin ]

  La insistencia en la idea centralista fue el leit motiv de "Iskra" en los tres años que duró su brillante campaña para la preparación del último congreso que, de hecho, ha sido constituyente (3).  Este mismo pensamiento dominaba a toda la joven guardia de la socialdemocracia rusa.  Pronto habría de descubrirse, sin embargo, en el congreso y aún más después del congreso, que el centralismo es una consigna que no agota ni de lejos el contenido histórico y las peculiaridades de la forma socialdemócrata de organización. Se ha podido comprobar una vez más que las concepciones marxistas del socialismo no se dejan aprisionar en fórmulas rígidas en ningún campo, ni siquiera en cuestiones de organización.

  El libro que tenemos ante nosotros*, escrito por el camarada Lenin, uno de los dirigentes y luchadores más notables de "Iskra" en su campaña preparatoria del congreso ruso es la exposición mas sistemática de la tendencia ultracentralista en el partido ruso.

  La concepción que se manifiesta en esta obra del modo más penetrante y exhaustivo es la de un centralismo sin contemplaciones.  Su principio vital es, por un lado, poner claramente de manifiesto la separación entre los destacamentos organizados de revolucionarios decididos y activos y el medio que los rodea, desorganizado pero activo revolucionariamente; por otro lado, la disciplina férrea y la injerencia directa, decisiva y determinante de las autoridades centrales en todas las manifestaciones de las organizaciones locales del partido.

  Bastará con señalar que, según esta concepción el comité central, por ejemplo, tiene atribuciones para organizar todos los comités inferiores del partido, para determinar la composición personal de cada organización local rusa desde Ginebra a Lüttich, de Tomsk a lrkutsk, para dar a cada una un estatuto local ya redactado, disolverla por entero y crearla de nuevo por medio de una sentencia y finalmente, del mismo modo e indirectamente, capacidad de influir en la instancia superior del partido, el congreso. Según todo esto, el comité central resulta ser el núcleo realmente activo del partido, mientras que las demás organizaciones se limitan a ser instrumentos de ejecución de sus designios.

  En la unión entre este centralismo rígido de la organización y el movimiento socialdemócrata de masas, Lenin percibe un principio marxista revolucionario específico y consigue aportar una gran cantidad de hechos para cimentar su concepción.  No obstante, vamos a examinar esta cuestión de modo más detallado.  No hay duda de que en toda la socialdemocracia se da un espíritu centralista pronunciado.  Por haber crecido en el suelo económico del capitalismo, que es centralista por tendencia, y por estar obligada a presentar su batalla en el marco político del gran Estado centralizado burgués, la socialdemocracia es, ya de nacimiento, una enemiga decidida de todo particularismo y todo federalismo. Como quiera que la socialdemocracia tiene que defender los intereses generales del proletariado en cuanto clase en el marco de un Estado concreto, frente a los intereses parciales y de grupo del proletariado, manifiesta la tendencia lógica de fusionar en un solo partido unitario a todos los grupos nacionales, religiosos y profesionales de la clase obrera.  Únicamente en condiciones extraordinarias y anormales, como son las de Austria, se ve la socialdemocracia en la obligación de hacer una excepción a favor del principio federal (4).

  Con relación a esto, la socialdemocracia rusa no se planteaba, ni se puede plantear, la cuestión de si es un conglomerado federado de organizaciones especiales nacionales y provinciales; la socialdemocracia rusa ha de constituir un partido obrero unitario y cohesionado en el Imperio ruso.  Cuestión absolutamente distinta es, sin embargo, la del grado mayor o menor de centralización y su conveniencia dentro de una socialdemocracia rusa unida y organizada.

  Desde el punto de vista de las tareas formales de la socialdemocracia como partido de lucha, el centralismo organizativo resulta ser, sin duda, la condición de la que dependen directamente la capacidad de lucha y la energía del partido.  Con todo, las circunstancias históricas concretas de la lucha proletaria son mucho más importantes que los puntos de vista de las exigencias formales de toda organización de lucha.


[ 3. Socialdemocracia vs. blanquismo ]

  El movimiento socialdemócrata es el primero en la historia de las sociedades de clase que, en cada uno de sus estadios y, en el conjunto de su desarrollo, depende de la organización y de la acción directa autónoma de las masas.  Por este motivo, la socialdemocracia origina una forma de organización completamente distinta a la de los movimientos socialistas anteriores, por ejemplo, los de carácter jacobino-blanquista.

  Lenin parece subestimar esta cuestión al sostener en su libro (pág. 140) que el revolucionario socialdemócrata no es otra cosa que un "jacobino inseparablemente unido a la organización del proletariado con conciencia de clase".  Lenin considera que la organización y la conciencia de clase del proletariado constituyen los escalones diferenciadores principales entre la socialdemocracia y el blanquismo, partidario de la conjura de una minoría.  Olvida con ello Lenin que esto implica una valoración absolutamente distinta de los conceptos de organización, un contenido completamente nuevo para el concepto del centralismo y una concepción también absolutamente nueva de la relación mutua entre la organización y la lucha.

  El blanquismo no se orientaba hacia la acción inmediata de clase de las masas obreras y, por ello, no precisaba ninguna organización de masas.  Todo lo contrario, como quiera que las masas trabajadoras únicamente aparecerían en el terreno de lucha en el momento de la revolución, mientras que la acción inicial consistía en la preparación de un golpe de mano revolucionario a través de una minoría, precisamente la separación tajante entre las personas que tenían encomendada esta misión y la masa popular resultaba necesaria para el éxito de su tarea.  Esta separación era también posible y realizable gracias a que no se daba relación interna ninguna entre la actividad conspirativa de una organización blanquista y la vida cotidiana de las masas populares.

  De igual modo, al no estar en relación con la lucha de clases en su forma básica, la táctica y las tareas inmediatas de la actividad se podían determinar de modo ocasional, improvisadamente, y, al mismo tiempo, con todo detalle de antemano, fijándolas y prescribiéndolas con arreglo a un plan determinado.  Por esta razón también los miembros activos de la organización solían transformarse en órganos ejecutivos puros de una voluntad ajena a su campo de actividad y determinada previamente, es decir, en instrumentos del comité central.  Esto producía a su vez la segunda característica del centralismo conspirativo: la supeditación ciega y absoluta de los órganos inferiores del partido a las autoridades centrales y la ampliación de las atribuciones decisorias de éstas, hasta alcanzar la periferia más extrema de la organización del partido.

  Los rasgos de la acción socialdemócrata son radicalmente distintos.  Esta acción surge históricamente como resultado de la lucha de clases elemental y se mueve dentro de la contradicción dialéctica de que el ejército proletario sólo comienza a formarse en el curso de la lucha y de que sólo en el curso de la lucha comienza a ver sus objetivos con claridad. La organización, la ilustración y la lucha no son momentos separados mecánica y temporalmente, como en un movimiento blanquista, sino que son facetas distintas del mismo proceso.  Por un lado, no existe táctica alguna de lucha, preparada y determinada de antemano -excepción hecha de los fundamentos más generales de la lucha- en la que fuera necesario que un comité central entrenara a los militantes de la socialdemocracia; por otro lado, el proceso de lucha que determina la necesidad de la organización implica una fluctuación continua de las esferas de influencia de la socialdemocracia.

  De todo esto se sigue que el centralismo socialdemócrata no se puede basar en la obediencia ciega o en la supeditación mecánica de los miembros más combativos del partido a un poder central.  Por otro lado, tampoco puede levantarse un muro de separación entre el núcleo de proletarios conscientes, ya organizados en cuadros fijos del partido, y el medio circundante, afectado por la lucha de clases y que se encuentra en proceso de ilustración respecto a sus intereses de clase. 

  La cimentación del centralismo socialdemócrata sobre estas dos bases -la supeditación ciega hasta el último detalle de su actividad de todas las organizaciones del partido bajo un poder central que piensa, crea y decide por todos y la delimitación tajante entre el núcleo organizado del partido y el medio revolucionario que le rodea-, por la que lucha Lenin, nos parece una transferencia mecánica de los principios de organización del movimiento blanquista, hecho de círculos conspirativos, al movimiento socialdemócrata de las masas trabajadoras. Y quizá sea Lenin quien ha especificado su opinión de un modo mucho más penetrante de lo que puede hacerlo cualquiera de sus oponentes, al definir a su "socialdemócrata revolucionario" como un "jacobino inseparablemente unido a la organización del proletariado con conciencia de clase".  La socialdemocracia, sin embargo, no está unida a la organización de la clase obrera, sino que es el propio movimiento de la clase obrera.  En consecuencia, el centralismo socialdemócrata tiene que ser de un carácter esencialmente distinto al blanquista; no puede ser otra cosa más que la concentración impetuosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera frente a sus grupos e individuos aislados, es, por así decirlo, el "autocentralismo" del sector dirigente del proletariado, el dominio de la mayoría dentro de su propia organización de partido.


[ 4. Las condiciones históricas del centralismo socialdemócrata ]

  Del examen del contenido real del centralismo socialdemócrata puede colegirse que hoy día aún no se dan las condiciones necesarias en Rusia para realizarlo en todo su alcance.  Estas condiciones son: la existencia de un sector considerable de proletarios ya ejercitados en la lucha política y la posibilidad de dar expresión a su capacidad de acción a través del ejercicio directo de su influencia (en congresos públicos, en la prensa del partido, etc.)

  La última de las condiciones surgirá únicamente cuando se implante la libertad política en Rusia; la primera, sin embargo, la formación de una vanguardia proletaria con conciencia de clase y capacidad de juicio, está comenzando a producirse y debe constituir el objetivo primordial del trabajo siguiente de organización y agitación.

  Estas son las razones por las que resulta tan sorprendente la confianza de Lenin, para quien se dan ya en Rusia las condiciones previas necesarias que permitirán crear un gran partido centralizado de la clase obrera. 

  Lenin da nuevas muestras de una concepción demasiado mecanicista de la organización socialdemócrata cuando proclama, de modo optimista, que hoy "la autoeducación en el sentido de la organización y la disciplina no hace falta solamente al proletariado, sino, también, a muchos académicos en la socialdemocracia rusa" (pág. 145).  Igual que cuando glorifica la función educativa de la fábrica con respecto al proletariado al que, por necesidad, hace maduro para la "disciplina y la organización" (147).

  La disciplina a la que se refiere Lenin se le inculca al proletariado no solamente en la fábrica, sino, también, por medio del cuartel y de la burocracia moderna, es decir, por medio del Estado burgués centralizado.  No obstante, resulta inadecuado emplear el mismo concepto para calificar indistintamente como "disciplina" dos cosas tan opuestas como la falta de voluntad y de juicio de una masa de carne con muchos pies y muchas manos, que realiza movimientos mecánicos bajo la dirección de una vara de mando, y la coordinación voluntaria de acciones políticas conscientes de un sector social; es decir, dos cosas tan opuestas como la obediencia ciega de una clase dominada y la rebelión organizada de una clase que lucha por su liberación.  No es posible educar al proletario para la nueva disciplina, la autodiscliplina voluntaria de la socialdemocracia, aprovechando la que le ha inculcado el Estado capitalista y pasando la vara de manos de la burguesía a las de un comité central; para conseguir esa educación es necesario quebrar, desarraigar ese espíritu de disciplina esclava.

  Dentro de estas consideraciones resulta también ilustrativo el hecho de que el centralismo en el sentido socialdemócrata no es un concepto absoluto que se pueda imponer de igual modo en cada etapa del movimiento obrero, sino que hay que concebirlo como una tendencia cuya posibilidad de realización aumenta al propio tiempo con la ilustración y el aprendizaje político de las masas obreras en el proceso de su lucha.

  Bien pudiera ser que la insuficiencia de las condiciones previas más importantes para una realización completa del centralismo en el movimiento ruso hoy día, tenga una influencia sumamente perniciosa.  A pesar de esto es erróneo, a nuestro juicio, pensar que, al no ser aún realizable la dominación de la mayoría del proletariado ilustrado dentro de su organización de partido, se puede sustituir "provisionalmente" por una "dominación única delegada" del poder central del partido, de modo que la ausencia de control público de la acción de los órganos del partido por parte de las masas obreras se puede sustituir igualmente por el control inverso que ejerce el comité central sobre la actividad del proletariado revolucionario.


[ 5. El carácter reaccionario del centralismo autoritario ]

 La propia historia del movimiento ruso proporciona pruebas suficientes del dudoso valor que tiene el centralismo en este último sentido.  El poder central omnímodo, dotado de atribuciones casi ilimitadas de intervención y fiscalización, según el ideal de Lenin, resultaría un absurdo si limitara su competencia específicamente al aspecto puramente técnico de la actividad socialdemócrata, a la regulación de los medios externos y las necesidades de la agitación, como pueden ser, por ejemplo, la difusión de los documentos del partido o el reparto coordinado de los medios financieros y de agitación.  Ese poder tendría únicamente un valor político comprensible si se empleara en una táctica de lucha unitaria al comienzo de una gran acción política en Rusia.

  ¿Qué observamos, sin embargo, en la evolución que ha seguido hasta ahora el movimiento ruso?  Sus transformaciones tácticas más pronunciadas, durante los últimos diez años no son "descubrimientos" de dirigentes concretos del movimiento, mucho menos de directrices organizativas sino que, en cada momento, fueron el producto espontáneo del propio movimiento en marcha.  Así fue la primera etapa del movimiento proletario en Rusia, que se abrió con la huelga gigante de San Petersburgo en el año de 1896 (5) y que inició la acción económica de masas del proletariado ruso.  Lo mismo sucedió con la segunda fase -la de las manifestaciones políticas callejeras-, iniciada espontáneamente por los disturbios estudiantiles de San Petersburgo en marzo de 1901.  El siguiente cambio esencial en la táctica, que abrió a ésta horizontes nuevos, fue la huelga de masas que se declaró "sola" en Rostov del Don (6), con su agitación callejera improvisada, las asambleas populares al aire libre y las arengas públicas, con todo lo cual no se hubiera atrevido a soñar algunos años antes el más esforzado de los luchadores socialdemócratas, considerándolo como una fantasía. 

  En todos estos casos, al comienzo fue la "acción".  La iniciativa y la dirección consciente de las organizaciones socialdemócratas tuvieron una función muy reducida.  Esta falta no radicaba ni en una preparación defectuosa de estas organizaciones especiales para cumplir con su misión -aunque tal circunstancia puede también haber tenido alguna influencia- ni en el hecho de que, en aquella época, faltara en la socialdemocracia rusa un poder central omnímodo, según los planes elaborados por Lenin.  Por el contrario, precisamente la existencia de un poder de ese tipo tan sólo habría conseguido hacer mayor la indecisión de los comités inferiores del partido, produciendo una desunión entre las masas combativas y una socialdemocracia vacilante.  Este fenómeno, es decir, la escasa función de la iniciativa consciente de la dirección del partido en la configuración de la táctica, también puede observarse en gran medida en Alemania y en otras partes. 

  Los rasgos generales de la táctica de lucha de la socialdemocracia no los "inventa" nadie, sino que son el resultado de una serie ininterrumpida de grandes actos creadores de la lucha primitiva de clase de carácter experimental.  También aquí lo inconsciente precede a lo consciente y la lógica del proceso histórico objetivo a la lógica subjetiva de los actores.  En este campo, la función de la dirección socialdemócrata es de carácter conservador por cuanto que, de acuerdo con la experiencia, suele agotar hasta las últimas consecuencias todo campo de lucha recién conquistado, para convertirlo luego en un baluarte contra otras innovaciones de gran envergadura. 

  La táctica actual de la socialdemocracia alemana, por ejemplo, despierta la admiración gracias a su carácter proteico, su flexibilidad y, al propio tiempo, su firmeza.  Esto significa tan sólo que nuestro partido en su lucha cotidiana ha sabido plegarse maravillosamente y hasta el último detalle al terreno actual del parlamentarismo, que ha sabido utilizar el campo de lucha que ofrece el parlamentarismo y que es capaz de dominar los principios de funcionamiento de éste. 
  Al propio tiempo, esta configuración específica de la táctica oculta de tal modo el horizonte posterior que cada vez se acentúa más la tendencia a la perpetuación y a la consideración de la táctica parlamentaria como la táctica de la lucha socialdemócrata por excelencia. Un ejemplo indicador de esta situación es el carácter infructuoso de los esfuerzos que Parvus (7) viene realizando desde hace años para conseguir que se abra una polémica en la prensa del partido acerca de la posibilidad de una nueva táctica para el caso de que quede abolido el sufragio universal y ello a pesar de que los dirigentes del partido consideran esta posibilidad con la mayor seriedad.  Esta desidia, no obstante, se explica también en gran medida por el hecho de que los contornos y formas materiales de una situación política inexistente, es decir, imaginaria, resultan muy difíciles de determinar en el vacío de la especulación abstracta.

  En todo caso, lo importante para la socialdemocracia no son los presentimientos o los proyectos de las recetas preparadas para la táctica futura, sino la recepción viva en el partido de la valoración histórica correcta de las formas de lucha dominantes en cada momento, el sentimiento vivo de la relatividad de la fase concreta de la lucha, así como del ascenso necesario de las etapas revolucionarias desde el punto de vista del fin último de la lucha proletaria de clases.

  Conceder a la dirección. del partido ese poder absoluto de carácter negativo que Lenin propone, implica elevar a una potencia peligrosísima el carácter conservador que tiene esencialmente toda dirección.  Si es todo el partido, o aún mejor, todo el movimiento el que determina la táctica socialdemócrata, en lugar de un comité central, cada organización del partido precisará el margen de maniobra que le permita la utilización completa de todos los medios para la intensificación de la lucha, así como la extensión de la iniciativa revolucionaria que cada situación ofrece.  El ultracentralismo que propugna Lenin, sin embargo, no nos parece impregnado en su esencia por un espíritu positivo creador, sino por un espíritu de vigilante.  Su razonamiento se orienta, fundamentalmente, a conseguir el control de la actividad del partido y no a su enriquecimiento; a su restricción y no a su ampliación, en perjuicio y no en beneficio del movimiento.

  Este experimento parece ser doblemente atrevido para la socialdemocracia rusa en este preciso momento en que se encuentra en vísperas de grandes luchas revolucionarias para derrocar el absolutismo; en vísperas o, mejor dicho, en medio de un período de actividad sumamente intensiva y creadora en la esfera de la táctica y -lo que es lógico en las épocas revolucionarias- de crecimiento febril y acelerado, así como de difusión de su esfera de influencia.  Querer poner trabas en estos momentos a la iniciativa del partido y cercar con alambre de espino su capacidad ebullescente de expansión, supondría imposibilitar desde el principio a la socialdemocracia para las grandes tareas del momento.


[ 6. El problema de los estatutos y su valor real ]

  Es evidente que de las consideraciones generales que anteceden acerca del contenido particular del centralismo socialdemócrata no se puede deducir una redacción concreta de lo que habrían de decir los artículos de los estatutos del partido ruso.  Este articulado depende, en última instancia, como es natural, de las circunstancias específicas bajo las cuales se produce la actividad en el período actual y -como quiera que en Rusia se trata del primer intento de crear una gran organización proletaria de partido- tampoco puede aspirar de antemano a la infalibilidad sino que, en primer lugar, aún tiene que pasar el bautismo de fuego de la vida práctica. 

  Lo que sí se puede deducir, en cambio, de la concepción general de la organización socialdemócrata son los rasgos amplios y el espíritu de la organización, el cual suele ser, en los comienzos del movimiento de masas, de tipo coordinador y sintetizador y no tiene el carácter reglamentador y exclusivo del centralismo socialdemócrata.  Sin embargo, si este espíritu de libertad política de movimientos, unido a una percepción aguda de la solidez fundamental y de la unidad del movimiento, se han afirmado en las filas del partido, la misma práctica acabará imponiendo una corrección eficaz de todas las esperanzas de los estatutos, incluidos aquellos que resultan más defectuosos.  Lo que determina el valor de una organización no es la letra de los estatutos, sino el sentido y el espíritu que insuflan en la letra los militantes más activos.



II

  Hasta ahora hemos tratado de la cuestión del centralismo desde el punto de vista de los fundamentos generales de la socialdemocracia, así como, en parte, desde el de las condiciones actuales en Rusia.  Pero el espíritu de vigilante del ultracentralismo propugnado por Lenin y sus amigos no es en absoluto un producto casual de una serie de errores, sino que se encuentra en relación con una oposición al oportunismo que según Lenin impregna hasta el más pequeño detalle de la organización.

  "De lo que se trata", dice Lenin (pág. 52), "es de valerse de los artículos de los estatutos para forjar un arma más o menos eficaz contra el oportunismo.  Cuanto más profundos sean los orígenes del oportunismo, más eficaz ha de ser el arma".

  En el poder absoluto del comité central y en el aislamiento rígidamente estatutario del partido encuentra Lenin el dique más eficaz contra la corriente oportunista, cuyos rasgos específicos considera ser la predilección innata de los académicos por el autonomismo, por la desorganización, y su repugnancia ante toda disciplina y ante todo "burocratismo" en la vida del partido.  Únicamente el escritorzuelo socialista, a juicio de Lenin, puede rebelarse contra los poderes ilimitados del comité central y ello debido a su confusión e individualismo innatos; un proletario auténtico, sin embargo, a causa de su conciencia de clase, experimentará cierto placer ante toda la rigidez, la fuerza y el carácter tajante de sus autoridades superiores de partido; el proletario se somete a todas las operaciones ásperas de la "disciplina del partido" con los ojos cerrados de alegría.  "El burocratismo contra el democratismo", dice Lenin, "tal es el principio de organización de la socialdemocracia revolucionaria frente al principio de organización de los oportunistas" (pág. 151). 

  Lenin insiste con fuerza en el hecho de que esta misma contraposición entre la concepción centralista y la autonomista resulta visible en la socialdemocracia de todos los países, en los cuales se enfrentan las corrientes revolucionarias y la revisionista; dedica atención especial a los acontecimientos en el partido alemán y a la discusión que se había abierto en él acerca de la cuestión de la autonomía de la circunscripción electoral (8). Todas estas razones son suficientes para justificar una verificación de los paralelos que traza Lenin, lo que no dejará de ser de utilidad y de interés.


[ 7.  Los intelectuales no proletarios y el oportunismo ]
  
  Ante todo se debe observar que en esa insistencia en las capacidades innatas del proletariado para la organización socialdemócrata y en el recelo frente a los elementos "académicos" del movimiento socialdemócrata tampoco hay nada específicamente "marxista-revolucionario", sino que, en realidad, cabe señalar su parentesco con las concepciones oportunistas.  El antagonismo entre el elemento proletario puro y el intelectual socialista no proletario es la tapadera ideológica común bajo la cual coinciden el sindicalismo puro semianarquista de los franceses, con su antiguo grito de "Méfiez-vous des politiciens!" (9), el sindicalismo inglés en su desconfianza contra los socialistas "quiméricos" y, finalmente, si nuestras informaciones son correctas, también el "economismo" puro del antiguo "Rabotschaia Misl" (Pensamiento Obrero) (10) de Petersburgo, con su transferencia de la estupidez sindicalista a la Rusia absolutista.

  No hay duda de que, en la práctica actual de la socialdemocracia de Europa occidental, puede observarse una conexión innegable entre el oportunismo y los elementos académicos, como también, por otro lado, entre el oportunismo y las tendencias descentralizadoras en las cuestiones de organización.  No obstante, si se aíslan de su contexto estos fenómenos, surgidos en un terreno histórico concreto, para juzgarlos como pautas abstractas de validez universal y absoluta, se comete el mayor pecado contra el "espíritu santo" del marxismo, esto es, contra su método de pensamiento dialéctico-histórico.

  Lo único que cabe asegurar, desde una perspectiva abstracta, es que el "académico", al ser un elemento extraño al proletariado por razón de su procedencia burguesa, no puede llegar al socialismo en consonancia con los propios sentimientos de clase, sino a través de la superación de estos, es decir, por medios ideológicos, por lo cual está más predispuesto a las desviaciones oportunistas que el proletario ilustrado que, siempre que no haya perdido la conexión viva con su medio social, la masa proletaria, desarrolla una actitud revolucionaria más firme, gracias a su instinto inmediato de clase.  Sin embargo, la forma concreta en que se manifiesta la tendencia del académico al oportunismo, la forma palpable que adquiere, especialmente dentro de las formas de organización, depende en cada caso del medio social de que se trate.

  Las manifestaciones a que se refiere Lenin en la vida de la socialdemocracia alemana, francesa e italiana, han surgido a partir de una base social absolutamente determinada, esto es, la base social del parlamentarismo burgués; así como éste es el caldo de cultivo específico de la corriente oportunista actual en el movimiento socialista de Europa occidental, a su vez, las tendencias oportunistas a la desorganización también han surgido de él.

  El parlamentarismo no se limita a alimentar todas las ilusiones ya conocidas del oportunismo actual, como lo hemos experimentado en Francia, Italia y Alemania; es decir, la importancia excesiva del trabajo de reforma, la colaboración de las clases y los partidos, la evolución pacífica, etc.. Además, el parlamentarismo crea también la base en la que pueden manifestarse prácticamente las ilusiones al hacer que, en su condición de parlamentarios, los académicos se separen de la masa proletaria e, incluso, se sitúen por encima de ella.  Finalmente, el parlamentarismo, con el crecimiento del movimiento obrero, convierte a éste en el trampolín del arribismo político, por lo cual se transforma con frecuencia en amparo de existencias burguesas ambiciosas y fracasadas.

  De todos los aspectos señalados se deriva la tendencia concreta del académico oportunista de la socialdemocracia de Europa occidental a favorecer la desorganización y la falta de disciplina.  El otro presupuesto cierto de la corriente oportunista actual es la existencia de un grado ya elevado de desarrollo del movimiento socialdemócrata, así como una organización socialdemócrata de partido muy influyente; esta última es el único muro de contención contra las tendencias parlamentarias burguesas, que tratan de destruirla y desmembrarla, a fin de volver a diluir al núcleo activo del proletariado en la masa electoral amorfa.  Así es como surgen las tendencias "autonomistas" y descentralizadoras del oportunismo moderno, bien fundadas históricamente y adaptadas a fines políticos muy concretos y que no se pueden aclarar en razón de la negligencia y el abandono de los "intelectuales", como supone Lenin, sino en función de las necesidades del parlamentario burgués, es decir, no en función de la psicología del académico, oportunista, sino de la política del oportunista.

  Todas estas circunstancias, sin embargo, tienen un aspecto muy distinto en la Rusia absolutista, donde el oportunismo en el movimiento obrero no es en absoluto un producto del crecimiento intenso de la socialdemocracia y de la descomposición de la sociedad burguesa, como en Occidente, sino, por el contrario, un producto de su atraso político.

  La intelectualidad rusa, entre la que se reclutan los académicos socialistas, tiene, comprensiblemente, un carácter de clase mucho más indeterminado, está mucho más desclasada, en el sentido estricto de la palabra, que la intelectualidad de Europa occidental.  Esto, unido a la juventud del movimiento proletario en Rusia produce, en general, un campo de acción mucho más amplio para la inestabilidad teórica y las oscilaciones oportunistas, que unas veces se manifiestan en una negación completa del aspecto político del movimiento obrero, y otras en la creencia opuesta en las virtudes curativas del terror, para acabar finalmente en el pantano político del liberalismo y "filosóficamente" en el del idealismo kantiano.

  A nuestro juicio, para que los académicos socialdemócratas rusos tengan una tendencia específica a la desorganización no solamente les falta un punto de apoyo positivo en el parlamentarismo burgués sino, también, el medio psico-social adecuado.  El escritorzuelo moderno de Europa occidental, que se consagra al culto de su pretendido "Yo" y que transfiere también esta "moral de señor" al mundo de la lucha y el pensamiento socialistas, no es el ejemplo general de la intelectualidad burguesa, sino la muestra de una fase concreta de su existencia, es decir, es el producto de una burguesía decadente y corrompida, que ya se ha hundido en los peores pantanos de su dominación de clase.  Las veleidades utópicas y oportunistas del académico socialista ruso, en cambio, tienen una tendencia comprensible a adquirir un aspecto contrario, un aspecto de autoentrega, de autocompromiso.  La antigua consigna "ir al pueblo", es decir, la mascarada obligatoria del académico vestido de campesino realizada por los "populistas" (11) era una invención desesperada de este académico, igual que lo es hoy el culto grosero de la "mano callosa" entre los partidarios del economismo.


[ 8. La falsa identificación leninista del oportunismo con la descentralización ]

  Muy distinto resultado se alcanza cuando se trata de resolver la cuestión de la organización no por medio de la transferencia de pautas rígidas de Europa occidental a Rusia, sino por medio de la investigación de las condiciones concretas en la propia Rusia.  Suponer, como hace Lenin, que el oportunismo sea partidario de alguna forma determinada de organización, por ejemplo la descentralización, implica desconocer su carácter real. 

  Al ser oportunista, el oportunismo no tiene más principio en el problema de la organización que la falta de principios.  El oportunismo elige siempre sus medios en función de las circunstancias que corresponden a sus fines.  Si entendemos, como lo hace Lenin, que el oportunismo es la intención de paralizar el movimiento autónomo y revolucionario de clase, a fin de ponerlo al servicio de los apetitos de dominación de la burguesía, resulta que este objetivo se alcanza mas fácilmente, en las etapas iniciales del movimiento obrero, a través de un centralismo rígido que a través de la descentralización, porque el primero pone al movimiento proletario aún vacilante a merced de un puñado de dirigentes académicos. 

  Es significativo que también en Alemania, cuando aún faltaban un núcleo poderoso de proletarios ilustrados y una táctica socialdemócrata eficaz, aparecían representadas las dos tendencias en materia de organización: el centralismo más extremo en la Asociación General de Trabajadores Alemanes, de Lassalle (12) y el "autonomismo" entre los eisenachianos (13).  Y, a pesar de su falta confesa de claridad en materia de principios, la táctica de los eisenachianos supuso una participación mucho más activa de los proletarios en la vida intelectual del partido, así como un espíritu mayor de iniciativa entre los trabajadores -prueba de ello, la rápida expansión de una prensa local de esta fracción-; en definitiva, a la larga, un rasgo mucho más saludable que las lamentables experiencias que lógicamente tenían que hacer los lassalleanos con sus "dictadores".

  En general, puede decirse que el centralismo despótico y rígido es precisamente la tendencia organizativa adecuada al académico oportunista, propia de las condiciones en que la masa de trabajadores aún está poco segura en su parte revolucionaria y el mismo movimiento es vacilante, esto es, cuando se dan unas condiciones similares a las de Rusia en la actualidad.  De igual modo, la descentralización es la tendencia correspondiente del académico oportunista en un estadio posterior, en un medio parlamentario y con un partido de trabajadores fuerte y muy coherente.

  Las concepciones sobre la organización que mantiene Lenin constituyen la mayor amenaza para la socialdemocracia rusa, incluso desde el punto de vista del propio Lenin y de sus temores ante la influencia peligrosa que pueda ejercer la intelectualidad sobre el movimiento obrero.

  En realidad, lo que pone a un movimiento obrero todavía joven a merced de las veleidades de dominación de los académicos es su apresamiento dentro de la coraza de un centralismo burocrático** que rebaja al proletariado combativo a la condición de un instrumento dócil de un "comité".  Por el contrario, lo único que protege de verdad al movimiento obrero frente a todos los abusos oportunistas de parte de una intelectualidad ambiciosa es la actividad revolucionaria autónoma de los trabajadores y el fomento de su sentimiento de responsabilidad política.

  Todo lo que Lenin ve hoy como una pesadilla puede convertirse mañana en realidad palpable.

  No se olvide que la revolución, en vísperas de la cual nos encontramos en Rusia, no es una revolución proletaria, sino una revolución burguesa, que va a cambiar notablemente el contexto en el que se mueve la socialdemocracia.  La intelectualidad rusa mostrará de inmediato un espíritu burgués de clase muy pronunciado.  Si hoy es la socialdemocracia la única dirigente de las masas obreras rusas, mañana, después de la revolución, la burguesía y, especialmente, su intelectualidad, tratarán de poner a esas masas a los pies del parlamento.  En la fase actual de la lucha, cuanto más se obstruya y restrinja el desarrollo de la actividad espontánea, la libre iniciativa y el sentido político del sector más avanzado de la clase obrera por un comité central autoritario, tanto más fácil será el juego de los demagogos burgueses.


[ 9. El oportunismo: ¿elemento extraño o inherente al movimiento obrero? ]

  Lo más equivocado de todo es la idea básica de la concepción ultracentralista, que culmina en la pretensión de mantener alejado al oportunismo del movimiento obrero por medio de las cláusulas de un estatuto organizativo.

  Bajo la influencia de los últimos acontecimientos en la socialdemocracia francesa, italiana y alemana, también en la rusa se ha abierto paso la opinión de que el oportunismo, en general, es algo que sólo tiene que ver con la introducción de los elementos democrático-burgueses exteriores en el movimiento obrero y que constituyen una adición ajena al propio movimiento proletario.  Si esto fuera cierto, las barreras estatutarias de organización resultarían absolutamente impotentes frente a la penetración de los elementos oportunistas.

  Si el flujo masivo de elementos no proletarios a la socialdemocracia arranca de causas sociales tan profundas como la rápida crisis económica de la pequeña burguesía y el hundimiento político aún más rápido del liberalismo burgués, es decir, la extinción de la democracia burguesa, resulta entonces una ilusión ingenua la creencia de que se puede contener esta oleada arrolladora a través de una u otra redacción de los estatutos del partido.  Los párrafos de los estatutos regulan únicamente la existencia de pequeñas sectas o sociedades privadas, mientras que las corrientes históricas siempre han conseguido afirmarse por encima de los párrafos más sutiles. 

  Además, también es falso que rechazar a los elementos empujados en masa hacia el socialismo por la descomposición de la sociedad burguesa sea defender los intereses de la clase obrera.   La socialdemocracia siempre ha sostenido que representa no sólo los intereses de clase del proletariado, sino también las aspiraciones progresivas del conjunto de la sociedad contemporánea.  Representa los intereses de todos los que son oprimidos por la dominación burguesa.  Esto no debe entenderse meramente en el sentido de que todos estos intereses están contenidos idealmente en el programa socialista.  Esta proposición se convierte en realidad gracias al desarrollo histórico, gracias al cual la socialdemocracia como partido político se va convirtiendo en el asilo de todos los elementos descontentos de nuestra sociedad y así del pueblo entero, en oposición a la minoría minúscula de los amos capitalistas.

  Únicamente se trata de que los socialistas sepan como subordinar siempre a los fines supremos de la clase obrera la rabia, el rencor y la esperanza de ese conjunto abigarrado de compañeros de viaje.  La socialdemocracia debe incorporar a la acción revolucionaria del proletariado al tumulto de la oposición no proletaria a la sociedad existente, en una palabra, asimilar los elementos que vienen a ella.

  Esto último tan sólo es posible donde, como sucede en Alemania, la socialdemocracia ya contiene unos núcleos proletarios activos, fuertes y educados políticamente, con la conciencia suficiente para llevar a remolque a los elementos desclasados y pequeñoburgueses que se unen al partido.  En este caso la aplicación estricta de los criterios centralistas en los estatutos, así como una interpretación rígida de la disciplina del partido, puede ser eficaz como una barrera contra la corriente oportunista.  No hay duda de que, en estas circunstancias, los estatutos de la organización pueden servir como instrumento en la lucha contra el oportunismo, igual que han servido en la socialdemocracia revolucionaria francesa contra el asalto del confusionismo jauresista (15) e igual, también, que, en este sentido, resulta necesaria una revisión de los estatutos del partido alemán.  Pero, incluso en este caso, los estatutos del partido no deben servir como un arma en la lucha contra el oportunismo, sino como un instrumento de poder para el ejercicio de la influencia predominante de la mayoría proletaria revolucionaria en el partid.  Si esta mayoría falta, los estatutos más rigurosos no conseguirán substituirla.

  Pero, como se ha dicho, la afluencia de elementos burgueses no es, en modo alguno,  la única causa de la corriente oportunista en la socialdemocracia.  La otra causa es, en mayor medida, la esencia de la propia lucha socialdemócrata y sus contradicciones internas.  El avance histórico mundial del proletariado hasta su victoria es un proceso cuya peculiaridad reside en el hecho de que, por primera vez en la historia, las masas populares imponen su voluntad consciente  en contra de la de las clases dominantes; pero este proceso implica superación de la sociedad actual y se realiza más allá de ésta.  Por otro lado, esta voluntad de las masas únicamente puede configurarse en la lucha cotidiana con el orden existente, es decir, en su contexto.  La contradicción dialéctica del movimiento socialdemócrata consiste en la unión de las grandes masas populares con un objetivo que supera la totalidad del orden imperante, la unión de la lucha cotidiana con la transformación revolucionaria; esta contradicción ha de avanzar, lógicamente, en un proceso de desarrollo entre los dos brazos de una tenaza: entre la renuncia al carácter de movimiento de masas y el abandono del objetivo último, entre la recaída en la secta y la conversión en un mero movimiento reformista burgués.

  Por estas razones resulta una ilusión completamente antihistórica pensar que la táctica socialdemócrata, en sentido revolucionario, puede determinarse de una vez por todas, o que el movimiento obrero se puede defender para siempre jamás de las caídas en el oportunismo.

  Es cierto que la doctrina marxista proporciona armas para reconocer y combatir las manifestaciones típicas del oportunismo.  Pero, como quiera que el movimiento socialdemócrata es un movimiento de masas y los peligros que le amenazan no surgen de las cabezas humanas, sino de las condiciones sociales, no es posible defenderse de antemano frente a los desvaríos oportunistas, sino que estos quedan superados a través del propio movimiento, con ayuda de las armas que el marxismo proporciona, una vez que han alcanzado forma palpable en la práctica.  Bajo este ángulo, el oportunismo aparece como un producto del movimiento obrero mismo y como una etapa inevitable de su desarrollo histórico.  Precisamente en Rusia, donde la socialdemocracia aún es joven y donde las condiciones políticas del movimiento obrero resultan tan anormales, el oportunismo tiene que surgir de esta causa, de las pruebas y experimentos inevitables en materia de táctica, de la necesidad de hacer coincidir la lucha actual, en condiciones peculiares y sin precedentes, con los fundamentos del socialismo.

  Siendo correcto lo anterior, tanto más extraña ha de resultar la idea de querer prohibir el ascenso de las corrientes oportunistas con una u otra redacción de los estatutos del partido nada más comenzar el movimiento obrero.  La pretensión de eliminar el oportunismo a través de estos medios sobre el papel, no conseguirá acabar con éste, pero sí con la propia socialdemocracia y, al tratar de restringir las palpitaciones de una vida saludable, consigue debilitar su resistencia y su espíritu combativo no solamente contra las corrientes oportunistas sino, también, contra el orden social dominante, lo cual tiene ciertamente una gran importancia.  El medio, pues, se vuelve contra el fin.


[ 10. Detrás del ultracentralismo: el subjetivismo intelectual ]

  En estos intentos temerosos de una parte de los socialdemócratas rusos, de defender contra el error al movimiento obrero ruso, tan esperanzador y vivaz, supeditándolo a la tutela de un comité central omnisciente y omnipresente, parece manifestarse, a nuestro juicio, el mismo subjetivismo que ya ha jugado con frecuencia alguna mala pasada a la idea socialista en Rusia (16).  Son muy divertidas las piruetas que el respetable "sujeto humano" de la historia gusta de hacer en el propio proceso histórico.  El Yo destruido y despedazado por el absolutismo ruso toma su revancha en su mundo revolucionario imaginario, instalándose en el trono y declarándose omnipotente, como un comité de conspiradores y en nombre de una "voluntad popular" inexistente (17).  Sin embargo, el "objeto" resulta ser más fuerte y el látigo acaba triunfando, mostrando ser la expresión "legítima" del estadio concreto del proceso histórico. 

  Finalmente aparece en el cuadro un hijo aún más legítimo del proceso histórico, esto es, el movimiento obrero ruso, cuya hermosa tarea será la de crear una voluntad popular real por primera vez en la historia rusa.  El "Yo" del revolucionario ruso aprovecha para dar un viraje rápido y declararse de nuevo dirigente todopoderoso de la historia, esta vez bajo la forma de la majestad suprema de un comité central del movimiento obrero socialdemócrata.  Este acróbata audaz olvida que el único sujeto al que corresponde esta función dirigente es el Yo-masa de la clase obrera, empeñada por todas partes en cometer errores y en aprender por sí misma la dialéctica de la historia.

  Por último, digámoslo claramente: desde el punto de vista de la historia, los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos y valiosos que la infalibilidad del mejor "comité central".


Notas:

(1) La ley antisocialista fue promulgada por Bismarck en 1878 con el fin de detener el ascenso parlamentario del SPD alemán. La causa oficial fueron dos atentados en contra de Guillermo I y con los cuales no se pudo relacionar para nada a la socialdemocracia, pero que desencadenaron una histeria monárquica y antisocialista (se prohibían las reuniones, las asociaciones, los sindicatos y la propaganda socialdemócratas). Pero con ello no se consiguió eliminar a los socialistas del parlamento, pues, bajo la Constitución de Bismark, el candidato de una circunscripción no tenía por qué serlo formalmente de un partido (aunque, de hecho, lo fuera) y Bismark no consiguió que, además, el Reichstag aceptara negar el mandato a las personas que fueran miembros de un partido prohibido. La ley fue promulgada dos años y medio después, en 1880, hasta 1890.

(2) La cita es incompleta.  Correctamente diría: "En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia.  Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe -y por ahora aún puede - poner en movimiento a todo el proletariado." K. Marx / F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista.

(3) Se refiere Rosa Luxemburg al Segundo Congreso del PSDR celebrado en 1903 en Bruselas y Londres.  El hecho de que sea constituyente se debe a que los que participaron en el Primer Congreso de Minsk de 1898 fueron todos detenidos de inmediato por la policía zarista.

* Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, Ginebra, 1904.  Imprenta del partido.
 
(4) Se refiere Rosa Luxemburg al hecho de que el partido socialdemócrata de Austria (SPO), fundado entre el 30 de diciembre de 1888 y el 1 de enero de 1889, dirigido Víctor Adler y Karl Kautsky, era originariamente internacional, dentro de la monarquía austro-húngara; en 1897 se separó en organizaciones nacionales.  El partido era defensor del derecho de las nacionalidades, siendo el teórico más señalado en este campo Karl Renner.

(5) En realidad, la huelga de San Petersburgo de 1896 no fue la primera.  Con anterioridad había habido otra.  Por ejemplo, en 1885, 8.000 obreros de Orejovo-Suevo fueron a la huelga. La del verano de 1896 en San Petersburgo alcanzó a 30.000, que se pusieron en huelga a favor de la reducción de la jornada laboral. El gobierno zarista tuvo que reducir ésta a once horas y media.

(6) Esta huelga llegó a generalizarse, afectando a casi todos los obreros de Rostov.  Treinta mil de ellos llegaron a reunirse en asambleas populares.

(7) Parvus, cuyo verdadero nombre era Helfand, socialdemócrata ruso que fue el primero en exponer la teoría de la revolución permanente que luego tomaría Trotski.

(8) Rosa Luxemburg hace referencia aquí al apartado del libro de Lenin La Nueva Iskra. El oportunismo en cuestiones de organización, en el que Lenin hace referencia a la discusión iniciada en el SPD por Wolfgang Heine, sobre el problema de la autonomía de las circunscripciones electorales, a raíz de la derrota electoral del SPD en la circunscripción 20 de Sajonia.

(9) "¡Desconfiad de los políticos!".  En francés en el original.

(10) El Pensamiento Obrero (octubre de 1897 a diciembre de 1902), órgano de los economicistas, sección de la socialdemocracia rusa que rechazaba la lucha política.

(11) Los populistas eran una organización revolucionaria rusa operante en la segunda mitad del siglo XIX, que sostenía la función predominante de los campesinos en la revolución. La autocracia caería como resultado de una serie de revueltas de los campesinos. Bastaba para ello que los revolucionarios (en su mayoría jóvenes burgueses) practicasen la política de "ir al pueblo" (de ahí les viene el nombre de "populistas").

(12) Ferdinand Lassalle, abogado y político alemán (1825-1864). Fundador de la Asociación General de Trabajadores Alemanes en 1863, a la cual se refiere Rosa Luxemburg, y que, en realidad, fue el primer partido socialista alemán.  Lassalle estaba interesado en conseguir un pacto que sellara la colaboración entre el Estado prusiano y el movimiento obrero.

(13) Eisenachianos es el nombre que se da a los participantes en el I Congreso de socialdemócratas de Alemania, Austria y Suiza, en Eisenach en 1869.  De este Congreso salió el Partido Obrero Social-Demócrata, que seguía más de cerca la doctrina marxista que la organización de Lassalle.  Ambos partidos se unificaron posteriormente en el Congreso de Gotha con un programa que Marx criticó.

** En Inglaterra son precisamente los fabianos, es decir, los Webb (14) los defensores más decididos de la centralización burocrática y los enemigos de las formas democráticas de organización.

(14) Los fabianos: grupo socialista británico partidario de las reformas graduales en la estructura del Estado burgués. Derivan su nombre del general romano Fabio Cornelio Escipión y de su táctica gradualista. Entre los fabianos más sobresalientes se encontraba el matrimonio Sidney y Beatrice Webb.

(15) Se refiere Rosa Luxemburg a la corriente que se dio en el Partido Socialista francés a comienzos de siglo, protagonizada por Jean Jaurés, quien sostenía la "libertad de crítica" dentro del partido para revisar sus postulados estratégicos y tácticos.
 
(16) El «método subjectivo» es la base de las doctrinas socialistas que desarrollaron Pierre Lavrov y Nicolas Mikhailovsky del Partido Socialista-Revolucionario.

(17) Referencia a los círculos conspirativos que, de 1879 a 1883 combatieron contra el zarismo por medio de actos terroristas y que finalmente asesinaron a Alejando II, llamados el partido de la Voluntad del Pueblo (Narodnaya Voliya).










La revolución rusa*





Índice:


I

[  1. El significado fundamental de la revolución rusa  ] - 17


II

[  2. La dinámica de la revolución  ] - 18

[  3. Los méritos de la táctica bolchevique  ] - 20


III

[  4. La cuestión de la tierra  ] - 21
  
[  5. La cuestión de las nacionalidades  ] - 23


IV

[  6. La asamblea constituyente  ] - 26

[  7. La cuestión del sufragio  ] - 28

[  8. Dictadura de la clase o dictadura del partido  ] - 30

[  9. La lucha contra la corrupción  ] - 31

[ 10. La oposición entre democracia y dictadura  ] - 32

[ 11. Conclusión ] - 33


Notas - 34
















I

[ 1. El significado fundamental de la revolución rusa ]

  La revolución rusa es el acontecimiento más grandioso de la guerra mundial; la forma en que se inició, su radicalismo sin igual y su efecto permanente son el mejor mentís lanzado a la fraseología ideológica con la que la socialdemocracia alemana oficial disfrazó, en un principio servicialmente, la campaña de conquista del imperialismo alemán; esto es, la fraseología sobre la misión de las bayonetas alemanas, consistente en derrocar al zarismo ruso y liberar a los pueblos que oprimía.  La amplitud extraordinaria que ha alcanzado la revolución en Rusia, así como su acción profunda, que ha trastornado todas las relaciones de clase y ha puesto de relieve todos los problemas sociales y económicos, avanzando, en consecuencia, desde el primer estadio de la república burguesa hasta fases superiores, movida por la fatalidad de su lógica interna -en la cual la caída del zarismo es sólo un episodio sin importancia, casi una bagatela-, todo esto demuestra palmariamente que la liberación de Rusia no fue el resultado de la guerra y de la derrota militar del zarismo ni tampoco la obra meritoria del "brazo alemán armado con la bayoneta alemana", como se prometía un artículo de fondo de Neue Zeit (1) bajo la redacción de Kautsky.  La liberación de Rusia tenía ya raíces muy profundas en el propio país y se hallaba completamente madura.  La aventura militar del imperialismo alemán, bajo la cobertura ideológica de la socialdemocracia alemana, lejos de anunciar la revolución en Rusia, la interrumpió durante una temporada en sus comienzos, luego la obligó a pasar por las circunstancias más difíciles y anormales.

  Para cualquier observador reflexivo, este proceso revolucionario constituye una prueba contundente de la falsedad de la teoría doctrinaria que Kautsky comparte con el partido de la socialdemocracia gubernamental, según la cual, al ser Rusia un país económicamente atrasado y predominantemente agrario, no estaría maduro para la revolución social y para una dictadura del proletariado.  Esta teoría, que sólo admite como viable en Rusia una revolución burguesa -de cuya concepción se deriva la táctica de la coalición de los socialistas con el liberalismo burgués en Rusia- es, asimismo, la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, los llamados mencheviques bajo la dirección eficaz de Axelrod y Dan (2); estos dos oportunismos, el ruso y el alemán, coinciden por entero con los socialistas gubernamentales alemanes en la apreciación general de la revolución rusa, de la cual se deriva por sí sola la posición en materia de detalles tácticos.  Según estos tres sectores, la revolución rusa habría debido detenerse en aquel estadio que, según la mitología de la socialdemocracia alemana, constituía el noble objetivo del mando militar del imperialismo alemán: la caída del zarismo.  Que la revolución haya superado este estadio, que se haya planteado el objetivo de la dictadura del proletariado, no es, según esta doctrina, más que un error del ala radical del movimiento obrero ruso, de los bolcheviques; de forma que todas las calamidades que se han abatido posteriormente sobre la marcha de la revolución y toda la confusión de que ésta ha sido víctima, son un resultado de ese error, cargado de consecuencias.  Desde el punto de vista teórico esta doctrina, recomendada como "fruto del pensamiento marxista" tanto por el Vorwarts de Stampfer (3) como por Kautsky, arranca del original descubrimiento "marxista" del carácter nacional, por así decirlo, casero, de la revolución socialista en cada Estado moderno.  En el éter celestial de los esquemas abstractos no hay duda de que un Kautsky sabe poner de manifiesto con todo detalle la red económica mundial del capitalismo, que hace de los Estados modernos un todo orgánico interconexo; la revolución rusa, en cambio, producto de desarrollo internacional y de la cuestión agraria, no puede realizarse en el marco de la sociedad burguesa.
 
  Desde el punto de vista práctico, esta doctrina es un intento de renegar de la responsabilidad del proletariado internacional -y, en primer lugar, del alemán-, con relación al curso de la revolución rusa; es un intento de negar los vínculos internacionales de esa revolución.  Lo que el curso de la guerra y de la revolución rusa han puesto en evidencia no ha sido la inmadurez de Rusia, sino la inmadurez. del proletariado alemán a la hora de realizar sus tareas históricas.  Exponer este resultado con toda claridad es la primera tarea de una consideración crítica de la revolución rusa.  La fortuna de la revolución rusa dependía por entero de los acontecimientos internacionales, y el hecho de que los bolcheviques hayan condicionado por completo su política a la revolución mundial del proletariado es, precisamente, el testimonio más brillante de su perspicacia, de la solidez de sus principios y de la audacia de su política.  Ello pone de relieve, también, la importancia del salto que ha dado el desarrollo capitalista durante el decenio último.  La revolución de 1905-1907 sólo encontró un eco débil en Europa, por lo cual no pasó de ser un capítulo inicial; su prosecución y triunfo final estaban vinculados al desarrollo europeo.

  Evidentemente, el tesoro de experiencias y enseñanzas de esta revolución no se va a hacer visible gracias a la apología acrítica, sino solamente merced a una crítica detallada y reflexiva.  De hecho, sería ridículo creer que en el primer experimento en la historia del mundo con la dictadura de la clase obrera, todo lo que se haya hecho o dejado de hacer en Rusia haya sido el colmo de la perfección; en especial porque este experimento con la dictadura obrera se ha realizado bajo las circunstancias más difíciles que quepa pensar, en medio de la guerra mundial y del caos de un genocidio imperialista, en la red de hierro de la potencia militar más reaccionaria de Europa y en el abandono más completo por parte del proletariado internacional.  Los conceptos elementales de la política socialista y la comprensión de sus presupuestos históricos necesarios obligan a admitir que, por el contrario, bajo circunstancias tan adversas, ni el idealismo más grandioso ni la energía revolucionaria más decidida están en situación de realizar la democracia y el socialismo sino únicamente un primer bosquejo, importante y desfigurado, de ambos.

  Es un deber elemental de los socialistas de todos los países ver esto con claridad, en todas sus conexiones y consecuencias más profundas, ya que sólo con este conocimiento amargo puede medirse toda la magnitud de la responsabilidad propia del proletariado internacional por los destinos de la revolución rusa. Por otro lado, solamente de este modo puede apreciarse la importancia decisiva de la solidaridad internacional en el avance de la avalancha inicial de los años de 1911 a 1913 y, una vez comenzada, revolución proletaria, esto es, como una condición fundamental sin la cual las capacidades mayores y él sentido más elevado de sacrificio del proletariado en un solo país acaban en una confusión de contradicciones y errores.

  Tampoco cabe duda alguna de que muchas de las decisiones mas graves que Lenin y Trotski, los dirigentes más capacitados de la revolución rusa, tuvieron que tomar en su camino sembrado de espinas y de trampas de todo tipo, se tomaron tras vencer la indecisiones internas más profundas y en lucha, también contra las resistencias más extremas; y nada parecería más impropio a estos dirigentes que la idea de que todos sus actos, realizados en las condiciones amargas de coacción y de urgencia, en el torbellino vertiginoso de los acontecimientos, sean admitidos por la Internacional como modelo sublime de política socialista, pues tal es una actitud para la que únicamente resultan apropiadas la admiración acrítica y la imitación servil.

  Asimismo sería errado creer que un examen crítico de la trayectoria seguida por la revolución rusa suponga un menoscabo peligroso del prestigio y del carácter fascinante del ejemplo de los proletarios rusos, únicos que pueden superar la apatía fatal de las masas alemanas.  Nada seria más equivocado que esto, pues el despertar de la energía revolucionaria de la clase obrera de Alemania nunca más se podrá conjurar con los métodos de tutela de la socialdemocracia alemana de feliz memoria, es decir, por medio de una autoridad impoluta, tanto la de las "instancias" propias como la del "ejemplo ruso".  No será suscitando un estado de exaltación revolucionaria como se hará nacer la capacidad de acción histórica del proletariado alemán, sino, por el contrario, procurando que éstos comprendan la gravedad formidable y la complejidad de sus tareas y consiguiendo que las masas alcancen la madurez política, la independencia espiritual y la capacidad de juicio crítico que la socialdemocracia alemana ha venido extirpando sistemáticamente durante decenios bajo las excusas más diversas. La consideración crítica de la revolución rusa en todas sus circunstancias históricas constituye el mejor entrenamiento del proletariado alemán e internacional para las tareas que la situación actual les depara.



II

[ 2. La dinámica de la revolución ]

  El primer período de la revolución rusa, desde su comienzo en marzo hasta la sublevación de octubre, corresponde exactamente, en líneas generales, con el esquema de evolución de las grandes revoluciones inglesa y francesa; es la evolución típica de toda gran colisión primera entre las fuerzas revolucionarias, engendradas en el seno de la sociedad burguesa, y los obstáculos que la vieja sociedad les impone.  La expansión revolucionaria se mueve de modo natural en línea ascendente, moderada en un comienzo, con una radicalización de los objetivos cada vez mayor y, paralelamente, desde una coalición de clases y partidos, hasta la dominación excluyente del partido más radical.

  En el primer momento, en marzo de 1917, estaban al frente de la revolución los "cadetes" (4), es decir, la burguesía liberal. La primera oleada de la marea revolucionaria se llevó todo por delante; la cuarta Duma (5), el producto más reaccionario del más reaccionario derecho de sufragio en cuarto grado que surgió en el golpe de estado, se convirtió de repente en un órgano de la revolución.  Todos los partidos burgueses, incluidas las derechas nacionalistas, constituyeron de pronto una falange en contra del absolutismo, el cual se derrumbó en el primer asalto, casi sin resistencia, como un fruto seco, que cae con el solo contacto.  Hasta el intento efímero de la burguesía liberal de salvar al menos la dinastía y el trono, naufragó en pocas horas (6).  La rapidez del proceso hizo que Rusia salvara en días y horas trechos para los que Francia había necesitado decenios. Y esto prueba que en Rusia se configuran los resultados de un siglo de desarrollo europeo y, sobre todo, que la revolución del año 1917 es la continuación directa de la de 1905-1907 y no un regalo de los "libertadores" alemanes.  En marzo de 1917 el movimiento volvía a enlazar en el lugar preciso en que su obra se había interrumpido diez años antes. La república democrática era un producto acabado e internamente maduro ya en las primeras jornadas de la revolución.

  Comenzaba así la segunda y más difícil tarea.  La masa del proletariado urbano había sido, desde el primer momento, la fuerza motriz de la revolución, pero sus reivindicaciones no se limitaban a exigir la democracia política, sino que alcanzaban la cuestión candente de la política internacional, esto es, la paz inmediata. Al propio tiempo, la revolución se extiende entre las masas de soldados, que plantean la misma reivindicación de paz inmediata, alcanzando asimismo a las masas de campesinos que ya en 1905 habían situado en primer término de sus exigencias la cuestión agraria, piedra de toque de la revolución.  En estos dos objetivos de paz inmediata y tierra se da la escisión interna de la falange revolucionaria. La reivindicación de la paz inmediata se hallaba en contradicción manifiesta con la tendencia imperialista. de la burguesía liberal, cuyo portavoz era Miliukov (7); la cuestión agraria, a su vez, era la bestia negra para el otro sector de la burguesía, la nobleza terrateniente, al tiempo que, como atentado general al principio sagrado de la propiedad privada, daba en el punto neurálgico de toda clase burguesa.

  Al día siguiente de la primera victoria de la revolución, por tanto, comenzó una lucha interna en su seno, en tomo a los dos puntos esenciales: paz y cuestión agraria. La burguesía liberal comenzó a aplicar una táctica de obstrucciones y subterfugios, mientras que las masas obreras, el ejército y el campesinado, cada vez presionaban más impetuosamente. No hay duda de que la fortuna de la democracia política de la república iba también unida a la cuestión de la paz y de la tierra.  Las clases burguesas, superadas por la primera oleada de la revolución, se habían dejado arrastrar hasta la aceptación de la forma republicana de Estado; pero comenzaron de inmediato a buscar puntos de apoyo mirando hacia atrás y a organizar la contrarrevolución en silencio.  La campaña de los cosacos de Kaledin (8) contra Petersburgo puso esta tendencia claramente de manifiesto.  Si este ataque hubiera sido coronado por el éxito, ello hubiera sellado el destino, no solamente de la cuestión de la paz y del campo, sino también las de la democracia y la república. Las consecuencias inevitables hubieran sido una dictadura militar que ejercería el terror contra el proletariado y, luego, una vuelta a la monarquía.

  Aquí es donde puede advertirse el carácter utópico y esencialmente reaccionario de la táctica que adoptaron los mencheviques, esto es, los socialistas rusos de la tendencia de Kautsky.  Atrapados en la ficción del carácter burgués de la revolución rusa -ya que, por supuesto, Rusia todavía no está madura para la revolución social- se aferraban desesperadamente a la coalición con los liberales burgueses, esto es, a la idea de la unión forzada de aquellos elementos que, debido a la marcha natural del desarrollo revolucionario, se habían dividido y se encontraban en profunda oposición mutua.  Los Axelrod y los Dan trataban de cooperar a toda costa con aquellos partidos y clases que suponían el mayor peligro para la revolución y para su primera conquista, la democracia.

  Es realmente asombroso cómo, durante los cuatro años de la guerra, una persona tan diligente como Kautsky, escritor incansable, paciente y metódico, ha ido abriendo agujeros teóricos en el socialismo hasta dejarlo como un colador, sin un trozo sano.  La indiferencia acrítica con que sus seguidores contemplan este trabajo eficaz de su teórico oficial y engullen sin pestañear sus descubrimientos siempre nuevos, sólo encuentra parangón con la indeferencia con que los seguidores de Scheidemann y cía. contemplan cómo éstos destruyen el socialismo en la práctica.  Por lo demás, ambos trabajos se complementan a la perfección y, en realidad, desde el comienzo de la guerra, Kautsky, sumo sacerdote del marxismo, formula en teoría lo que Scheidemann hace en la práctica: 1º) la internacional, convertida en un instrumento de la paz; 2º) desarme, liga de naciones y nacionalismo; 3º) democracia y no socialismo (9).


[ 3. Los méritos de la táctica bolchevique ]

  En tal situación corresponde a los bolcheviques el mérito histórico de haber proclamado desde el principio y defendido con tenacidad férrea la única táctica que podía salvar a la democracia e llevar adelante la revolución.  Todo el poder exclusivamente en manos de las masas de obreros y campesinos, en manos de los soviets era, de hecho, la única salida a las dificultades en que se hallaba la revolución, era el tajo decisivo que permitiría cortar el nudo gordiano y ayudaría a sacar a la revolución del callejón sin salida, abriendo ante ella la perspectiva amplia de una expansión posterior sin límites.

  El partido de Lenin era, por tanto, el único en Rusia que comprendía los intereses auténticos de la revolución en aquel primer período; era el elemento impulsor de la misma por ser el único partido que aplicaba una política verdaderamente socialista.

  Así se explica también que los bolcheviques, una minoría proscrita, calumniada y acosada por todos lados al principio de la revolución, pasaran en un tiempo mínimo a dirigirla concentrando bajo sus banderas a todas las genuinas masas populares: el proletariado urbano, el ejército, el campesinado, así como los elementos revolucionarios de la democracia, el ala izquierda de los socialistas revolucionarios.

  La situación real de la revolución rusa quedó determinada, luego de algunos meses en la disyuntiva: victoria de la contrarrevolución o dictadura del proletariado, Kaledin o Lenin.  Tal era la situación objetiva, que se da en toda revolución una vez que se ha disipado el entusiasmo originario, que también se manifestó en Rusia en razón de las cuestiones concretas y esenciales de la paz y la tierra y para las cuales no había solución posible en el marco de la revolución burguesa.

  La revolución rusa no ha hecho aquí más que confirmar la enseñanza fundamental de toda gran revolución, cuya ley vital es que, o avanza de modo rápido y decisivo, destruyendo los obstáculos con puño de hierro y fijándose de continuo objetivos más ambiciosos, o la contrarrevolución la aplasta de inmediato, haciéndola retroceder a una situación débil, anterior a su punto de origen.  La revolución no puede inmovilizarse, dar vueltas en tomo al mismo punto, ni tampoco resignarse con el primer objetivo que haya alcanzado. Y quien pretenda aplicar las trivialidades de las batallas parlamentarias entre ranas y ratones al campo de la táctica revolucionaria prueba con esto que la psicología e, incluso, la ley vital de la revolución le resultan tan ajenas y tan llenas de misterios como la propia experiencia histórica.

  Tomemos el ejemplo de la revolución inglesa desde su comienzo en 1642.  La propia lógica de las cosas, las debilidades vacilantes de los presbiterianos, la guerra titubeante contra el ejército realista, en la cual los jefes presbiterianos evitaron a propósito una batalla decisiva y, con ella, una victoria sobre Carlos I, todo ello convirtió en una necesidad inevitable que los independientes expulsaran del parlamento a los presbiterianos y tomasen el poder.  A su vez, dentro del ejército independiente, la masa inferior de soldados pequeñoburgueses, los "niveladores" de Lilburne (10), representaban la fuerza motriz de todo el movimiento independiente.  Finalmente, los elementos proletarios de la masa de los soldados, los revolucionarios más avanzados, que se organizaban en el movimiento de los "diggers" (11), constituían, a su vez, el fermento del partido demócrata de los "niveladores".

  De no haberse dado la influencia espiritual de los elementos proletarios revolucionarios sobre la masa de los soldados y de no haberse ejercido presión por parte de la masa democrática de soldados sobre las clases burguesas superiores del partido independiente (12), nunca se hubiera llegado a la "limpieza" de presbiterianos en el parlamento largo o a la victoria final en la guerra contra el ejército de la nobleza y en la guerra contra los escoceses, y tampoco se hubiera llegado al proceso y ejecución de Carlos I, a la abolición de la cámara de los lores y a la proclamación de la república.

   ¿Qué sucedió en la gran revolución francesa?  Luego de la lucha de cuatro años pudo verse que la toma del poder por los jacobinos era el único medio de salvar las conquistas de la revolución, implantar la república, destruir el feudalismo, organizar la defensa interna y externa de la revolución, aplastar la conspiración contrarrevolucionaria y hacer que la onda revolucionaria que partía de Francia se extendiera por toda Europa.

  Kautsky y sus cofrades rusos, que quisieran preservar el "carácter burgués" de la primera etapa de la revolución rusa, son la reproducción exacta de aquellos liberales alemanes e ingleses del siglo pasado que distinguían los famosos dos períodos en la gran revolución francesa: la revolución "buena" del primer período girondino y la revolución "mala", a partir del golpe de Estado jacobino.  La superficialidad de la concepción liberal de la historia no atina a comprender, por supuesto, que sin el golpe de Estado de los "descomedidos" jacobinos las primeras y tímidas semiconquistas de la fase girondina quedarían sepultadas de inmediato bajo las ruinas de la revolución, que la alternativa real a la dictadura jacobina, como se presentaba en las circunstancias históricas de 1793, no era la democracia "comedida", sino la restauración de los Borbones.  La "tercera vía áurea" no puede mantenerse en ninguna revolución, ya que la ley natural de ésta exige una decisión rápida: o la locomotora asciende la pendiente histórica a todo vapor, hasta alcanzar la cúspide, o la fuerza de la gravedad la arrastrará a contramarcha hasta el fondo del que partió, haciendo caer con ella a un abismo sin salvación a todos los que pretendieron detenerla a mitad del camino con sus escasas fuerzas.

  Así se explica que en cada revolución, el único partido que consigue hacerse con la dirección y con el poder es el que sabe dar la consigna más avanzada y extraer de ello todas las consecuencias.  Así se explica, también, la parte lamentable que ha correspondido a los mencheviques rusos, los Dan, Zeretelli (13), etc., quienes tuvieron, en un principio, una influencia enorme sobre las masas, pero luego de prolongadas vacilaciones y de haberse resistido con uñas y dientes a ocupar el poder y hacerse cargo de sus responsabilidades, han desaparecido de la escena sin pena ni gloria.

    El partido de Lenin fue el único que comprendió el mandamiento y el deber de un partido auténticamente revolucionario, el único que aseguró el avance de la revolución gracias a la consigna: todo el poder al proletariado y al campesinado.
 
  De esta forma han conseguido resolver los bolcheviques la cuestión famosa de la "mayoría del pueblo", que atormenta como una pesadilla a los socialdemócratas alemanes. Discípulos fervientes del cretinismo parlamentario, se limitan a aplicar a la revolución las trivialidades de su casa cuna parlamentaria: si se quiere conseguir algo, hay que tener primero la mayoría.  Lo mismo sucede con la revolución: primero tenemos que ser una "mayoría".  Sin embargo, la verdadera dialéctica de la revolución invierte el sentido de esa banalidad parlamentaria: no es la mayoría la que lleva a la táctica revolucionaria, sino la táctica revolucionaria la que lleva a la mayoría.  Únicamente un partido que sabe dirigir, o sea, impulsar hacia adelante, se gana a los seguidores en su avance.  La decisión con que Lenin y sus camaradas han dado en el momento preciso la única consigna progresiva de todo el poder al proletariado y a los campesinos, han hecho que, casi de la noche a la mañana, su partido pase de ser una minoría perseguida, calumniada e ilegal, cuyo dirigente, como Marat, tenía que esconderse en los sótanos, a convertirse en el amo absoluto de la situación.

  Los bolcheviques se han apresurado, asimismo, a formular como objetivo de su toma del poder, el programa revolucionario más completo y de mayor trascendencia, es decir, no el afianzamiento de la democracia burguesa, sino la dictadura del proletariado a fin de realizar el socialismo.  Así se han ganado el mérito histórico imperecedero de haber proclamado por primera vez los objetivos finales del socialismo como programa inmediato de la política práctica.

  Lenin, Trotski y sus camaradas han demostrado que tienen todo el valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionarias que quepa pedir a un partido a la hora histórica de la verdad.  Los bolcheviques han mostrado poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios que han caracterizado a la socialdemocracia europea; su sublevación de octubre no ha sido solamente una salvación real de la revolución rusa, sino que ha sido, también, la salvación del honor del socialismo internacional.



III

[ 4. La cuestión de la tierra ]

  Los bolcheviques son los herederos históricos de los niveladores ingleses y de los jacobinos franceses; pero la tarea concreta que les ha correspondido, luego de la conquista del poder en la revolución rusa, ha sido incomparablemente más difícil que la de sus predecesores históricos. (Piénsese en la importancia de la cuestión agraria; ya en 1905; y, luego, en la 3ª Duma (14), los campesinos de derechas; cuestión campesina y defensa; el ejército.) No hay duda de que la consigna de ocupación y reparto inmediato de las tierras entre los campesinos era la fórmula más corta, más simple y más eficaz para conseguir dos cosas: destruir el latifundismo y ganar el apoyo inmediato de los campesinos para el gobierno revolucionario. Como medida política para fortalecer el gobierno proletario-socialista, ésta era una táctica excelente; por desgracia, tenía un anverso y un reverso, y el reverso consistía en que la ocupación inmediata de tierras por parte de los campesinos, por lo general, no tiene nada que ver con la economía socialista.

  La transformación socialista de las relaciones económicas, aplicada a las agrarias, implica dos principios:

  En primer lugar, la nacionalización de los latifundios, única que puede conseguir la concentración técnica progresiva de los medios y métodos agrarios de producción que, a su vez, ha de servir como base del modo de producción socialista en el campo.  Si bien es cierto que no es preciso confiscar su parcela al pequeño campesino y que se puede dejar a su libre albedrío la decisión de aumentar su beneficio económico, primeramente mediante la asociación libre en régimen de cooperativa y, luego, mediante su integración en un conjunto social de empresa, también lo es que toda reforma económica socialista en el campo tiene que empezar con la propiedad rural grande y mediana; tiene que transferir el derecho de propiedad a la Nación o, si se quiere, lo que es lo mismo, tratándose de un gobierno socialista, al Estado, puesto que solamente esta medida garantiza la posibilidad de organizar la producción agrícola según criterios socialistas, amplios e interrelacionados.

  En segundo lugar, el presupuesto de esta transformación, sin embargo, es la supresión de la separación entre la agricultura y la industria, rasgo característico de la sociedad burguesa, para sustituirla por una interpenetración mutua y una fusión de ambas, así como un perfeccionamiento tanto de la producción agrícola como de la industrial.  Como quiera que se organice el cultivo práctico -a través de comunas urbanas, como proponen unos, o de una central nacional-, en todo caso la condición previa es una reforma organizada unitariamente y dirigida centralmente que, a su vez, tiene como presupuesto la nacionalización de la tierra.  Nacionalización de la propiedad agrícola grande y mediana y unificación de la industria y la agricultura son los dos criterios fundamentales de toda reforma económica socialista, sin los cuales no se puede dar el socialismo.

  ¿Quién puede reprochar al gobierno soviético de Rusia que no haya realizado reformas tan vastas?  Sería una broma pesada pedir a Lenin y sus camaradas, o esperar de ellos que, en el lapso breve de su gobierno, en medio del torbellino impetuoso de las luchas internas y externas, acosados por enemigos y obstáculos innumerables, que, en estas circunstancias, resuelvan, o traten de hacerlo, una de las tareas más difíciles, incluso cabe decir, la tarea más difícil de la transformación socialista.  También nosotros, en Occidente, una vez que hayamos llegado al poder y en condiciones más favorables, hemos de quebramos más de un diente al roer ese hueso antes de que hayamos superado las más simples de las mil dificultades que presenta esa tarea ciclópea.

  Una vez en el poder, el gobierno socialista está obligado a tomar medidas orientadas en el sentido de aquellos presupuestos fundamentales de toda reforma socialista posterior de las relaciones de producción en el campo o, por lo menos, tiene que evitar todo lo que bloquee su camino hacia tales medidas.

  En este sentido, la consigna de ocupación y reparto inmediato de las tierras entre los campesinos, lanzada por los bolcheviques, tenía que conseguir el resultado contrario.  Esta consigna no solamente no es una medida socialista, sino que es su opuesto, y levanta dificultades insuperables ante el objetivo de transformar las relaciones agrarias en un sentido socialista.

  La ocupación de las fincas por los campesinos, provocada por la consigna escueta y lapidaria de Lenin y sus amigos de "¡Id y apropiaos de la tierra!", condujo únicamente a una conversión caótica de los latifundios en propiedad campesina; lo que se consiguió no fue la propiedad social, sino nueva propiedad privada y, además, despedazamiento de las grandes posesiones en propiedades pequeñas y medianas; conversión de la gran explotación relativamente avanzada en la pequeña explotación primitiva que, desde el punto de vista técnico, funciona con los medios de los tiempos faraónicos. Es más, a causa de esta medida y de la forma caótica y puramente arbitraria de su aplicación, no se han eliminado las diferencias de propiedad en el campo, sino que, por el contrario, se han agudizado. Por más que los bolcheviques exhortaron al campesinado a constituir comités de campesinos, con el fin de que la expropiación de las tierras señoriales resultara en una especie de colectivización, lo cierto es que con esta invitación general no consiguió transformar nada en la práctica real y en las relaciones reales de poder en el campo. Con o sin comités no hay duda de que los beneficiarios principales de la revolución agraria han sido los campesinos ricos y los usureros, que constituían la burguesía aldeana y que ostentaban el verdadero poder local en cada aldea rusa. 

  Hoy es ya del dominio común que el resultado de la división de la tierra no ha sido eliminar la desigualdad económica y social entre los campesinos, sino agudizarla, de forma que las contradicciones de clase han aumentado.  Este desplazamiento del poder, sin embargo, se ha producido en perjuicio de los intereses proletarios y socialistas.  Anteriormente, una reforma socialista del campo hubiera tenido que enfrentarse, todo lo más, a una pequeña casta de latifundistas nobles y capitalistas, así como a una minoría reducida de burgueses aldeanos ricos, cuya expropiación por medio de las masas populares revolucionarias es un juego de niños.  Hoy día, después de la ocupación de las tierras, cualquier intento de nacionalización socialista de la agricultura se enfrenta con la oposición de una masa muy crecida y muy fuerte de campesinos propietarios, que defenderá con uñas y dientes su propiedad recién adquirida contra todo atentado socialista.  Hoy día, la cuestión de la socialización futura de la agricultura, esto es, de la producción en general en Rusia, se ha convertido en la cuestión del enfrentamiento y la lucha entre el proletariado y la masa del campesinado.

  La medida de la agudización de esta contradicción viene dada por el boicot de los campesinos a las ciudades, a las que privan de provisiones, a fin de hacer negocios usurarios, exactamente igual que los junkers prusianos.  El pequeño propietario campesino francés se convirtió en el más decidido defensor de la gran revolución francesa, que le había entregado las tierras confiscadas a los emigrantes y, como soldado de Napoleón, llevó a la victoria el estandarte francés, atravesó toda Europa y destruyó el feudalismo en un país tras otro.  Lenin y sus amigos esperaban, seguramente, una reacción similar a sus consignas agrarias: una vez que el campesino ruso se apropió por iniciativa propia de la tierra, no ha pensado ni en sueños en defender a Rusia y a la revolución, a la que tiene que agradecer la tierra, sino que se encastilla en su propiedad y abandona la revolución en manos de sus enemigos, el Estado a la destrucción y la población urbana al hambre.

  Discurso de Lenin sobre la necesidad de la centralización en la industria, de la nacionalización de los bancos, del comercio y de la industria (15); ¿y por qué no de la tierra?  Aquí, al revés, descentralización y propiedad privada.

  Antes de la revolución, el programa agrario de Lenin era distinto.  La consigna proviene de los socialistas-revolucionarios tan difamados o, mejor dicho, del movimiento espontáneo del campesinado.

  A fin de introducir algunos fundamentos socialistas en las relaciones agrarias, el gobierno soviético trató entonces de crear comunas agrarias compuestas por proletarios, principalmente elementos urbanos y parados (16).  De antemano puede decirse que los resultados de tales esfuerzos tenían que ser mínimos en comparación con la magnitud de las relaciones agrarias y que no se podían tener en cuenta para una comprensión del problema. (Una vez que se ha despedazado el latifundio, punto inicial más adecuado para la economía socialista, en explotaciones pequeñas, se intenta crear explotaciones comunistas modelos a partir de las parcelas pequeñas.) En las circunstancias actuales esas comunas tan sólo tienen el valor de un experimento y no el de una reforma social amplia.  Un monopolio de cereales con cuota.  Ahora quieren llevar la lucha de clases post festum a las aldeas (17).

  La reforma agraria leninista ha convertido en enemigo del socialismo a un sector nuevo y poderoso del pueblo en el campo, cuya resistencia será más peligrosa y más tenaz que la de la nobleza terrateniente.
 
  
[ 5. La cuestión de las nacionalidades ]
 
  Los bolcheviques son parcialmente culpables del hecho de que la derrota militar se haya traducido en el hundimiento y la disgregación de Rusia.  Son los propios bolcheviques los que, en gran medida, han agudizado estas dificultades objetivas al propugnar una consigna que han situado en el primer plano de su política: el llamado derecho a la autodeterminación de las naciones (18), o lo que en realidad se escondía detrás de esa frase: la desintegración estatal de Rusia.  La fórmula del derecho de las diversas nacionalidades del imperio ruso a determinar con autonomía sus destinos, "incluida la separación estatal de Rusia", siempre proclamada con tozudez doctrinario, constituyó un grito de guerra especial de Lenin y de sus camaradas, durante su oposición al imperialismo de Miliukov y de Kerenski (19), fue el eje de su política interior después del golpe de estado de octubre y supuso toda la plataforma negociadora de los bolcheviques en Brest-Litovsk (20), la única arma que tenían para oponer a la posición de fuerza del imperialismo alemán.

  Lo más chocante de la tozudez y determinación inflexible con que Lenin y sus camaradas se aferraron a esta consigna es el hecho de que se encuentra en manifiesta contradicción con el centralismo claro del resto de su política y con la actitud que han tomado con respecto a los otros principios democráticos.  Mientras que, por un lado, han evidenciado un menosprecio frío frente a la asamblea constituyente, el sufragio universal, la libertad de prensa y de reunión, es decir, frente al conjunto de libertades democráticas fundamentales de las masas populares que, en principio, constituyen el "derecho de autodeterminación" en la propia Rusia, por otro tratan el derecho a la autodeterminación de las naciones como el aspecto más preciado de la política democrática, en beneficio del cual deben pasar a segundo plano los criterios de una política real. Mientras que, por un lado, no se dejan impresionar en absoluto por la votación popular para la asamblea constituyente en Rusia, una votación popular sobre la base del sufragio más democrático del mundo y en la libertad plena de una república popular, y con consideraciones muy sobrias y críticas declaran nulos sus resultados, por otro lado luchan en Brest por el plebiscito nacional de las nacionalidades de Rusia para determinar su pertenencia estatal, como si fuera un auténtico paladín de toda libertad y toda democracia, quintaesencia pura de la voluntad popular e instancia decisoria suprema en materia de los destinos políticos de las naciones.

  La contradicción aquí manifiesta es tanto más incomprensible cuanto que, como veremos más adelante, todo lo relativo a las formas democráticas de la vida política en cada país constituye, efectivamente, una base valiosa e imprescindible de la política socialista, mientras que el famoso "derecho de autodeterminación de las naciones" no es otra cosa que fraseología huera y patrañas pequeñoburguesas.

  En efecto, ¿qué significa este derecho?  Es una verdad elemental de la política socialista el hecho de que, así como ésta lucha contra todo tipo de opresión, también lo hace contra la opresión de una nación por otra.  Si, a pesar de todo esto, unos políticos generalmente tan lúcidos y críticos como Lenin y Trotski, así como sus amigos, que sólo han manifestado indiferencia irónica frente a todo tipo fraseología utópica, como desarme, sociedad de naciones, etc., utilizan a su vez una frase huera de la misma categoría en calidad de caballo de batalla, ello sólo puede deberse a algún tipo de política oportunista. 

  Evidentemente, Lenin y sus camaradas calcularon que no había método más seguro para atraer a la causa de la revolución, a la causa del proletariado socialista a las muchas nacionalidades del imperio ruso, que concederles la libertad más ilimitada para disponer sobre sus propios destinos, en nombre de la revolución y del socialismo.  Era ésta una medida similar a la adoptada por los bolcheviques con relación a los campesinos rusos, cuya hambre de tierra había de satisfacerse con la consigna de expropiación directa de la tierra de la nobleza y que, a continuación, vendrían a ponerse del lado de la revolución y del gobierno proletario.  En ambos casos, desgraciadamente, el cálculo resultó falso.  Mientras Lenin y sus camaradas creían, con toda evidencia, que, en su calidad de defensores de la libertad nacional "hasta la separación estatal", harían de Finlandia, Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos y los del Caucaso, otros tantos aliados fieles de la revolución rusa, todos pudimos presenciar el espectáculo inverso: una tras otra, estas "naciones" utilizaron su libertad, recién regalada, para declararse enemigas mortales de la revolución rusa y aliarse contra ella con el imperialismo alemán y, bajo su protección, llevar a territorio ruso la bandera de la contrarrevolución.  Una muestra de ello es el entreacto con Ucrania (21) en Brest, que supuso un cambio decisivo de las negociaciones, así como de las actitudes de política interior y política exterior de los bolcheviques. El comportamiento de Finlandia, Polonia, Lituania, los países bálticos y las naciones del Cáucaso, muestran del modo más convincente que no se trata aquí de una excepción casual, sino de una manifestación característica.

  Por supuesto, en todos estos casos no son realmente las "naciones" las que practican esa política reaccionaria, sino únicamente las clases burguesas y pequeñoburguesas que, en oposición agudísima a las masas proletarias propias, deforman el "derecho a la autodeterminación nacional", convirtiéndolo en un instrumento de su política contrarrevolucionaria de clase.  Pero -y aquí llegamos precisamente al meollo de la cuestión- en esto reside precisamente el carácter utópico-pequeñoburgués de esta frase nacionalista, es decir, en que en la cruda realidad de la sociedad de clases, especialmente en los momentos de las contradicciones más agudas, se convierte simplemente en un medio de la dominación
burguesa de clase.  A costa. de los mayores perjuicios para la revolución propia y para la mundial han tenido que aprender los bolcheviques que, bajo la dominación del capitalismo, no hay autodeterminación nacional ninguna, que en toda sociedad de clases, cada clase trata de "determinar" la nación a su modo y que para las clases burguesas los criterios de la libertad nacional se supeditan a los de la dominación de clase. La burguesía finesa coincide por completo con la pequeña burguesía ucraniana en preferir la tiranía alemana a la libertad nacional si ésta va acompañada de los peligros del "bolchevismo".

  La esperanza de transformar en sus contrarias estas relaciones reales de clase a través de "plebiscitos nacionales", que fueron el tema del día en Brest, esperando que la masa revolucionaria popular concediera un voto mayoritario a favor de la unión con la revolución rusa, era un optimismo incomprensible, si es que Lenin y Trotski la mantenían seriamente, y un juego peligroso con fuego si no pasaba de ser una floritura táctica en el duelo con la política de poder alemana.  De haberse celebrado uno de estos famosos plebiscitos nacionales en los países periféricos, no habría sido necesaria la ocupación militar alemana para que, con toda certidumbre, los resultados hubieran sido en todas partes muy poco satisfactorios para los bolcheviques; basta para ello con el estado de ánimo de las masas campesinas y de sectores aún importantes del proletariado, con la tendencia reaccionaria de la pequeña burguesía y los mil medios de que dispone la burguesía para influir en la votación.  En lo relativo a estos plebiscitos sobre la cuestión nacional, podemos formular una regla absoluta: allí donde las clases dominantes no están interesadas en plebiscito alguno, saben evitarlo, y si llegara a celebrarse, sabrían influir en sus resultados por todos los medios a su alcance para impedir que, por la vía del plebiscito, pueda llegar a implantarse el socialismo.

  Al introducirse en medio de la lucha revolucionaria la cuestión de las aspiraciones nacionales y de las tendencias separatistas, al haber pasado incluso a primer plano, gracias a la paz de Brest, convertida en dogma de la política socialista y revolucionaria, se ha sembrado el mayor desconcierto en las filas del socialismo y se ha debilitado la posición del proletariado precisamente en los países periféricos.  Mientras luchó como parte de la falange revolucionaria única de Rusia, el proletariado finés conservó una posición de dominio: poseía la mayoría en el parlamento y en el ejército, había reducido por completo a la burguesía a la impotencia y era el amo de la situación en el interior.  A comienzos de siglo, cuando aún no se habían inventado ni las extravagancias del "nacionalismo ucraniano", con sus Karbowentzen (22) y sus "universales" (23), ni la ocurrencia de Lenin de una "Ucrania autónoma", la Ucrania rusa fue el baluarte del movimiento revolucionario ruso.  Ya en los años de 1902 a 1904 surgieron de aquella zona (de Rostov, de Odesa de la cuenca del Donetz) los primeros ríos de lava que convirtieron a toda la Rusia meridional en un mar ardiente, preparando así el estallido revolucionario de 1905.  Lo mismo ha sucedido en la revolución actual, en la que el proletariado del sur de Rusia ha dado las tropas más selectas de la falange proletaria.  Polonia y los países bálticos han sido los focos revolucionarios más poderosos y seguros desde 1905, correspondiendo en ellos la función primordial al proletariado socialista.

  ¿Cómo es posible que haya triunfado repentinamente la contrarrevolución en estos países?  Precisamente porque el movimiento nacionalista ha paralizado al proletariado al separarle de Rusia y lo ha entregado a la burguesía nacional en los países periféricos.  En lugar de actuar en el espíritu de la política internacional de clase, como la han defendido en otras ocasiones, esto es, en vez de procurar la fusión más compacta de las fuerzas revolucionarias en todo el territorio del imperio, en vez de defender la integridad del imperio ruso con uñas y dientes como territorio revolucionario, en lugar de oponer a todas las tendencias separatistas la homogeneidad y la indivisibilidad del proletariado de todos los países en la esfera de la revolución rusa como deber supremo de su política, los bolcheviques han proporcionado a la burguesía de todos los países periféricos el pretexto más deseado y más resplandeciente, la mejor bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias con su fraseología nacionalista rimbombante acerca del "derecho de autodeterminación, incluida la separación estatal".  En lugar de prevenir a los proletarios para que vean en todo separatismo un puro ardid burgués, los bolcheviques han desorientado a las masas en todos los países periféricos con sus consignas y las han entregado a la demagogia de las clases burguesas; a través de esta reivindicación nacionalista han preparado y ocasionado la propia desintegración de Rusia y, este modo, han puesto en manos del enemigo el cuchillo que éste hundiría en el corazón de la revolución rusa.

  Por supuesto, sin la ayuda del imperialismo alemán, de los "fusiles alemanes en manos alemanas", como escribía el Neue Zeit, de Kautsky, los Lubinsky (24) y demás caterva de Ucrania, los Erich y Mannerheim (25) de Finlandia, los barones bálticos, jamás hubieran podido vencer a las masas proletarias socialistas de sus países.  Pero el separatismo nacional fue el caballo de Troya de que se valieron los "camaradas" alemanes provistos de bayonetas para penetrar en cada uno de aquellos países.  Las contradicciones reales de clase y las relaciones militares de poder son las que han dado lugar a la intervención de Alemania; pero los bolcheviques son los que han proporcionado la ideología que sirvió para enmascarar esta campaña de la contrarrevolución, los que han fortalecido la posición de la burguesía han debilitado la del proletariado.  La mejor prueba de ello es Ucrania, que había de tener una influencia tan fatal en la fortuna de la revolución rusa.  A diferencia de los nacionalismos checo, polaco o finés, el ucraniano no pasaba de ser una simple extravagancia, una lechuguinada de un puñado de intelectualillos pequeñoburgueses, sin el menor arraigo en las condiciones económicas, políticas o espirituales del país, sin ninguna tradición histórica (ya que Ucrania jamás llegó a constituir una nación o un Estado) y sin ninguna cultura nacional, excepción hecha de los poemas romántico-reaccionarios de Schewtschenko.  Es algo así como si las gentes del litoral quisieran un buen día fundar una nueva nación y Estado bajoalemanes, basándose en Fritz Reuter.  Tal es la bufonada irrisoria de un puñado de profesores y estudiantes que Lenin y sus camaradas hinchan artificialmente por medio de la agitación doctrinaria con el "derecho de autodeterminación, incluida etc.", hasta convertirla en un factor político; conceden importancia a la bufonada originaria hasta que ésta acaba cruentamente, es decir, no en un movimiento nacionalista de verdad, para el que jamás hubo posibilidades, sino en pantalla y banderín de enganche de la contrarrevolución.  Este fue el huevo del que salieron en Brest las bayonetas alemanas.

  Estas consignas han tenido a veces, en la historia de las luchas de clases, una gran importancia.  La mala suerte ha querido que en la guerra mundial fuera el socialismo el que tuviese que proporcionar los pretextos ideológicos de la política contrarrevolucionaria.  Apenas comenzada la guerra, la socialdemocracia alemana se apresuró a embellecer la campaña de rapiña del imperialismo alemán con un disfraz ideológico, sacado del trastero del marxismo, declarando que se trataba de la campaña de liberación contra el zarismo ruso, tan anhelada por nuestros viejos maestros.  En las antípodas de los socialistas gubernamentales, a los bolcheviques les estaba reservado llevar el agua al molino de la contrarrevolución con su consigna de la autodeterminación de las naciones, con lo cual no solamente suministraban la ideología para el estrangulamiento de la revolución rusa, sino, también, para la liquidación de toda la guerra mundial ya planeada por la contrarrevolución.  Es imprescindible examinar en detalle la política de los bolcheviques con respecto a esta cuestión.  El "derecho de autodeterminación de las naciones", combinado con la Sociedad de Naciones y el desarme por la gracia de Wilson (26), constituyen el grito de guerra que ha de presidir el enfrentamiento próximo entre el socialismo internacional y el mundo burgués.  Es evidente que la consigna de la autodeterminación y todo el movimiento nacionalista que, en la actualidad, constituye el peligro mayor para el socialismo internacional, se han visto fortalecidos precisamente a consecuencia de la revolución rusa y de las negociaciones de Brest.  Aún hemos de ocuparnos posteriormente de esta plataforma.  El efecto trágico en la revolución rusa que ha tenido esta fraseología, entre cuyos espinos quedaron atrapados y desgarrados los bolcheviques, tendrá que servir de ejemplo y aviso al proletariado internacional.

  Y después de todo esto vino la dictadura de Alemania.  De la paz de Brest, al "tratado adicional".  Las doscientas víctimas expiatorias de Moscú (27).  De estas circunstancias se derivó el terror y la supresión de la democracia.



IV

[ 6. La asamblea constituyente ]

  Vamos a comprobar esto con más detalle a la luz de algunos ejemplos.

  La conocida disolución de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917 tiene una importancia esencial en el contexto de la política de los bolcheviques; esta medida determinó su situación posterior y, en cierto sentido, constituyó el punto crítico de su táctica (28). Es un hecho innegable que, hasta la victoria de octubre, Lenin y sus camaradas estuvieron exigiendo, con toda intransigencia, la convocatoria de una asamblea constituyente y que, precisamente la política dilatoria del gobierno de Kerenski en este aspecto, daba pie a las acusaciones de los bolcheviques, formuladas con los improperios más vehementes.  En su interesante obrita, De la revolución de octubre hasta el tratado de paz de Brest (29), Trotski llega a decir que la rebelión de octubre había sido precisamente "una salvación para la constituyente" y para la revolución en general.  "Y cuando nosotros decíamos -continúa- que el camino hacia la asamblea constituyente no pasaba por el pre-parlamento de Zeretelli, sino por la conquista del poder por los soviets, teníamos toda la razón."

  Sin embargo, después de todas estas declaraciones, el primer paso de Lenin, luego de la revolución de octubre, resulta ser el desmembramiento de esa misma asamblea constituyente que había de traer la propia revolución. ¿Qué razones pueden aducirse para explicar un cambio tan desconcertante?  En el escrito mencionado, Trotski las explica minuciosamente; permítasenos reproducir aquí sus argumentos:

  "Los meses anteriores a la revolución de octubre fueron una época de radicalización de izquierda de las masas y de gran afluencia de los trabajadores, los soldados y los campesinos al campo de los bolcheviques.  Dentro del partido de los socialistas revolucionarios, este proceso se manifestó en el fortalecimiento del ala izquierda a costa del ala derecha.  Sin embargo, en las listas electorales de los socialrevolucionarios seguía predominando, en una proporción de tres cuartos, el ala derecha.

  A ello hay que añadir el hecho de que las elecciones se celebraron en las primeras semanas, a continuación de la revolución de octubre.  La noticia del cambio que se había producido se extendió de modo relativamente lento en círculos concéntricos, de la capital hacia las provincias y desde las ciudades hacia las aldeas.  En muchos lugares las masas campesinas no sabían lo que estaba sucediendo en Moscú y Petrogrado; votaron por «tierra y libertad»' y por sus representantes en los comités campesinos que, en la mayoría de los casos, eran seguidores de los «narodniki» (30).  Con ello, sin embargo, estaban votando por Kerenski y Avxentiev (31), que habían disuelto dichos comités y hecho detener a sus miembros...  Esta situación permite hacerse una idea clara de en qué medida la Constituyente se había quedado retrasada con relación a la lucha política y a los grupos de los partidos."

  Todo esto es perfecto y muy convincente.  Tan sólo resulta sorprendente que personas tan inteligentes como Lenin y Trotski no hayan dado con la conclusión inmediata que se deriva de los hechos citados.  Si la Asamblea Constituyente ya estaba elegida mucho antes del punto crítico, de la rebelión de octubre, y en su composición reflejaba la imagen de un pasado superado y no de la nueva situación, la conclusión evidente era liquidar esa asamblea caduca, no nata, y convocar sin tardanza nuevas elecciones para la Constituyente. Los bolcheviques no querían y no debían encomendar el futuro de la revolución a una asamblea que reflejaba la Rusia de ayer, el periodo de las debilidades y de la coalición con la burguesía; perfecto, lo único que había que hacer era convocar de inmediato otra asamblea que representase a la Rusia más avanzada y renovada.

  En lugar de llegar a esta conclusión, Trotski se centra en las deficiencias especificas de la Asamblea Constituyente reunida en octubre y llega a generalizar acerca de la inutilidad de toda representación popular surgida del sufragio universal durante el período de la revolución.

  "Es en la lucha abierta e inmediata por el poder de gobierno donde, en el plazo más breve, las masas trabajadoras amontonan la mayor cantidad de experiencia política y ascienden con la máxima rapidez en su desarrollo, de escalón en escalón.  El mecanismo pesado de las instituciones democráticas es tanto más lento con respecto a este desarrollo cuanto mayor es el país y más incompleto su aparato técnico" (Trotski, pág. 93).

  Aquí aparece ya el "mecanismo de las instituciones democráticas".  Frente a él debe comenzar por señalarse que, en esta valoración de las instituciones representativas, se manifiesta una concepción esquemática y rígida que viene a contradecir la experiencia histórica de todas las épocas revolucionarias.  Según la teoría de Trotski, toda asamblea electa refleja de una vez por todas las mentalidad, la madurez política y el estado de ánimo del cuerpo electoral en el momento de la elección.  Según esto, la asamblea democrática es siempre el reflejo de las masas al día de la elección, igual que el firmamento de Herschel nos muestra siempre los cuerpos celestes, no como son cuando miramos hacia ellos, sino como eran en el momento de enviar sus mensajes de luz a la tierra desde distancias inconmensurables.  Esta teoría niega toda conexión espiritual viva entre el elector y el electorado, así como toda acción recíproca entre los dos.

  ¡Cuán contrario es esto a lo que la experiencia histórica muestra!  La experiencia histórica nos enseña que la corriente viva del sentir popular impregna las asambleas representativas, las penetra y las dirige. ¿Cómo es posible, si no, que hoy día presenciemos en todos los parlamentos europeos las piruetas más hilarantes por parte de los "representantes populares", quienes repentinamente, como imbuidos de un "espíritu" nuevo, comienzan a emplear tonos inesperados; cómo es posible que las momias más resecas hoy día se comporten de modo juvenil y que los diversos "Scheidemancillos", de repente empleen acentos revolucionarios, ahora que las fábricas, los talleres y la calle comienzan a hacer ruido?

  ¿Y precisamente en una revolución iba a ser donde esta influencia perpetuamente viva de la madurez política de las masas sobre las asambleas electas fracasara ante el es-quema rígido de los emblemas de los partidos y las listas electorales?  Precisamente al revés. Es justamente la revolución la que, con su incandescencia, crea aquella atmósfera política fina, vibrante y sensitiva, en la cual las ondas del sentimiento popular, el latido de la vida del pueblo, influyen de inmediato y de la forma más maravillosa en las instituciones representativas.  Precisamente de este modo se explican las escenas tan conocidas y llenas de efecto de los comienzos de toda revolución, cuando parlamentos reaccionarios anteriores o, por lo menos, sumamente moderados, elegidos por sufragio restringido bajo el antiguo régimen, repentinamente se convierten en portavoces heroicos de la revolución, en lugares llenos de arrebatados y radicales.  El ejemplo clásico es el ofrecido por el famoso "parlamento largo" en Inglaterra que, elegido y reunido en 1642, duró siete años y reflejó en su interior todos los cambios y desviaciones del sentimiento popular, así como la madurez política, las divisiones de clase y el avance de la revolución, desde las primeras escaramuzas humildes con la corona, dirigidas por un "presidente" que estaba de rodillas, hasta la supresión de la cámara de los lores, la ejecución de Carlos I y la proclamación de la república.

  ¿Acaso no se ha dado el mismo cambio maravilloso en los Estados Generales de Francia y en el parlamento censitario de Luis Felipe? ¿No se ha dado también -y es el último ejemplo, que tan cercano cae a Trotski- de nuevo en la cuarta Duma rusa que, elegida el año de gracia de 1909, bajo el dominio más intransigente de la contrarrevolución, repentinamente, en febrero de 1917, siente el acicate renovador de la transformación y se convierte en el origen de la revolución?

  Todo esto prueba que "el mecanismo pesado de las instituciones democráticas" posee un corrector poderoso en el movimiento vivo de las masas en la y en la presión ininterrumpida que éstas aplican.  Y cuanto más democrática sea la institución y cuanto más vivo y poderoso el pulso de la vida política de las masas, tanto más inmediato y exacto es el efecto de la acción, a pesar de los emblemas de partidos, las listas electorales envejecidas, etc.  Por supuesto, toda institución democrática tiene sus límites y sus defectos, igual que toda institución humana.  Lo que sucede es que el medicamento que han encontrado Lenin y Trotski, esto es, la supresión de la democracia, es aún peor que el mal que pretenden curar, puesto que en realidad, sepulta el manantial vivo que permite corregir todas las insuficiencias natas de las instituciones sociales, es decir, la vida política activa, libre y enérgica de las masas populares más amplias.


[ 7. La cuestión del sufragio ]

  Otro ejemplo notorio: el derecho electoral establecido por el gobierno soviético, cuya significación, en términos prácticos, no está clara (32). De la crítica de Trotski y Lenin a las instituciones democráticas se deriva que rechazan de plano las representaciones populares basadas en el sufragio universal y que pretenden apoyarse en los soviets. Siendo esto así, no está nada claro para qué se estableció derecho electoral alguno. Tampoco sabemos que ese derecho electoral se haya aplicado de ningún modo, y no se tienen noticias de que se hayan celebrado elecciones para constituir una representación popular, según lo previsto en la Constitución.  Parece más probable la suposición de que se trate de un producto teórico de la burocracia, aunque, en realidad, constituye una criatura extraña de la teoría bolchevique de la dictadura. 

  No cabe medir el derecho de sufragio, como, en general, cualquier derecho político, según cualesquiera esquemas abstractos de "justicia" y otra fraseología burguesa similar, sino según las relaciones sociales y económicas en las que ha nacido. El derecho electoral elaborado por el gobierno soviético está destinado al período de transición de la forma social burguesa-capitalista a la socialista, esto es, al período de la dictadura del proletariado.  En el sentido propio de esta dictadura, que defienden Lenin y Trotski, sólo se concede derecho de sufragio a aquellos que viven del fruto de su propio trabajo, mientras que se niega a todos los demás (33).

  Ahora bien, resulta evidente que tal derecho electoral solamente tiene sentido en una sociedad que está en situación económica de proveer a una vida cómoda y digna para todos los que quieran trabajar. ¿Sucede esto en Rusia hoy? Es claro que, debido a las dificultades increíbles con las que ha de luchar una Rusia soviética, aislada del mercado mundial e impedida de acceso a sus fuentes más importantes de materias primas; bajo las circunstancias de una desorganización general y terrible de la vida económica y de una brusca transformación de las relaciones de producción, a consecuencia del cambio en las relaciones de propiedad en el campo, en la industria y en el comercio; a consecuencia de todo ello, es claro que un número inimaginable de existencias personales han quedado desarraigadas repentinamente, descarriladas y sin ninguna posibilidad objetiva de encontrar empleo para su fuerza de trabajo en el mecanismo económico.  Esto no afecta tan sólo a la clase le los capitalistas y de los terratenientes, sino, también, a una capa amplia de la clase media y a la propia clase obrera. Es un hecho innegable que la contracción de la industria ha lanzado una avalancha masiva de proletarios urbanos al campo, que busca refugio en la agricultura.

  En estas circunstancias, un derecho electoral que tiene como presupuesto económico la obligación general de trabajar resulta una medida completamente incomprensible.  En principio, la norma trataba de privar de sus derechos políticos solamente a los explotadores; pero, mientras se desplaza masivamente la fuerza de trabajo productiva, el gobierno soviético se ve obligado, por el contrario, a traspasar en arriendo, por decirlo así, la industria nacional a los propietarios capitalistas anteriores.  De igual modo, el gobierno soviético se ve obligado a sellar un compromiso con las cooperativas burguesas de consumo.  Además, el empleo de especialistas burgueses ha resultado ser imprescindible. Otra consecuencia de mismo fenómeno es que sectores crecientes del proletariado, en su condición de guardias rojos, reciben fondos públicos a través del Estado. En realidad, la norma electoral priva de sus derechos a sectores amplios de la pequeña burguesía y del proletariado, ya que la organización económica no prevé medio alguno para hacer eficaz su obligación de trabajo.  Ello es un disparate que acaba calificando al derecho electoral como un producto de la pura fantasía, utópico y alejado de la realidad social.  Y, precisamente por esto, tampoco es un instrumento serio de la dictadura del proletariado.  La norma electoral es un anacronismo, un adelanto de la situación jurídica que se dará sobre una base socialista económica real y no en el período de transición de la dictadura del proletariado.

  Cuando, después de la revolución de octubre, toda la clase media, la intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa, boicoteó durante meses al gobierno soviético, paralizó los trenes, el correo, los transportes, la educación y el aparato administrativo y, en general se opuso de este modo al gobierno obrero, por supuesto que estaban justificados todas las medidas en contra que se tomaran: la privación de los derechos políticos, de los medios económicos de existencia, etc., con el fin de quebrar la resistencia con puño de hierro.  En ese momento era oportuna hasta la dictadura socialista, que no retrocede ante ninguna medida de poder, a fin de imponer, o evitar, ciertas medidas en interés de la colectividad.  Por el contrario, una ley electoral que implica una privación general de derechos para sectores muy amplios de la sociedad, a los que margina políticamente de esa misma sociedad, mientras que no está en situación de procurar un lugar económico para ellos en la misma, es decir, una privación de derechos, no como medida concreta para un fin concreto, sino como una regla general de eficacia permanente, tal cosa no es una necesidad derivada de la dictadura, sino una improvisación inviable.  Los soviets son la base, pero también lo son la constituyente y el derecho de sufragio universal.

  Los bolcheviques consideraban que los soviets eran reaccionarios porque la mayoría de ellos estaba compuesta de campesinos (diputados de los campesinos y de los soldados); una vez que se pusieron de su lado, sin embargo, los soviets pasaron a ser los representantes auténticos de la opinión popular.  Pero este giro repentino únicamente se debía a las cuestiones de la paz y el problema de la tierra.

  La Asamblea Constituyente y el derecho de sufragio no agotan la cuestión.  No solamente debe considerarse la abolición de las garantías democráticas mas importantes en que se basa una vida pública sana, así como la actividad política de las masas trabajadoras, sino que también debe tenerse en cuenta la supresión de la libertad de prensa, del derecho de asociación y reunión, sin los cuales todos los enemigos del gobierno soviético son libres como pájaros.  La argumentación de Trotski acerca de la lentitud de los cuerpos electorales no alcanza, ni de lejos, para justificar estas intervenciones; por el contrario, es un hecho evidente e incontrovertible que sin una prensa libre y sin obstáculos, sin una libertad ilimitada de asociación y de reunión, resulta impensable el dominio de las amplias masas populares.
 
 
[ 8. Dictadura de la clase o dictadura del partido ]
 
  Lenin dice que el Estado burgués es el instrumento para la opresión de la clase trabajadora y que el Estado socialista lo es para la opresión de la burguesía.  En cierto modo es, pues, el Estado capitalista puesto del revés.  Esta concepción simplificada olvida lo esencial: el dominio burgués de clase no precisa ninguna educación o instrucción de las masas populares, al menos más allá de ciertos límites muy determinados; para la dictadura del proletariado, en cambio, esta educación y formación son el elemento vital, sin las cuales no puede existir.

  "Es en la lucha abierta e inmediata por el poder de gobierno donde, en el plazo más breve, las masas trabajadoras amontonan la mayor cantidad de experiencia política y ascienden con la máxima rapidez en su desarrollo, de escalón en escalón." Aquí Trotski se contradice a sí mismo y a sus propios amigos en el partido.  Precisamente por ser cierto lo anterior, al suprimir la vida pública los bolcheviques han cegado la fuente de la experiencia política y la ascensión del desarrollo. O quizá haya que suponer que la experiencia y el desarrollo fueron necesarios hasta la conquista del poder por los bolcheviques, alcanzaron en ella su punto culminante y, a partir de entonces, se hicieron superfluos. (Discurso de Lenin: Rusia está madura para el socialismo (¡¡¡)).
  La realidad es justamente la inversa: las tareas gigantescas que los bolcheviques afrontaron con valor y decisión exigieron la educación política de las masas y la recolección de experiencias más intensa.

  La libertad que se concede únicamente a los partidarios del gobierno y a los miembros del partido, por numerosos que sean éstos, no es libertad.  La libertad es solamente libertad para los que piensan de otro modo.  Y no precisamente a causa del fanatismo de la "justicia", sino debido a que todo lo que hay de enriquecedor, de saludable y de purificador en la libertad política, depende de ello y su eficacia desaparece cuando la "libertad" se convierte en un privilegio.

  De ser sinceros, los bolcheviques no podrán negar que tuvieron que ir tanteando paso a paso, intentando, experimentando, probando aquí y allá, y que una buena parte de sus medidas no es ninguna joya.  Lo mismo sucederá con nosotros, cuando nos pongamos a la misma tarea, por más que no en todas partes han de reinar condiciones tan difíciles.

  La teoría de la dictadura en Lenin y Trotski parte de un presupuesto tácito, según el cual la revolución socialista es cosa que ha de hacerse mediante una receta que tiene preparada el partido de la revolución; éste no tiene más que aplicarla enérgicamente.  Por desgracia -o, quizá- por fortuna, depende de las circunstancias- esto no es cierto.  No solamente no es una serie de prescripciones prestas para la aplicación, sino que, como sistema social, económico y jurídico, la realización práctica del socialismo es algo que pertenece a las tinieblas del incierto futuro.  Lo que tenemos en nuestro programa no son sino algunos indicadores generales que muestran la dirección en que deben tomarse las medidas, siendo éstas, además, de carácter predominantemente negativo.  Sabemos, más o menos, lo que es preciso destruir de antemano a fin de allanar el camino a la economía socialista; no existe, sin embargo, programa de partido o libro de texto socialistas que nos ilustren acerca del carácter que han de tener las mil medidas concretas y prácticas, amplias o estrictas, para introducir los fundamentos socialistas en la Economía, en el Derecho y en todas las relaciones sociales. Esto no es un defecto, sino precisamente, la ventaja del socialismo científico sobre el utópico.  El sistema socialista únicamente puede ser, y será, un producto histórico, nacido de la escuela propia de la experiencia, en el momento de la plenitud del desarrollo de la historia viva que, como la naturaleza orgánica (de la que, al fin y al cabo, forma parte), tiene la bella costumbre de crear, al mismo tiempo la necesidad social real y los medios para satisfacerla, el problema y la solución. 

  Si se admite esto, es claro que el socialismo, en razón de su carácter, no se puede otorgar o implantar o por medio de un decreto; el socialismo implica como supuesto una serie de medidas de violencia, contra la propiedad, etc..  Lo negativo, lo destructivo, puede darse por decreto; no así lo constructivo, lo positivo.  Estamos aquí en tierra virgen, enfrentados a mil problemas.  Tan sólo la experiencia nos permite corregir el rumbo y trazar nuevos senderos.  Únicamente la efervescencia de una vida sin cortapisas produce mil formas e improvisaciones nuevas, alumbra la fuerza creadora y corrige todos los desatinos por sí sola.  La vida pública de los Estados con libertad limitada resulta tan mezquina, tan miserable, esquemática e infructuosa porque, al excluir la democracia, se aísla de todas las fuentes de riqueza y progreso espirituales. (La prueba, el año de 1905 y los meses de  febrero a octubre de 1917). Igual que en estos momentos hubo vida política, también debe haberla social y económica; y las masas populares por entero deben tomar parte en ella.  De otro modo el socialismo aparece decretado, otorgado desde el cenáculo de una docena de intelectuales.

  La fiscalización pública sin reservas es imprescindible; de no ser así el intercambio de experiencias no sale de los círculos cerrados de los funcionarios del nuevo gobierno y la corrupción se hace inevitable. (Palabras de Lenin, boletín informativo núm. 29.) La práctica del socialismo exige una transformación espiritual completa de las masas, degradadas por siglos de dominación burguesa de clase.  Instintos sociales en lugar de instintos egoístas, iniciativa de las masas en lugar de la desidia; el idealismo, que hace superar todos los sufrimientos, etc..  Nadie sabe esto mejor que Lenin, nadie lo expone de modo tan penetrante y lo repite de manera tan obstinada como él.  Pero Lenin se equivoca por completo en la elección de medios.  Los decretos, el poder dictatorial de los capataces en las fábricas, los castigos draconianos, el dominio del terror, todo esto no son más que paliativos.  La única posibilidad de un renacimiento reside en la escuela de la propia vida pública, en la democracia más amplia y más ilimitada, en la opinión pública. Lo único que hace el terror es desmoralizar.

  ¿Qué quedaría, en realidad, si todo esto desapareciese?  Lenin y Trotski han sustituido las instituciones representativas, surgidas del sufragio popular universal, por los soviets, como única representación auténtica de las masas trabajadoras.  Pero al sofocarse la vida política en todo el país, también la vida en los soviets tiene que resultar paralizada.  Sin sufragio universal, libertad ilimitada de prensa y de reunión y sin contraste libre de opiniones, se extingue la vida de toda institución pública, se convierte en una vida aparente, en la que la burocracia queda como único elemento activo.  Al ir entumeciéndose la vida pública, todo lo dirigen y gobiernan unas docenas de jefes del partido, dotados de una energía inagotable y un idealismo sin límites; la dirección entre ellos, en realidad, corresponde a una docena de inteligencias superiores; de vez en cuando se convoca a una asamblea a una minoría selecta de los trabajadores, para que aplauda los discursos de los dirigentes, apruebe por unanimidad las resoluciones presentadas. En definitiva, una camarilla, una dictadura, ciertamente, pero no la del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos, o sea, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del jacobinismo (recuérdese la prolongación de los plazos entre los congresos de los soviets, de tres a seis meses).  Lo que es más grave: estas circunstancias tienen que provocar una degeneración de la vida pública: atentados, fusilamiento de rehenes, etc..


[ 9. La lucha contra la corrupción ]

  Discurso de Lenin sobre la disciplina y la corrupción.

  El lumpenproletariado constituye, a su vez, un problema por derecho propio y de la mayor importancia en toda revolución, con el cual también tendremos que enfrentarnos en Alemania y en otras partes.  La condición del lumpenproletariado es inherente a la esencia de la sociedad burguesa y no solamente como un sector especial de ésta, como una escoria social que crece de modo especialmente notorio en la época del hundimiento de las bases de todo el orden social, sino como un elemento integrante del conjunto de la sociedad. 

  Las circunstancias en Alemania -más o menos, como en todos los demás Estados- han mostrado la facilidad con que degeneran todos los sectores de la sociedad burguesa. Las diferencias entre la especulación comercial, las trampas, las especulaciones, los negocios imaginarios de ocasión, la adulteración de alimentos, la estafa, la prevaricación, el hurto, el allanamiento y el atraco se hacen tan confusas que desaparecen los límites entre la honestidad burguesa y la carne de presidio.  Es éste un fenómeno igual al de la degeneración que se produce siempre en las buenas costumbres burguesas, trasplantadas a un suelo social extraño, por exigencias de las relaciones coloniales ultramarinas.  Con la desaparición de las barreras convencionales y de los cimientos de la moral y el derecho, la sociedad burguesa, cuya ley de vida es la inmoralidad suma de la explotación del hombre por el hombre, se hunde en la degeneración de modo inmediato e irrefrenable. La revolución proletaria tendrá que combatir en todas partes contra este enemigo, instrumento de la contrarrevolución.

  También en este aspecto es el terror una espada inservible e, incluso, de dos filos.  La ley marcial más terrible es inútil para contener los excesos del lumpenproletariado; es más, toda prolongación del estado de sitio conduce inevitablemente a la arbitrariedad, y toda arbitrariedad produce una degeneración de la sociedad.  Los únicos medios eficaces, al alcance de la revolución proletaria, son: medidas radicales de carácter político y social, transformación urgente de las garantías sociales de la vida de las masas, extensión del idealismo revolucionario que únicamente puede mantenerse, a la larga, por medio de la libertad política ilimitada y de la vida activa de mayor intensidad de las masas.

  De igual modo que la acción libre de los rayos del sol es el medio más eficaz, purificador  y saludable para combatir las infecciones y gérmenes patógenos, así también la revolución misma y su principio renovador, esto es, la vida espiritual, la actividad y responsabilidad de las masas que aquélla lleva consigo, es decir, la libertad política más amplia, constituyen el único sol saludable y purificador.

  También entre nosotros, y en todas partes, será inevitable la anarquía. El lumpenproletariado es inherente a la sociedad burguesa, de la cual no se puede separar.
 
  Las pruebas:

1. Prusia oriental y los saqueos de los "cosacos".

2. Oleada de atracos y robos en Alemania ("trampas", carteros y ferroviarios, policía, desaparición completa de los límites de separación entre la sociedad ordenada y el presidio).

3. La degeneración veloz de los dirigentes sindicales.
  
  Contra esto son inútiles las medidas del terror draconiano; es más, su acción es más corruptora.  El único antídoto es el idealismo y la actividad de las masas; la libertad política ilimitada. Es ésta una ley suprema y objetiva, a la que no puede sustraerse ningún partido.
 
 
[ 10. La oposición entre democracia y dictadura ]
   
  El error básico de la teoría de Lenin y Trotski es que, exactamente igual que Kautsky, contraponen la dictadura a la democracia. "Dictadura o democracia", es como plantean la cuestión tanto los bolcheviques como Kautsky; el último se pronuncia lógicamente por la democracia y, concretamente, por la democracia burguesa, a la que considera como una opción frente a la revolución socialista; Lenin y Trotski se pronuncian, en cambio, por la dictadura en oposición a la democracia, es decir, por la dictadura de un puñado de personas, por la dictadura según el modelo burgués.  Son dos polos opuestos, equidistantes de la verdadera política socialista.  Una vez conquistado el poder, el proletariado no podrá seguir el buen consejo de Kautsky y renunciar a la revolución socialista bajo pretexto de la "inmadurez del país", concentrándose únicamente en la democracia, sin traicionarse a sí mismo, a la Internacional y a la revolución.  El proletariado debe -y a ello está obligado - aplicar medidas socialistas inmediatas del modo más enérgico, inflexible y sin contemplaciones, es decir, tiene que ejercer la dictadura, pero la dictadura de la clase y no la de un partido o una camarilla; dictadura de la clase que supone la publicidad más extensa, la participación más activa y sin trabas de las masas populares, la democracia ilimitada. 

  "Los marxistas no hemos sido jamás idólatras de la democracia formal", escribe Trotski.  Cierto, no hemos sido jamás idólatras de la democracia formal; tampoco lo hemos sido nunca del socialismo o del marxismo. ¿Acaso quiere esto decir que, al igual que Cunow-Lensch-Parvus, podemos arrinconar el socialismo y el marxismo en el trastero cuando nos resultan incómodos?  Trotski y Lenin son la negación viviente de esta pregunta.  Si no hemos sido jamás idólatras de la democracia formal es porque siempre hemos distinguido un meollo social de una forma política en la democracia burguesa, siempre hemos revelado la pepita amarga de la ausencia social de igualdad y libertad, dentro de la cáscara dulce de la igualdad y la libertad formales; y no para tirarla, sino para incitar a la clase obrera a no conformarse con la cáscara, sino a conquistar el poder político y rellenarla con un contenido social nuevo.  Una vez en el poder, la tarea histórica del proletariado es sustituir a la democracia burguesa por la democracia socialista, y no abolir toda clase de democracia. La democracia socialista, sin embargo, no se puede dejar para la tierra prometida, cuando se dé la economía socialista, como un regalo de Reyes para el pueblo obediente que, entre tanto, ha sostenido fielmente al puñado de dictadores socialistas; la democracia socialista comienza a la par con la destrucción del poder de clase y la construcción del socialismo; comienza en el momento en que el partido socialista conquista el poder. La democracia socialista no es otra cosa que la dictadura del proletariado.

  ¡Pues sí, dictadura!  Pero esta dictadura no consiste en la eliminación de la democracia, sino en la forma de practicarla, esto es, en la intervención enérgica y decidida en los derechos adquiridos y en las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin la cual no cabe realizar la transformación socialista.  Pero esta dictadura tiene que ser la obra de una clase y no la de una pequeña minoría dirigente, en nombre de una clase; esto es, tiene que ir resultando paso a paso de la participación activa de las masas, asimilar su influencia inmediata, someterse al control de toda opinión pública, surgir de la educación política creciente de las masas populares.

  Así es como hubieran procedido hasta ahora los bolcheviques de no haberse encontrado frente a las exigencias de la guerra, la ocupación alemana y todas las dificultades extraordinarias que éstas llevan consigo y que desfiguran toda política socialista por más llena de buenas intenciones y bellos propósitos que esté.

  Un argumento poderoso a favor de esta interpretación es la aplicación intensa del terror por parte del gobierno de los consejos, y especialmente durante la última época, antes del hundimiento del imperialismo alemán, desde el atentado al embajador alemán.  La perogrullada de que la revolución no es un baño de agua de rosas resulta, en sí misma, bastante mísera.

  Todo lo que está pasando en Rusia es comprensible y constituye una concatenación inevitable de causas y efectos, cuyo origen y conclusión final no es otro que la traición por parte del proletariado alemán y la ocupación de Rusia por el imperialismo alemán.  Sería pedir lo imposible de Lenin y de sus camaradas suponer que, bajo tales circunstancias, podrían conjurar la democracia más bella, la dictadura del proletariado más perfecta o una economía socialista floreciente.  Gracias a su actitud decididamente revolucionaria, su energía ejemplar y su fidelidad inquebrantable al socialismo internacional, los bolcheviques han hecho todo lo que cabía hacer en unas condiciones tan endemoniadas.  Lo peligroso comienza cuando tratan de hacer de necesidad virtud y de consolidar teóricamente y proponer al proletariado internacional como modelo de táctica socialista, digna de imitación, esa táctica que a ellos les fue impuesta bajo condiciones tan desdichadas. De este modo, al situarse innecesariamente en primer plano, su mérito histórico, auténtico e innegable, aparece disminuido a la luz de los desacuerdos cometidos a causa de la necesidad y, con ello, prestan un flaco servicio al socialismo internacional, en defensa del cual han luchado y han sufrido; en especial cuando tratan de acumular, como si fueran conocimientos nuevos, todos los disparates cometidos en Rusia bajo la necesidad y la presión y que, por otro lado, únicamente son reflejo de la bancarrota del socialismo internacional en esta guerra mundial.

  Los socialistas gubernamentales alemanes pueden proclamar que el poder de los bolcheviques en Rusia es una caricatura de la dictadura del proletariado; tanto si lo era como si lo es, ello se debe a que es un producto de la actitud del proletariado alemán que, a su vez, era una caricatura de la lucha socialista de clases.  Todos estamos sometidos a la ley de la historia y el orden socialista únicamente puede realizarse en el plano internacional.  Los bolcheviques han demostrado que son capaces de hacer todo lo que es posible para un partido verdaderamente revolucionario al límite de las posibilidades históricas.  Nadie debe pedirles milagros, porque un milagro sería que se pudiera realizar una revolución proletaria modelo, irreprochable, en un país aislado, agotado por la guerra mundial, agobiado por el imperialismo y traicionado por el proletariado internacional.  Lo importante es distinguir lo esencial de los inesencial, el meollo de lo ocasional, en la política de los bolcheviques.


[ 11. Conclusión ]

  En estos últimos tiempos, en que nos enfrentamos con luchas finales decisivas en todo el mundo, el problema más importante del socialismo es, como lo era antes, no esta o aquella cuestión menor de la táctica, sino la capacidad de acción del proletariado, la energía de las masas, la voluntad de poder del socialismo como tal.  En este aspecto, Lenin, Trotski y sus amigos son los primeros que han predicado con el ejemplo al proletariado internacional; son los primeros y, hasta ahora, los únicos que pueden decir, con Hutten: "¡Yo me he atrevido!"

  Este es el aspecto esencial y perenne de la política de los bolcheviques, a los que corresponde el mérito histórico imperecedero de mostrar el camino al proletariado mundial en lo relativo a la conquista del poder político y los temas prácticos de la realización del socialismo, así como de haber impulsado poderosamente enfrentamiento entre el capital y el trabajo en todo el mundo. Lo único que cabía hacer en Rusia era plantear el problema, no resolverlo.

  En este sentido, el futuro pertenece en todas partes al "bolchevismo".




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Notas:

* Escrito en 1918 en la cárcel y publicado póstumamente por primera vez por Paul Levi en 1922. Esta versión se ha tomado de la edición de las Obras Escogidas de Rosa Luxemburg, de la editorial Ayuso, 1978. Se ha prescindido de, o modificado, algunas notas. En ciertas partes del escrito se han realizado correcciones puntuales, de acuerdo con la traducción inglesa de Workers Age Publishers (New York), 1940. Los subtítulos entre corchetes son de esta edición y se han basado en su mayoría en los de la versión inglesa mencionada, aunque también se han añadido otros. No obstante, se ha conservado la división por capítulos en números romanos que probablemente se remonte a la primera edición.

(1) Die Neue Zeit, órgano teórico del SPD alemán, fundado en 1883.  Karl Kautsky fue su director hasta 1917.

(2) Paul Borisovich Axelrod (1850-1928) y Fedor Ilyich (Gurvich) Dan (1871-1947). Axelrod, antiguo populista, fue luego uno de los fundadores del grupo "Emancipación del trabajo", junto a Plejanov y Vera Zasulich.  Dan fue miembro del Consejos de Redacción de Iskra, junto a Martov, Martinov, Protesov y Maslov, luego del IV Congreso del Partido Socialdemócrata ruso del 23 de abril al 8 de mayo de 1906.  Contra Dan dirigió Lenin algunos de sus más feroces ataques, habiéndole acusado en cierta ocasión de "haber bebido un té" en compañía de los cadetes Miliukov y Nabokov. Dan fue luego detenido por los bolcheviques y expulsado de Rusia.

(3) Friedrich Stampfer fue elegido redactor jefe de Vorwarts, órgano central de la Socialdemocracia alemana, en 1916.

(4) Cadetes. Partido constitucional-revolucionario de los liberales rusos, fundado formalmente en el Congreso de octubre de 1905 y resultado de la fusión de dos movimientos: la Unión para la liberación y los constitucionalistas de los zemstvos. Su programa era deliberadamente ambiguo, en cuanto a la forma del Estado ruso (si monarquía o república).  Su dirigente era P. N. Miliukov.

(5) Cuarta Duma: convocada para septiembre de 1912.  Los bolcheviques habían decidido en la Conferencia de Praga que la participación en las elecciones era absolutamente imprescindible.  La Duma es importante porque la fracción socialdemócrata (de bolcheviques y mencheviques) que en la tercera Duma había actuado unida, quedó dividida definitivamente. Hasta su dimisión el 8 de mayo (21) de 1914, la fracción bolchevique estuvo dirigida por Román Malinovsky, un luchador implacable contra los mencheviques, que estaba a sueldo de la policía zarista desde 1909.  Más tarde fue fusilado por los bolcheviques.

(6) Se refiere Rosa Luxemburg aquí, seguramente, a los intentos de numerosos políticos de avisar al Zar de la revolución inminente. Así, por ejemplo, lo que relata Rozjanko (presidente de la cuarta Duma) en sus memorias acerca de una visita al Zar el 5 (18) de enero de 1917, para avisar a éste de los peligros que corría el trono.

(7) Pablo W. Miliukov (1859-1943) presidente del partido de los cadetes, diputado en la cuarta Duma por la ciudad de Petrogrado y ministro de Asuntos Exteriores en el Primer Gobierno provisional ruso, formado por el príncipe Lvov.

(8) Se refiere aquí Rosa Luxemburg al intento de golpe de Estado del general Kornilov en agosto de 1917, que trataba de establecer una dictadura militar.

(9) Se refiere Rosa Luxemburg aquí a la agitación que llevó a cabo el USPD alemán durante la guerra.  En marzo de 1917 (y, sin duda, siguiendo el ejemplo de la revolución rusa de febrero) el USPD presentó una resolución en el Reichstag en la que pedía: un gobierno parlamentario para Alemania y una paz sin anexiones.

(10) Los niveladores (Levellers) constituían la fracción radical del partido independiente durante la revolución inglesa de 1642-1649.  Pedían sufragio universal; su jefe era Lilburne.

(11) Los "diggers" (cavadores o niveladores auténticos) constituían un movimiento radical de origen campesino en contra de la desigualdad durante la revolución inglesa.  Pedían el reparto de las tierras. Su jefe era Winstanley, que posteriormente emigró a los Estados Unidos. El movimiento de los diggers fue aplastado por la fuerza de las armas.

(12) El partido independiente durante la revolución inglesa era el que orientaba la oposición de las sectas contra la Iglesia del Estado.

(13) Irakli G. Zeretelli (1882-1959), menchevique que formó parte del Gobierno Provisional a partir del 15 (28) de mayo de 1917.  Era partidario de la prosecución de la guerra.

(14) Tercera Duma. Tras la disolución de la segunda Duma el 3 de junio de 1907, se convocaron elecciones para la tercera Duma el 1 de septiembre de 1907 bajo una ley electoral que aún restringía más el  voto de los pueblos no rusos, el campesinado y los trabajadores. Lenin, en minoría entre los bolcheviques, votó por participar en las elecciones junto a los mencheviques, los delegados polacos, letones y del Bund. La Duma se reunió el 1 de noviembre de 1907, con una mayoría de diputados de derechas octubristas, liberal-conservadores. Los socialdemócratas eran sólo 18. De ellos únicamente cinco eran bolcheviques y, de éstos, uno, V. E. Surkanov, era un agente de la policía.

(15) Aquí debe referirse Rosa Luxemburg a la nacionalización, organización y fiscalización de la industria, iniciada en marzo de 1918, proseguida con el secreto del 28 de junio de 1918, que nacionalizaba todas las grandes empresas industriales y que está expuesta en la obra de Lenin, Las tareas actuales del poder soviético.
   
(16) Seguramente se refiere Rosa Luxemburg a la creación de "destacamentos de alimentación" compuestos fundamentalmente por obreros de las ciudades, y que estaban encargados de llevar la lucha de clases al campo.

(17) Se refiere Rosa Luxemburg a la aplicación al campo de la política del comunismo de guerra, que implicaba tres medidas: 1ª) creación de un sistema de contigentación, de trueque obligatorio de bienes manufacturados por cereales; con prohibición del comercio privado; 2ª) creación de "comités de pobres", compuestos sobre todo por campesinos pobres; 3ª) creación de los "destacamentos de alimentación" de que se habla en la nota anterior.

(18) El derecho de la autodeterminación de las nacionalidades fue la política mantenida por los bolcheviques desde el programa de 1903 del partido socialdemócrata ruso. En 1912 surgieron desacuerdos y Lenin se pronunció en favor del derecho ilimitado a la autodeterminación de las nacionalidades, encargando a Stalin que escribiera una obra, hoy muy conocida, sobre el tema. La política se incorporó a una "declaración sobre el derecho de libre determinación de todos los pueblos de Rusia", del 2 (15) de noviembre de 1917.

(19) Alexander Fedorovich Kerensky (1881-1970).  Político trudowiki, tras ocupar diversos cargos en el gobierno provisional de Lvov fue nombrado primer ministro y jefe del ejército ruso.  En octubre trató inútilmente de invadir Petrogrado y luego huyó al extranjero.

(20) Las negociaciones de paz de Brest-Litovsk entre Rusia y Alemania comenzaron el 2 de diciembre de 1917.  La delegación rusa iba dirigida por Trotski.  Se firmó la paz a primeros de marzo de 1918, teniendo Rusia que aceptar condiciones muy duras.

(21) El gobierno ucraniano (Rada) firmó una paz por separado con Alemania el 9 de febrero de 1918, permitiendo con ello que las tropas alemanas y austríacas atravesasen su territorio, obligando a retroceder a las rusas que lo estaban invadiendo por entonces.

(22) Moneda nacional ucraniana.

(23) La declaración de autonomía de Ucrania en 1917.

(24) Dirigentes de las fuerzas anticomunistas ucranianas, junto a Peliura.

(25) Mannerheim; jefe del ejército que aplastó la revolución en Finlandia en 1918 valiéndose de la ayuda alemana.

(26) Thomas Woodrow Wilson (1856-1924), Presidente de los EE.UU. durante la I Guerra Mundial. Hizo que los EE.UU. entraran en la guerra del lado de la Entente el 6 de abril de 1917. Propuso un plan de paz (los 14 puntos del 8 de Enero de 1918). El proyecto por el que más trabajó fue la Sociedad de Naciones.

(27) Se trata de la ejecución de 500 rehenes por la Cheka en Petrogrado; un acto de represalia por el asesinato del jefe de la Cheka M. S. Uritski.

(28) Las elecciones a la Asamblea Constituyente se celebraron el 25 de noviembre (8 de diciembre) de 1917, y en ellas los bolcheviques obtuvieron menos de un cuarto de los votos; es decir, que de los 707 diputados, 370 eran socialistas revolucionarios; 175, bolcheviques; 45, socialistas revolucionarios de izquierda; 17, cadetes, y 16 mencheviques. En consecuencia, los bolcheviques mandaron disolver la Asamblea Constituyente mediante el decreto de disolución del 6 (19) de enero de 1918.

(29) Obra escrita en 1917 y publicada en Berlín en 1918.

(30) Los populistas eran una organización revolucionaria rusa operante en la segunda mitad del siglo XIX, que sostenía la función predominante de los campesinos en la revolución. La autocracia caería como resultado de una serie de revueltas de los campesinos. Bastaba para ello que los revolucionarios (en su mayoría jóvenes burgueses) practicasen la política de "ir al pueblo" (de ahí les viene el nombre de "populistas").

(31) Avxentiev, ministro del interior del gobierno de Kerenski.

(32) Aquí Rosa Luxemburg se refiere, sin duda, al artículo XIII, párrafos 64-65 de la Constitución rusa de 1918, contenidos en la parte relativa al derecho de sufragio activo y pasivo y que contiene una lista de siete tipos de exclusión del derecho de voto.

(33) Esto no es estrictamente cierto, pues la Constitución citada, en el párrafo 64, apartado a), concedía el voto a las personas activas en el hogar; el apartado b), a los soldados y marineros; el apartado c) a todos los ciudadanos del apartado a) que tuvieran incapacidad para el trabajo.













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